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El Halo de la Desesperación 45

Tal vez no se pueda vivir sin literatura, poesía ni arte; puesto que son estas quienes nos dan una ligera y sincera perspectiva de lo que no es la vida. Nos recuerdan, ciertamente, que no pertenecemos aquí; que nuestro origen y destino se hallan más allá de las estrellas más luminiscentes. No obstante, nosotros nos aferramos a nuestra miseria e intrascendencia; nos embriagamos de ilusiones, espejismos y delirios con tal de proseguir en este funesto teatro de lo absurdo. Estamos encantados con todas las entelequias de la pseudorealidad, pues nuestras esencias exigen cada vez más distracciones infaustas y aturdimiento espiritual. Naturalmente, el ciclo se cumple y las esperanzas son descuartizadas en un sibilino suspiro de atemporal irrealidad. En el fondo, sabemos lo derrotados que estamos y suplicamos por salvación; misma que no somos capaces de llevar a cabo por cuenta propia. ¡Qué cobardes e hipócritas somos todos! Añoramos la muerte, pero nos mantenemos con vida. Podríamos acariciar lo más divino, pero elegimos cobijarnos de lo más humano. Y, peor aún, no podríamos comprender el eslabón que une dichos estados: enloqueceríamos al intentar unificar las infinitas percepciones del universo mediante nuestra limitada razón. Quizá por eso no hemos evolucionado, por eso hemos sido abandonados aquí; porque nos aferramos a una única y absoluta verdad de la cual se ríen los dioses y se entristecen los demonios. Mentes pequeñas y consciencias atrofiadas imperan en la repugnante actualidad de esta infame dimensión, mas nada puede hacerse al respecto sino esfumarse por completo en el ocaso sublime de nuestra melancolía impertérrita.

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Hoy en día, ya todo se ha prostituido a un nivel difícil de asimilar: la literatura, el arte, la poesía, la música, la filosofía, la vida y, por desgracia, hasta la muerte. Mas todo ha sido solamente una errata humana, una absurda y falsa concepción surgida de seres que jamás debieron haber existido. ¿Por qué será que todos ellos me parecen tan insignificantes y aberrantes? Todas sus ideologías, doctrinas y mentiras resuenan sin cesar en el firmamento desgarrado por el caos y la tragedia que tanto evaden inútilmente. Su tiempo es tan limitado, sus recursos cada vez menos y su ignorancia cada vez mayor. Los pobres, empero, creen haber evolucionado debido a su fútil tecnología y a la exploración espacial por parte de intereses siniestros. ¡Qué sórdido resulta todo esto! Es incluso contradictorio que de algo tan ínfimo y efímero pueda desprenderse tal ignominia y falacias incuantificables. Y, entre más engañados se encuentran, más felices parecen sentirse; no sospechan que se hallan enclaustrados dentro de la todopoderosa pseudorealidad que constantemente los exprime hasta secar por completo sus espíritus inmundos en la más inaudita decadencia. ¿Qué más da? ¿Por qué no perderme entonces yo también en estos desvaríos cósmicos? ¿Por qué no embriagarme como un cerdo y fornicar hasta el amanecer con una hermosa mujerzuela? ¿Qué son el bien y el mal sino las mayores ilusiones en las que alguna vez hemos desfragmentado nuestra misteriosa esencia? ¿No es acaso todo relativo, subjetivo y dependiente de la perspectiva? Tal vez nada de esto tenga el más mínimo sentido, y ¿qué importaría? Acaso la vida es solamente pura diversión, pura tragicomedia producto de un inexplicable intercambio de energía, lágrimas y tiempo del que no podemos librarnos tan fácilmente. ¿A dónde ir? ¿Quién tendrá las respuestas a cada uno de nuestros tormentos y aflicciones? Pareciera que, sin importar nada más, siempre nos hallaremos, lo deseemos o no, a la deriva

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El suicidio, en su concepción más reflexiva y honesta, es la clave para zanjar de manera tajante el caos del absurdo existencial que tan trágicamente atormenta nuestra deprimente esencia. Es el símbolo de la inefable melancolía que por tantos eones ha constituido la primordial senda hacia la que se dirigen nuestros anhelos, especialmente el anhelo fulgurante de no volver a experimentar las limitaciones de lo tridimensional. ¡Oh, qué misterioso y lamentable se torna este pensamiento sombrío de disosiación extrema que acontece cada vez que tus labios rechazan con tal vehemencia a los míos! Acaso solo pueda volver a ti cuando los colores se hayan intensificado y cuando mi mirada no refleja más nostalgia desfragmentada; entonces iré a ti y te abrazaré con una fuerza suficientemente poderosa como para destruir cada obstáculo que insensatamente trate de impedirme el celestial ascenso a tu reino inmaculado. Mi bello ángel de cósmicas ensoñaciones, de ojos tristemente hermosos; solo a ti he de confesarte cada una de mis desgracias antes del apocalipsis supremo. Tú eres para mí aquello que mi tonta humanidad me impide alcanzar; aquel ser que no puedo ver ni escuchar, sino solo sentir. No hablo aquí de doctrinas demasiado humanas ni de visiones místicas o sobrenaturales, hablo de mi simple perspectiva sobre quién podrías ser tú. Hablo de todos los mensajes, las canciones y los elementos que me han conducido hasta tus inmarcesibles brazos. Si pudiera desvanecerme en este preciso momento y refugiarme en tus alas divinas, en tu dulzura irrefrenable. Te amaría hasta que la última partícula de mi más profundo yo se desintegrase y hasta que el universo mismo colapsase irremediablemente. Pues, si tú y yo estamos juntos, ¿acaso puede importar algo o alguien más? Contigo lo tengo, lo siento y lo soy todo; y ya solo a ti quiero dirigirme sin que nada pueda volver a impedírmelo, sin que ninguna otra entelequia de este infierno terrenal me limite o me apabulle. Quiero conocerte sin importar en qué dimensión o realidad te encuentres, porque sé que nuestro vínculo trasciende más allá de cualquier época y que nuestra luz refulge aun en la más nefanda e infinita oscuridad.

