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El Extraño Mental XXXII

“Yo, que tantas veces había deseado fornicar y que me había mantenido, por alguna razón igualmente absurda, virgen hasta ese momento, ahora no era capaz de conseguir una simple erección. Pero ¿por qué? ¡Que el diablo cargara conmigo! En esos momentos pensé que la realidad era una simple fantasía, y que todo lo que había vivido hasta entonces no había sido sino una burla. Sí, una asquerosa y completa burla para un ser tan superfluo y ridículo como yo. Mi último pensamiento antes de salir y enfrentar mi destino fue que tenía dos opciones: seguir adelante con Betrika e intentar, por el medio que fuera, conseguir que mi miembro se levantara, o abandonarla por completo y jamás saber nada de ella.

“Al salir del supuesto baño que me ayudaría a parar mi miembro, estaba totalmente absorto. El trauma estaba a punto de terminar físicamente, pero en mi mente quedaría para siempre marcado aquel día. Betrika estaba de un humor pésimo, casi quería matarme, lo cual yo mismo siempre había deseado, y ahora más que nunca. La miré y en sus ojos había una mezcla de rencor y melancolía que me pulverizaron. Estaba vestida y se miraba en el espejo con odio y asco. Supongo que asumió, desde ese día, que todo era su culpa. Esta convicción, aunque errónea, nunca más salió de su cabeza, de eso estoy absolutamente seguro. Entonces entablamos una ligera discusión donde ella me reclamó de todo, argumentando cuanto pudo en mi contra y tachándome de un completo inútil. Hizo comentarios que me lastimaron demasiado, especialmente cuando hizo alusión a que quería sentir algo duro, sin importar qué o de quién fuera. Yo, como un tonto, solo escuchaba y la miraba con lástima y tristeza, esperando que pudiese entender el dolor y el sufrimiento que laceraban mi espíritu, pero no fue así. En determinado momento intenté explicarle tan misteriosa situación en mi interior, aquella desconexión entre mi mente y mi cuerpo, pero solo empeoré las cosas. Le mencioné que jamás había tenido problemas para conseguir una erección y que, incluso a veces en el camión, solo sentir mi mochila encima de mis piernas era motivo suficiente para conseguirlo. Ella dijo entonces que quizá la mochila era más excitante que su trasero, ante lo cual decidí no decir ni una palabra más.

“Fue cuando ocurrió el último y más desesperado intento: ella se abalanzó sobre mí y me besó, se desnudó nuevamente y se frotó por un largo tiempo contra mi pene, pero nada bueno salió de ello. Me recriminó furiosamente y terminó diciendo que no quería estar en ese lugar ni un segundo más, que nos largáramos cuanto antes. Se sentó en una orilla de la cama mientras yo preparaba mis cosas y luego salimos. Ya en el camino de vuelta todo fue un sepulcral silencio, con ocasionales comentarios míos intentando justificar mediante teorías absurdas mi falta de virilidad. En cierto momento ella pareció comprenderlo, pero evidentemente la herida se había abierto y, poco a poco, fue consumiendo todo lo tierno, hermoso y mágico que alguna vez existió entre Betrika y yo. Nuestro amor se fue despedazando lentamente sin que pudiéramos hacer nada, y todo, absolutamente todo, fue siempre mi culpa, lo sabía a la perfección. Si tan solo hubiese podido excitarme, si tan solo hubiese podido hacerla mía aquella ocasión, si tan solo no fuese un inútil…”

Cuando Arik finalizó su tan peculiar relato no pude menos que sentirme agobiado. ¿Qué diablos había sido todo eso? ¿Qué se suponía que debía decir o hacer? Era absurdo, ridículamente absurdo, pero cierto. Su sufrimiento provenía de un lugar en el fondo de su corazón que ni siquiera él mismo comprendía. ¿Cómo entender el dolor de lo que habita en el interior y que no se puede comprender? ¿No era algo similar al malestar y la desesperación producto de una existencia no solicitada? Ahora que ambos estábamos borrachos entendía de mejor manera su agonía. Esto es común en tal estado de ebriedad, pues es cuando las personas más empáticas se muestran y pueden de mejor manera adueñarse de los sentimientos ajenos y vivirlos en su mente, hasta ser arrojados a un precipicio de miseria al saber que esta existencia humana no tiene ningún sentido y que, en breve, todo habrá terminado.

