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El Halo de la Desesperación 59

La locura es un estado sumamente divino, acaso no tanto como el suicidio, pero al menos mucho más puro y sublime que el asqueroso símbolo humano, siempre ligado solo al dinero y a la infame reproducción de su execrable especie.

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En realidad, uno siempre termina por darse cuenta, de manera irremediable, de lo simples y estúpidas que son todas las personas que nos rodean. Es cierto, entonces, que la soledad es el emblema de los más evolucionados.

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Basta con contemplar por unos instantes a los infames seres de dos patas que habitan este mundo para percatarse de que no tienen gran cosa que decir, hacer y, peor aún, ser. Y es que incluso aquellos considerados menos miserables a lo largo de la inadmisible historia de esta patética raza terminan por formar parte fundamental de esta vomitiva (pseudo)realidad.

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Ese es el mayor absurdo del ser: vive y pregona sus ideales, pero no estaría dispuestos a morir por ellos. El miedo a la muerte lo apabulla y lo sumerge en un éxtasis de ridiculez completamente inentendible gracias al cual continúa existiendo sin ningún propósito. Lo más sardónico es que, al igual que su vida, también su muerte termina por ser algo demasiado intrascendente.

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El humano es aquella repugnante criatura que no merece ni la vida ni la muerte, que no conoce su origen ni su fin y que es absolutamente incapaz de hallar un sentido universal a su existencia. A pesar de todo lo anterior, se atreve a proclamarse evolucionado, a destruir la naturaleza, a dañar a otras especies y a creerse el pináculo de la evolución… Pero, sobre todo, lo más ruin de esta criatura tan repelente es que se siente con el derecho de contaminar el mundo a su antojo esparciendo su maldita especie. ¡Qué absurdo es el ser y su infinita inmundicia! Y ¡cuán ruin y blasfema resulta su inevitable reproducción!

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Solo en aquellas inverosímiles fantasías de mi mente trastornada podía aún tener destellos de lo que creía que era el amor, pero no los suficientes para evitar que me ahorcara cuando el sol al fin el horizonte conquistó y cuando mi alma al fin claudicó tras aquel cruento desamor.

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El Halo de la Desesperación


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