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El Color de la Nada 28

No sé qué me resulta ya más insoportable: la humanidad de otros o la mía. Ambas son realmente desagradables y deben ser erradicadas sin ninguna duda; ambas simbolizan aquello que nunca debió haber sido y nos ilustran en por qué la inexistencia siempre será lo más adecuado.

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Ya daba igual donde o con quien estuviera, la desesperación de existir y la agonía de ser jamás me abandonarían mientras siguiera con vida… ¡Y quién sabe si incluso tras la muerte continuaría experimentándolas! Nada me aseguraba que no fuera así, pero al menos la esperanza estaba ahí presente. La onírica esperanza de que, al morir, la libertad dejaría de ser un trágico sueño para convertirse en lo más real alguna vez experimentado.

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No era bueno cuestionarse cosas, especialmente aquellas que tenían que ver con el sentido de la vida, la existencia, la realidad o el tiempo, entre otras. Especialmente devastador resultaba cuestionarse la auténtica naturaleza del ser, pues era algo, desde luego, sumamente desagradable. Así pues, una vez tomando estos derroteros de incesante búsqueda e implacable reflexión, tan solo había una meta a la que se podía arribar: la locura; y, en casos más peculiares y divinos, el suicidio.

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Todo lo que me quedaba eras tú… Y por eso mismo tuve que quitarte la vida: para asegurarme de que la única cosa hermosa, valiosa y brillante en mis tinieblas jamás pudiera iluminar el cielo de otra persona.

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Supongo que es difícil aceptarlo, la verdad que sí… Recorro los pasillos de esta casa que apesta a muerte por doquier y miro los muros batidos con sangre ya seca. No hay nada sino solo un melancólico silencio, solo eso. Ni siquiera el canto de los pájaros ni el silbido del viento pueden percibirse… No ha parado de llover desde que ocurrió la purificación y no he comido nada desde entonces, tan solo me embriago con vodka y fumo sin parar. No quiero aceptarlo, pero es obvio que nadie más pudo haberlo hecho. Miro los cuerpos de mis hijos y mi esposa en descomposición y sonrío para disipar la confusión; los órganos salidos y, de hecho, el olor me encanta. Ya no me queda ninguna maldita duda: ¡el asesino soy yo!

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Realmente vivir es horrible… Y todo lo que veo, escucho y leo sobre el mundo día con día solo tiende a confirmar esta sensación. No entiendo cómo las personas pueden agradecer por estar vivas y temen ridículamente a la muerte. Creo que solo hay dos opciones: son demasiado estúpidas o están demasiado ciegas. Creo que una parte de mí aún tiene fe en que es la segunda posibilidad la correcta, ¡qué tonto soy!

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El Color de la Nada


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