Devastación

Recostado y separado del cuerpo, arrastrando el polvo del cosmos y jugando con los planetas para conseguir la verdad. Aún el cielo no se ha secado, los mensajeros mantiene su posición en este frenético estallido. Después de conocer al mono y su mundo, fue mi cordura la que resultó trastornada… ¿Podrá alguna vez cesar su absurdo y pestilente andar? ¿Podrá detenerse el ruido y la algarabía que sus horribles voces han de proferir? ¿Podrá su corrupción y decadencia esfumarse y dejarlo libre como siempre debió ser? ¿Qué de bueno obtuve al visitar su civilización? ¿Qué puede ser peor que conocer al humano y su depravación? Mujeres sin alma entregando sus cuerpos a un montón de cerdos con los bolsillos llenos, mismos que podrían alimentar a los millones que, tirados en las esquinas, de hambre están muriendo; o que, sin hogar y sin ropa, dulces en los vagones están vendiendo.

¿Qué era eso llamado religión ante la cual tantos monos se inclinaban y proferían súplicas inútiles? ¿Por qué no bajaba dios de su trono y establecía la paz y la hermandad? ¿No sería todo solo un invento para preservar el nuevo orden, para mantener las cabezas adoctrinadas y sumisas, para arrastrar a tantos ingenuos y obtener de ellos la bienaventuranza del diezmo? Siempre quise ver a su dios, tenía la curiosidad de conocer a aquel ser cuya imperfecta obra estaba condenada a pudrirse y perecer. No obstante, nunca apareció, solo sirvió para manejar al rebaño y enriquecer a los que pregonaban en su representación. Ni hablar de las guerras, parecía ser el motivo por el cual el mono parlante vivía. Existir sin pelear era un sinsentido, se requería de la violencia para ser feliz, para satisfacer ciertos instintos interiores que nada más conseguía calmar.

Y es que nadie tenía tiempo para escuchar, pero todos gritaban cuando no se les prestaba atención. Nadie podía entender la irrelevancia de sus actos, pero todos se jactaban de sus planes para llegar a la ficticia felicidad. Nadie podía evitar reproducirse, pues creían que esto representaba su herencia en la eternidad, cuando, en realidad, era el símbolo de la degradación, de procrear sin saber por qué… ¿Por qué entre ellos hube de habitar durante tantos eones? Ahora me siento agradecido por estar lejos, descansando frente a este peculiar paisaje en una dimensión donde reina el silencio y la quietud. Cómo me enfermó ser humano, existir en la caterva de la imbecilidad, pero, por suerte, la muerte me curó de aquella devastadora condición.

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Libro: Repugnancia Inmanente


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