Y, si más allá de esta vida insulsa y horrible, no impera solamente la nada, entonces no quiero nada ya, ni siquiera a la muerte.
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Todos decían que yo estaba demente por pensar tanto en la muerte, pero a mí me parecía que ellos estaban aún más dementes por vivir tanto la vida.
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Un cuadro triste y un perro pringoso que amo es todo lo que queda en esta casa abandonada. Botellas esparcidas en el suelo y colillas de cigarros imperan aquí. Algunas hojas de poemas inconclusos y otros fajos más de papeles que supuestamente serían novelas existencialistas. ¡Al diablo con todo, ahora ya solo quiero matarme!
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La verdad es que estoy harto y casando de todo y ya no me interesa seguir existiendo, prefiero mejor tomar la cuerda y ejecutar el bello acto suicida. Lo único que ahora me impide hacerlo es el miedo, pero no el de morir, sino precisamente lo contrario: el de volver a vivir.
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“¿Por qué estás triste?”, preguntó aquel sujeto con bata blanca y con una mueca inquisitiva, pero, al mismo tiempo, desinteresada. “La existencia”, repliqué contundentemente. Y su silencio fue suficiente para entender que realmente no había solución posible que no fuera el suicidio.
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Pasamos tanto tiempo intentando llenar el vacío de nuestra humana existencia que olvidamos que esa es, precisamente, su esencia.
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Desasosiego Existencial