Eso, al menos a un ser como yo, extraño y marcado por la necesidad de sufrimiento, me aliviaba un poco. Me divertía pensar en lo fácil que todo podría terminar gracias a una sola cosa: la muerte. Entonces a mi cabeza llegó el recuerdo de “la sonrisa de la muerte”, y pensé que era sublime y hermosa como ninguna otra. Un día, cualquiera ya que todos eran lo mismo, ya no habría más dolor ni aburrimiento, ya no habría que desperdiciar el tiempo en una vida superflua y aciaga. No, un día, uno muy cercano, al fin sonreiría con ese gesto solo conocido por la eternidad, con ese ritual que aún no podía degustar, pero que, en cualquier momento, con solo atreverme a dar el gran paso, podría saborear hasta el orgasmo. Sí, sabía que cualquier día sería bueno para entregarme al mayor acto de amor propio: el suicidio.

Ahora miraba a Arik, perdido en la bebida, ahogando sus penas y sus traumas en los vasos de vodka que ya nada podía evitar. Y sabía que así era la existencia de las personas: miserable y absurda, cargada siempre de una enorme tristeza y de un continuo malestar. Pero entonces ¿qué misteriosa esencia hacía que se quisiera vivir? ¿No era todo un engaño y una estupidez para corromper aún más el mundo? ¡Sí, eso era! ¡Lo sabía, siempre lo había sabido! Tanto tiempo pensé que yo era el extraño, que yo estaba equivocado, pero no, ¡no! El mundo era el que se equivocaba, era evidente. Y, aunque yo estuviese loco, eso era genial, y pertenecer al mundo era lo verdaderamente horripilante. Sí, ser una persona más de esas que solo añoraban materialismo y dinero era realmente nauseabundo. No importaba que me embriagara, que me enamorara una y otra vez de las prostitutas a quienes podía pagar, pues hasta ellas entendían que aquello, solo por tratarse de alguien que sabía la verdad, era espiritual. Pasar los días sin hacer nada, trabajar lo menos posible, despertarse tarde, desvelarse e irse de juerga, conquistar mujeres fáciles, drogarse, alcoholizarse… ¡Todo era solo una máscara! Era el modo en el cual los espíritus sublimes que ya no pueden soportar el hecho de existir podían tolerar tal agonía.

Porque, de otro modo, ¿qué más había para mí? ¿Qué opción tenía además de caer en la banalidad y la depravación? Y, sin embargo, no era igual al resto, sabía que no. Y esta diferencia radicaba en que para mí tales acciones de decadencia eran el medio y no el fin. Sexo, dinero y los demás placeres de este mundo ya no me sabían a nada. Los necesitaba solo un momento, para olvidarme de mi miseria, pero nunca, y esto era lo principal, absolutamente nunca me lo tomaba en serio. Y por ello me causaba risa ver a los humanos cuyos fines sí eran obtener tan repugnantes bagatelas. En fin, ¡qué absurdo! Quizá yo mismo me engañaba, quizá yo no era diferente… Pero Arik lo era, pues los espíritus como él seguramente debían ser los que, de existir algún dios, más debía amar, tan solo porque ellos mismos no podían hacer nada para olvidarse de su miseria.

–Y bien, luego ¿qué pasó? ¿Aún seguiste con Betrika tras lo acontecido aquel “trágico día” en el hotel? –inquirí notando que estaba completamente borracho.

–Sí, pero todo cambió. Es decir, no inmediatamente, pero… ¡Al diablo con eso! Tal vez así fue mejor.

–¿Todavía la extrañas?

–No lo sé… –replicó intentando contener las lágrimas, pero, pese a todo, una lágrima escurrió por su mejilla sonrojada–. ¿Qué importa? Ella no volverá, nuestro amor murió para siempre: es el destino.

–¿Y no te gustaría buscarla? Quizá tú y ella…, ya sabes.

–Tonterías, no es una posibilidad. No sé cómo explicártelo, pero el amor se convirtió en algo más que, si bien no diría repulsión, ahora hace que no podamos permanecer juntos sin recordar cuánto nos lastimamos. No creo en esas cosas que se dicen de las vibraciones, no sé. Es como si ella y yo fuéramos incompatibles en un sentido más allá del físico, casi como si algo hubiera separado nuestras mentes cuando unió nuestros cuerpos. Matamos lo único bonito que ambos habíamos tenido, lo hicimos trizas por completo, lo enterramos tan profundamente que nada podría revivirlo. ¡Se acabó, nuestro amor murió para no resucitar! Era tan puro y cristalino que no podía seguir existiendo en este mundo tan sucio, mucho menos en dos humanos tan viles y contaminados. Antes de intentar tener sexo creía que Betrika y yo realmente habíamos ido más allá, pero me equivoqué. Todo eso no fue sino una mentira, una exquisita y sublime faceta de la existencia orlada con la magia más divina, pero, al fin y al cabo, una simple falacia.

