¿Merece la humanidad seguir existiendo o no? Es evidente que la respuesta desagrada a muchos, pero la verdad no puede negarse por siempre.
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El rechazo de lo que la gran mayoría de estúpidos idolatra no es sino la señal de que estamos en el camino adecuado hacia nuestra propia espiritualidad, hacia nuestro suicidio sublime.
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De nada sirven el respeto y admiración de un rebaño de imbéciles adoctrinados para enaltecer la pseudorealidad. Sería mejor, en todo caso, que nos odiaran, eso solo incrementaría nuestra gloria.
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El humano es tan ridículamente absurdo que, aun si se le diera la oportunidad para intentar algo más hermoso y divino en su limbo existencial, lo rechazaría y se aferraría con todo su ser a su propia miseria.
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No esperemos mucho de los humanos, pues jamás lograrán percibir más allá de sus sentidos y de su banalidad natural. Se quedarán en esa masa infecta conocida como rebaño, ahí pertenecen, ahí son felices y ahí se pudrirán hasta su absurda muerte, como los gusanos infames y grotescamente estúpidos que son. He ahí el destino que aguarda al 99.99 % de la raza humana, ni más ni menos.
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El Halo de la Desesperación