Creemos que somos sumamente especiales, que valemos demasiado y que merecemos el universo entero, pero esto es tan solo nuestro patético ego humano en su máxima expresión. Si fuésemos un poco más listos y, a su vez, un poco menos necios, entenderíamos que absolutamente a nadie le importamos; entenderíamos que no significamos nada en el universo y que, en cuestión de un tiempo ridículamente corto, dejaremos de existir tan irrelevantemente como comenzamos a hacerlo. Estas reflexiones, claro está, no nos gustan. Pero aún más cierto que todo lo anterior es que jamás hemos tenido un motivo para estar aquí y que, si vivimos o morimos hoy, no cambiará en nada el curso natural del cosmos, ni siquiera del aberrante mundo que habitamos. ¿Cómo entonces es que podríamos ser importantes si cualquier reflexión sincera y profunda nos indica exactamente lo opuesto? Más bien, somos solo esclavos de la pseudorealidad con extraños delirios de libertad, poder y grandeza; ni más ni menos que eso es la humanidad entera.
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Debo estar en verdad muy ciego o ser demasiado imbécil, pues no importa lo que haga, simplemente no puedo encontrar auténtico y duradero placer en absolutamente nada. Ni la comida, ni el sexo ni los vicios me satisfacen ya; y, ciertamente, creo que jamás lo hicieron. Tampoco sus opuestos me proporcionan gran cosa, pues todas las supuestas virtudes me parecen algo de lo más falso y detestable. ¿Qué hacer entonces? ¿Por qué sigo aquí si realmente ya nada me complace? ¿Por qué no buscar en los brazos de la muerte ese añorado consuelo que nada ni nadie en la vida puede ofrecerme? Supongo que esta tarde, cuando finalmente me haya cortado las venas, corroboraré al fin mi teoría. Y, sin importar si el resultado es satisfactorio o no, no me arrepentiré nunca de haberme quitado la vida.
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Ella era solo una tonta más cuya inútil existencia no significaba gran cosa; de hecho, absolutamente nada. Así que aniquilarla fue más bien un favor antes que una tragedia y aniquilarme a mí mismo será más bien algo glorioso antes que algo lamentable. Los seres humanos viven de manera estúpida y errónea, sin sentido y sin sueños ya. ¿Por qué no eliminarlos a todos? ¿Qué se perdería en realidad? ¿No prosperarían las demás especies, las flores, los árboles, los bosques, los mares, los ríos y la vida no-humana en general? ¡Si la humanidad desapareciera hoy mismo, creo que todos los demás seres vivos y no vivos se sentirían inmensamente felices y agradecidos!
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No permanecemos vivos por gusto, sino simplemente por la incapacidad de matarnos. Ese es el estado de muchos y también el mío hasta ahora, pero en verdad espero pronto reunir el valor necesario para abrazar mi destino y abandonar este calabozo de agonía eterna por siempre. Vivir se siente como una onerosa obligación, mientras que morir debe sentirse como el mayor placer alguna vez experimentable. No tengo forma de comprobarlo, pero lo que sí puedo decir es que ninguno de los placeres que he experimentado en vida me ha parecido lo suficientemente cautivante como para permanecer vivo.
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Indudablemente, aquel pobre insensato que se postule como un ser feliz y a gusto con la vida no puede ser sino un vil ignorante, pues tal actitud siempre implicará ausencia de reflexión, verdad y filosofía. La realidad de las cosas es que, entre más conscientes nos volvemos de todo, más insoportable se tornará todo. Cegarse ante esto es solo la táctica de un necio estúpido que se aferra a espejismos y quimeras mediante las cuales aspira a conquistar una inexistente tranquilidad y una felicidad simulada. Las sombras rondan por doquier y siempre será así, pues la luz es demasiado débil y nosotros demasiado infames como para alumbrar tan devastadora tormenta de eviterna oscuridad.
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¿Qué hacía un patético miserable y enfermo mental como yo entre aquellas personas felices? ¿Por qué estaba ahí para empezar? ¿Quién me había guiado o cómo había terminado envuelto en aquella muchedumbre de simios alebrestados? No lo entendía, pero ya no importaba. Lo único relevante era escapar, huir tan lejos como fuera posible y recluirme nuevamente en mi agonía y mi hastío. ¡Sí, solo eso quedaba para un loco suicida como yo! Yo no pertenecía ahí: a ellos, a ese tiempo, a esa realidad, a ese mundo… Es decir, ¡yo no pertenecía a la gente humanamente alegre!
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El Réquiem del Vacío