–Bueno, así es el amor humano. Siempre se termina, por eso no se debe caer en sus trampas. Ahora ya está bien, sé que es doloroso, pero has vuelto a ser tú. Aunque sea una basura y una miseria, esta es la realidad. No hay nada más, la existencia de las personas es así: absurda y patética.

–Lo sé, y por ello me agradas. Llevamos muy poco de conocernos, pero eres como un espejo para mí. Tengo grandes deseos de mostrarte mi poesía, aunque es diferente. No es como la poesía común, sino que habla de amor, muerte, suicidio y demás cosas desagradables, pero ciertas. Jamás me agradó la poesía de los humanos, por eso decidí hacer la mía, a mi modo y con mi propia visión. Pero ¿qué estoy diciendo? Debería enseñártela ahora mismo, aunque, por otra parte…

–¿Qué ocurre?

–Nada, es que aún conservo todos los poemas que escribí a Betrika. Ella me los dio el último día que nos vimos. Me dijo: “creo que es justo que tú los conserves, pues son tuyos. Cuando había algo entre nosotros, estaba bien que yo los tuviera, pero ahora…” Y se marchó tras haberlos depositado en mis manos, con el rostro más pálido que un muerto.

–Ya veo. Quizá deberías quemarlos, solo te haces daño.

–Probablemente. Mira, ahí viene Selen Blue, parece que aquel vejete no le duró demasiado. De seguro fueron al hotel que está en la esquina, ¡qué estupidez!

–Bueno, y ¿qué me dices de los sucesos posteriores al día de la tragedia en el hotel?

–Luego te cuento, ahora hay otras cosas qué hacer.

–¿Qué cosas? ¿De qué estás hablando? ¡Oye Arik, espera!

Pero era demasiado tarde, pues se había levantado, no sé cómo puesto que estaba absolutamente perdido en la ebriedad y el tabaco. El punto es que se fue directamente hacia Selen Blue y se plantó frente a ella. Algo extraño se desató en mi interior, y no solamente en mí, sino en el entorno. Era como si yo pudiera modificar lo que acontecía a mi alrededor dependiendo del flujo de emociones que por dentro me invadían. Y yo, que creía no tener sentimientos y vivir en la indiferencia absoluta, siempre odiando el mundo y detestando la existencia, sentí como si algo misterioso renaciera en mí. Entonces recordé esas palabras: “cuando la oscuridad devore por completo a la luz”. Sonreí pensando que realmente me había vuelto loco si creía en eso.

Debo decir, a propósito, que era cierto lo que Arik había dicho. Antes bien no había tenido oportunidad de mirar minuciosamente a aquella mujer, pero ahora lo había comprobado: era la mujer más enigmática y hermosa que pudiese existir. Lo más atractivo eran sus ojos azules, y no precisamente por el color, sino por la tonalidad. Sé que sonará sumamente extraño, pero parecía como si aquel azul proviniera de su sangre, puesto que alrededor había una especie de rojo carmín intenso y centelleante. Y el azul no era menos espectacular, pues era a la vez claro y oscuro dependiendo del nivel de luz que impactase su rostro. Además, poseía la mirada más profunda e intimidante de todas, pues con una sola parecía poder descifrar el destino que yacía en el alma de las personas. Una mujer así debía ser más una diosa que una mujer, porque no tenía parecido alguno con nada que hubiese visto antes.

Su rostro era blanco, pero a veces se veía moreno, tan fina y bellamente confeccionado que parecía hecho por un dios. No había en él ninguna imperfección, ninguna huella de acné o arruga alguna. Sus labios, los cuales estaban adornados con un rojo intenso, eran delgados y finos. Noté que todo en ella poseía esa cualidad: la dualidad. Esto me ensimismó al rememorar que era la propiedad que Akriza había susurrado como la principal en mí. No obstante, seguía sin comprender a qué se refería específicamente. Las orejas de Selen Blue eran adecuadas en tamaño y forma a su cabeza. Su nariz, afilada y fina, debía ser la envidia de cualquier actriz. Sus pestañas eran aún más enormes que las postizas, y ligeramente matizadas de un rojo encendido.