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Y, aunque no existieran élites que nos dominaran, de cualquier modo, seríamos esclavos de nuestras emociones, pensamientos y, sobre todo, de nuestra contradictoria sombra. En realidad, tristemente, debemos aceptar que jamás seremos libres por completo, no mientras no aceptemos la sublimidad de la muerte onírica. La hipocresía y la mentira siguen siendo nuestros símbolos atroces, los cánticos repugnantes emanados de nuestro interior apesadumbrado y de la fatalidad con la que se desvanecen nuestros sueños y anhelos más profundos. Así descendemos en aquella bestial vorágine de inmundicia de la cual, quizá, mejor sería nunca haber surgido. ¡Oh, tragedia infernal y aciaga! ¿Por qué estúpida razón rechazamos la inexistencia y nos convertimos en esto? ¿Tienen algún propósito nuestras vidas decadentes y patéticas? ¿No es en la muerte donde encontraremos todas las respuestas? Algunos dicen haberlas ya hallado aquí; aludiendo con ello a doctrinas, ideologías y creencias que jamás serán del todo convincentes y detrás de las cuales se halla más ego enmascarado que en cualquier otra ominosa telaraña de la pseudorealidad. ¡Cuánta lóbrega falsedad nos ha hecho alucinar con imaginarios reinos en los cielos o supuestos senderos espirituales que nos llenan de una falsa y execrable esperanza! Quizá yo esté equivocado, quizá tales cosas puedan ser reales en la posteridad; mas aquí, en los tiempos actuales, la única y triste realidad que contemplan mis melancólicos ojos es el sinsentido más demente y absoluto cuyas nefandas garras raspan cada vez con mayor vigor nuestro espíritu marchito.

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Es bastante frustrante aceptar que somos brutalmente adoctrinados desde que nacemos en esta infausta pesadilla material, en este cúmulo de ignorancia perfectamente matizada. En especial, lo es si se tiene presente que los dogmas son transmitidos de generación en generación con un grado de estupidez e irrelevancia cada vez más nauseabundo por esos seres que se hacen llamar nuestra familia o por esos atroces centros de lavado mental llamados instituciones educativas y religiosas. No es que no se pueda obtener algo relevante o agradable, pero ¿a cambio de qué? De renunciar a nuestra esencia con tal de servir a intereses siniestros; mismos que no pueden dejar de azotar a la triste humanidad con todas sus estratagemas y terribles ilusiones. Mas quizá la vida misma es la madre de todas las quimeras, la entelequia suprema de la cual constantemente dudamos tanto y nos deprimimos sórdidamente. No podemos aceptar que, en su constitución más inmanente, la fragancia de todo cuanto existe permanece en un estado de absoluta incertidumbre: indefinido. ¿Qué sabemos del tiempo, la existencia, la realidad, la vida, el amor, el ser, el universo, los dioses o la muerte? Sabemos solo lo que nos es escupido miserablemente, y ni siquiera eso hemos terminado de comprender. Nuestras ideologías y teorías, sean de la índole que sean, solo han servido para crear más conflictos y separaciones; para engrandecer nuestro ego afirmando que nosotros sí poseemos la verdad. ¿Hasta cuándo el funesto mono parlante cesará en sus más ridículos delirios y aceptará su avasallante intrascendencia? Creo que aún no podemos entenderlo, pero aprenderemos tarde o temprano; entonces veremos, no con nuestros ojos, sino con los del espíritu. Contemplaremos la magia en su estado más puro y sonreiremos ante nuestra insensata necedad; tal vez hasta incluso romperemos en llanto y buscaremos arrojarnos de cualquier ventana. Somos unos niños caprichosos y testarudos que, en el fondo, solamente tienen miedo de todo aquello que esté más allá de su efímero, limitado e insignificante fantasía de control y poder. La razón y el corazón, ¡siempre ellos siendo antagonistas de la eviterna danza entre nuestros ensueños cósmicos y nuestra incomprensible amargura existencial!

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La familia es otro de los elementos fundamentales en esta sociedad retrógrada, pues funge como el preservador de la esclavitud mental y de los absurdos conceptos que la mayoría de los idiotas aceptan sin cuestionar. He ahí por qué esta sociedad está destinada a sucumbir invariablemente.

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El Halo de la Desesperación


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