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El Réquiem del Vacío 16

El exilio de mis pensamientos no fue suficiente para conferirme una paz duradera. Y no es que esperara que así fuera, o quizá sí. Al fin y al cabo, soy la misma escoria que la humanidad entera sin importar cuánto lo niegue. ¿Cómo podría ser diferente alguien como yo? ¿Cómo puede alguien dominar sus impulsos, temores y obsesiones cuando a cada momento surgen nuevos y más atroces desvaríos? ¿Cómo puede alguien amar una vida como esta que consta solo de sufrimiento, miseria y agonía? El aburrimiento tampoco parece opacarse ante las demás paradojas y contradicciones, sino que las alimenta y las engorda de maneras horribles. Sus mangueras nos enrollan y nos apretujan hasta hacernos vomitar sobre lo ya vomitado desde siempre. ¡Qué importan 40 días en el desierto o 10 años en las montañas! ¡Qué importa ser un santo, un sabio, un genio, un poeta, un asesino, un dios o un borracho! Mientras el ser siga huyendo de su ocaso como un perro asustado, la sonrisa de la muerte seguirá atormentando cada uno de sus efímeros ensueños. Y el amanecer, el medio día; el anochecer y la media noche… ¡Ya no hay tiempo para ellos tampoco! Ahora solo hay tiempo para alucinar con lo que jamás podrá ser, con el signo predilecto del silencio inmaculado: el encanto suicida y los misterios de su evangelio atroz.

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Cualquier insensato que crea que este mundo está bien, no puede sino ser un títere completa y majestuosamente adoctrinado para amar su perfecta esclavitud. Desde luego que aquellos que reflexionan un poco sobre estas cuestiones de manera honesta sabrán de lo que hablo. Cualquiera que haya no solo comprendido, sino experimentado el sinsentido y la manipulación que imperan por doquier no querría sino pegarse un tiro. Los demás no son sino más ovejas de un rebaño que ya ni siquiera se acuerda de lo que es la verdad o la libertad. ¿Alguna vez la humanidad fue diferente o siempre fue lo mismo? Me temo que me inclino por lo segundo, pues la historia así lo demuestra una y otra vez. El ser es adicto a la idolatría, a la adoración y a todo aquello que lo rebaje hasta que su lengua roce el suelo. No se puede esperar mucho de una criatura así; es más, nada debería esperarse. En cuyo caso, nuestro infernal pesimismo sería solo una canción mal compuesta por nuestro enmascarado exceso de confianza e irreal melancolía.

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Mi único pesar es que el mundo no se termine ya… ¿Hasta cuándo proseguirá esta eterna pesadilla? ¿Cuánto tiempo más tendré que soportar este nauseabundo conglomerado de mentiras y blasfemias del que, ciertamente, soy gran parte? ¿Cuándo se derrumbará al fin este putrefacto holograma donde se hayan capturadas nuestras mentes y donde nuestras almas son injuriadas una y otra vez? Este tragicómico espectáculo de horror existencial en el que nos revolcamos sin consciencia alguna, en el que nos expandimos sin ningún sentido y donde sucumbimos a cada abismo en el que muere nuestra alma un poco más cada día. ¿Hasta cuándo? Y me temo que el tiempo es ahora ya solo un prejuicio, ya ni siquiera una ilusión.

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Los sentimientos y los vínculos humanos son la cosa más aberrante y falsa que pueda existir. Absolutamente nadie se interesa por nadie si no espera recibir algo a cambio, ya sea ahora o en el futuro. Y, cuando ve que no lo hará, simplemente se aleja. Las relaciones humanas son una porquería, una vil farsa; otra más de esta decadente pseudorealidad moderna. Todo es un engaño siniestro, un sacrilegio monumental en el que no debemos ya continuar. No debemos confiar en nadie, estamos más solos que nunca. Pero acaso sea lo mejor, pues así al menos tendremos tiempo de sobra para reflexionar y, eventualmente, matarnos. ¡Oh, locura de muerte! Solo tú, con tus inagotables dones, sabes curar cada una de nuestras heridas y alabar cada una de nuestras cualidades. Y cualquier cosa que no fluya por el mismo cauce que el tuyo, debería indudablemente apartarse de nuestro camino de inmediato.

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¡Qué simples son la mayoría de las personas! Tan conformes con sus patéticas vidas, sus absurdos empleos, sus triviales familias, sus aberrantes hijos, sus estúpidos pasatiempos, sus deplorables vicios, sus nauseabundas amistades, sus podridas almas y su ilógica existencia. Pero eso y nada más es la raza humana: un gran conjunto de payasos que mantienen en marcha este gran circo por el que ya nadie da un centavo. ¿Qué más podría ser sino eso? ¿Qué otra cosa podría causar este lugar sino una risa eterna? Todo aquí es como un funesto laberinto donde cada salida conduce únicamente a una obra mucho más patética que la anterior.

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El Réquiem del Vacío


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