Finalmente, algo que le concedía especial atractivo eran ciertos símbolos parecidos a jeroglíficos que traía pintados a un costado de las mejillas, abarcando la frente, los párpados, los pómulos y culminando en los labios. Parecían como las alas de una mariposa multicolor, tan llamativos que en principio pensé que se trataba de un antifaz. Además, algo interesante eran sus tatuajes tan coloridos que parecían estar muy bien distribuidos a lo largo de su cuerpo, pero que no dejaba observar por completo. Cabe resaltar que de vestimenta llevaba una especie de minifalda negra que apenas y le cubría el trasero, unos tacones sumamente altos que conferían más centímetros a su estatura excesiva y una blusa roja de piel que solo tapaba sus senos, y que dejaba al descubierto toda su espalda y su abdomen.

Como sea, lo que esta mujer ocasionó en mí no fue de este mundo. Y, a pesar de todo, sentía como si la conociese, como si en alguna parte ya hubiese mirado esos ojos, pero ¿dónde? Unos ojos cuyo interior fuese de un azul parecido al lapislázuli, pero cuyo contorno fuese de un rojo tan único como el de la sangre. Tendría que descubrirlo, tendría que quitarle esa máscara de humana y, por lo menos, robarle un beso. Mientras así pensaba, Arik actuaba, pues ya había entablado plática con ella y ambos reían con cierta elegancia. No sé qué me pasó, pero pensé que ambos eran, ¿cómo decirlo? Justamente lo que necesitaba para olvidarme de mí mismo y de mi existencia por esa noche. Como pude, me acerqué hasta ellos, no sin que antes me detuviera por unos instantes el calaca.

–Es una diosa, ¿no es cierto? No, no podría ser eso, sino más, ¡mucho más! Quiero decir: esa mujer, de ser real, debe estar por encima de cualquier dios.

–¿Usted lo cree así? Pues yo no creo en dios, así que…

–¡Lo sé! Tú eres nihilista, pero eso no impide que dios te observe.

–¿Qué quiere decir?

–Nada, nada en concreto. El hecho es que ella está por encima de cualquier concepción de bien o mal.

–¿Desde cuándo viene aquí? No la había visto antes –cuestioné esperando que el calaca me revelara algún dato de interés.

–Sí, así es. No tiene mucho que llegó. Pero, es tan extraña. Nadie sabe lo suficiente de ella como para considerarla real, ¡ja, ja! Solo sé que viene aquí algunas noches y, al parecer, le va muy bien. Dicen que estar con ella es sencillamente excepcional. Y, ¿sabes algo?, no lo hace con cualquiera. Así es, se limita solo a bailarles y luego a cualquier otro juego, pero hasta ahí. Nadie ha visto nunca su vagina, pero debe ser… ¡uff! El caso es que varios hombres han muerto por su culpa, se han peleado por ella, pero eso parece fortalecerla. Generalmente no habla, a lo más se la pasa con ese jovencito, quien al parecer es su mejor amigo –concluyó refiriéndose a Arik.

–Ah, ¿sí? Pues eso la hace aún más sublime: una puta que no es puta.

–¡Je, je! Sí, y supongo que ahora mismo vas a hablarle.

–Así es, me leíste la mente.

–Bueno, solo ten cuidado. Es una mujer… difícil de percibir.

–¿Difícil de percibir?

–Perdóname, tengo que seguir atendiendo. Esta noche está a reventar, como puedes ver, y aún falta mucho para cerrar. De hecho, creo que hoy no cerraremos. En alguna otra ocasión hablaremos, igual y me cuentas qué tal te fue…

Pensé que el calaca había enloquecido y que, fuera lo que fuese, tenía que arriesgarme y conocer a Selen Blue. Cuando menos quería perderme en su mirada, a ver si así podía encontrarle, por esta noche, sentido a mi existencia. Caminé hasta donde ellos se hallaban y, cuando llegué, Arik me presentó:

–Este es mi amigo… ¿Cómo te llamas? ¡Ja, ja! Perdóname, estoy como que algo borracho. Es mi amigo… ¡Lehnik! Vive en el mismo edificio al que me acabo de mudar. Es un tanto extraño, casi como yo, así que lo encontrarás agradable.

