El ser humano es el mayor asesino alguna vez conocido en la historia. Lo gracioso es que tiene la desfachatez de proclamarse el amo de todo, de creerse dueño del planeta y hasta de delirar con un supuesto dios (tirano, ruin y asesino como él) que lo salvará… ¿Salvarlo de qué o de quién? ¿De él mismo acaso?
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La belleza de este triste planeta es solo inversamente proporcional a la de los blasfemos monos que lo habitan y contaminan diariamente; y cuya miserable pretensión es, paradójicamente, expandir su execrable esencia a otros planetas… Esperemos que esto no pase y que tan grotesca especie perezca tan pronto como sea posible para nunca más volver a existir.
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Si me mato, sea lo que sea que pase, no lo podré cambiar y deberé experimentarlo; claro que puede que sufra o no. Pero, si continúo con vida, igualmente pasarán cosas que no podré cambiar y que me harán sufrir o me aburrirán con toda certeza, pero que, a diferencia del primer postulado, tengo la oportunidad de NO experimentar. Creo que entonces lo más lógico sería optar por lo primero y abandonar ya esta existencia tan ominosa y absurda.
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La inexistencia de todo sería lo más adecuado, aunque un reinicio de la existencia tampoco estaría del todo mal, siempre y cuando la humanidad quede excluida de ese glorioso nuevo mundo.
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A veces, más que molestarme o enojarme debido a la brutal estupidez de esta raza absurda, me aterro inconmensurablemente. Sí, me pone los pelos de punta siquiera pensar que tan infame caterva de marionetas, guiadas por falsas creencias y mentiras impuestas, tenga tan desproporcionados delirios de algo que no es y que jamás será: importante.
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Naufrago en esta isla llamada psicosis suicida porque es ya lo único que puedo tolerar. No quiero que nadie me encuentre ni me rescate, ni tampoco deseo volver a relacionarme con ninguna persona. No me interesa reincorporarme a esa ridiculez que tantos imbéciles llaman civilización, pues bien sé que mi único destino posible es matarme en el más frenético éxtasis de misantropía, pesimismo y soledad.
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El Color de la Nada