–Mucho gusto, Lehnik. Yo soy una buena amiga de Arik, y me conocen como Selen Blue.

–El gusto es mío. Ya me figuraba que ese no era tu nombre real.

–Y ¿qué sí lo es? –preguntó con sutileza y fijando su mirada en la mía.

Era definitivo. Nunca había conocido a alguien como ella. Su voz era aún más celestial que el canto de todos los ángeles del paraíso, y su mirada, cuando la fijó en la mía, me cautivó. Creo que me enamoré desde ese preciso momento, o no sé qué haya sido, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera por ella. Podía incluso matar a quien ella me pidiese, sin importar si se tratase de niños o mujeres embarazadas, de ancianos o monjes, de dioses o demonios. Podría incluso matar a mis padres si ella me lo pidiese. ¿Cómo, esa era la pregunta, negarle algo a un ser así? No, más que eso la verdadera pregunta era: ¿cómo podía existir un ser así, tan perfecto y sublime en todo sentido? Porque no era solo su mirada o su cuerpo, sino algo que emanaba directamente desde su interior lo que me embelesaba, ¿acaso su alma? Pues, si así era, poseía el alma más genial y espiritual de todas. Sí, aquella excéntrica diosa con ese encantador disfraz de mujer me había cautivado. Lo único que dudaba era si no sería un pecado la simple existencia de alguien así.

–¿Qué te pasa, Lehnik? Parece como si dudases de la existencia de Selen Blue.

–No es nada, perdónenme. Es que, por unos momentos, yo…

–¿Te perdiste en su mirada? –cuestionó imprudentemente Arik intentando jugarme una broma.

–A todos les pasa la primera vez –interrumpió ella–. Y no solo la primera, sino la segunda, la tercera, y así siempre que me ven.

–Bueno, supongo que es imposible no caer.

–¿Tú crees? Pues muchas gracias por eso, eres muy lindo –replicó ella sonriendo con la sonrisa de la muerte.

No pude evitar relacionar su impecable sonrisa con tal pensamiento, no sé por qué. Creo que cuando sonreía sentía que no podría resistirlo más y la besaría. Nos colocamos en un rincón para no estorbar. En efecto, tal y como había dicho el calaca, había muchas más personas que de costumbre. Tal vez más personas habían pensado que ese sería un buen día para morir y habían salido a la calle con deseos sexuales y suicidas. La música estaba a todo volumen, aunque, a pesar de ello, se podía platicar. Las meseras iban y venían con grandes cantidades de alcohol en todas sus variedades. El ambiente era de juerga absoluta. Las mesas de juego estaban a reventar y las apuestas habían alcanzado cifras nunca vistas. Lo más sorprendente es que en toda esa corrupción había gente de todas las edades y clases sociales. Las bailarinas armonizaban el espectáculo cuando retorcían sus cuerpos desnudos, las prostitutas entraban y salían cada vez más sonrientes y los viejos calientes se veían impacientes por follárselas. Por supuesto que algunos otros, con mejor suerte, se dedicaban a ligar y bailar, buscando terminar la noche en algún hotel contiguo. En fin, esa noche se cumplían diez años desde que Diablo Santo abría sus puertas y querían festejarlo con todo. Incluso afuera había bastante gente esperando entrar. El baile principal ya había comenzado.

–Bueno, ¿qué van a ordenar? –preguntó el mesero con aire gustoso.

–Yo quiero ron –dijo Arik.

–Para mí que sea mezcal –afirmó Selen Blue un tanto desinteresada.

–Y para mí vodka, pero del más dulce que tenga –dije yo.

–Oye, tú –susurró Selen Blue al mesero cuando ya casi se iba–. ¿Podrías conseguirme un poco de “eso”? Te pagaré bien.

–Claro, no hay problema. Pero tardaré un poco.

–Está bien, como quieras. Tómate tu tiempo, cariño.

Y se despidió de él dándole un beso en los labios. O debería decir de ella, puesto que a leguas se notaba que no era precisamente hombre, pero tampoco parecía ser mujer. ¿Qué diablos pasaba? Era como si la realidad estuviese tergiversada y no pudiese ya escindir la imaginación de lo que en verdad acontecía. Debía ser por el alcohol, tal vez estaba adulterado. ¿Qué más me daba? Ahora ya nada importaba. Era el momento de hundirse, de embriagarse hasta olvidarme de mi miserable existencia.

***

El Extraño Mental


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