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Encanto Suicida 14

Sabía que había llegado el momento de consumar esta agonía extrema cuando, al besarte, solo pude avergonzarme de ser yo al que amaste. Pero ¿quién era yo en realidad? ¿Un monstruo, un asesino, un amante deprimido o un patético comediante? Quizá todos y cada uno distorsionado en diferentes tiempos y situaciones, ocupando mi rostro temporalmente y siempre riendo y mutando sin parar. Todos, asimismo, siendo solo máscaras de una verdad oculta y perfectamente amalgamada con la muerte roja. Todos solo cumpliendo su papel de entelequias olvidadas, de peregrinajes perdidos en el caos y la eternidad. Y ahí seguía yo, con tus labios sobre los míos, con tu cuerpo conquistando cada rincón del mío, con tu alma poseyendo en su totalidad a la mía… Y, sin embargo, sabiendo que, al amanecer, tendría que matarte irremediablemente.

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En las limitadas y atrofiadas elucubraciones que aún mantienen mi cabeza funcionando encontré ese pedazo de emociones lúgubres cuya evocación me hizo recordar lo insuficiente de esta querella contra un mundo al que siempre he sido ajeno, contra una realidad en la que siempre me he sentido más que distorsionado; pero, sobre todo, contra un yo de tan fugaz megalomanía que siempre ha terminado por decepcionarme. Y todos los cánticos por igual, así como las mujeres bellas, los besos, las tragedias y los dolores que en mi alma han resonado sin parar desde aquella noche en que tu alma desnudé y tu cuerpo aniquilé. Junto a ti descanso desde entonces, aunque me digan que el cementerio no es un buen lugar para llorar por largo tiempo. Ahí sigo yo, en pie y esperando tu eterno retorno; la apertura mediante la cual caerán al fin todos los engaños y en la que la tristeza infinita colapsará ante el primer beso de tu boca incandescente y multicolor.

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Vivía en un continuo estado de repugnancia y hastío, pues el simple hecho de salir a las calles y verme obligado a mezclarme con aquellos blasfemos seres laceraba sobremanera cada espacio de mi ser. Odiaba a la humanidad, aunque al mismo tiempo algo me hacía querer amarla un poco, pero solo un poco. También lo mismo acontecía conmigo mismo y sospechaba que a toda gran alma con algo de insoportable sufrimiento artístico debía acontecerle algo ligeramente similar. El momento no se repetiría y el tiempo que me quedaba por experimentar era ya muy poco; no sabía si incluso esta misma noche el encanto suicida me tomaría entre sus brazos y me enseñaría cada uno de sus panoramas intolerables en mi forma todavía tan humana. ¿Tenía sentido alguno siquiera esperar algo aún de los lamentos que torturaban mi interior? ¿No había yo mismo hecho de mi vida una miseria de múltiples desvaríos y desesperación infernal? ¿Por qué había convergido de este modo lo más efímero, siempre empujándome un poco más hacia esa vorágine de espíritus carcomidos y fulgurantes que imploraban por auténtica poesía proveniente del abismo y rozando la divina esencia?

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Mejores tiempos fueron aquellos en los cuales mi ignorancia sofocaba a la razón y la duda, pues entonces, aunque similar al rebaño, aún poseía una mínima argucia que me acercaba a la supuesta felicidad humana. Sin embargo, después de irresolubles conflictos mentales que me han torturado insanamente, sé que toda mi existencia ha sido solo un cruento y pestilente engaño. Aunque, sospechaba, quizá cualquier cosa lo es. Y aquello que únicamente puede no serlo es lo que no podemos percibir, al menos no con una visión mundana. Tanto misticismo, espiritualidad y sublimidad desperdiciados, siempre buscando aniquilar las formas de la realidad que precisamente nos mantienen vivos, que deberíamos apreciar en su más pura esencia. La dualidad nace a cada instante, se mantiene con nosotros y no conoce de tiempo o prejuicios; está simplemente ahí, pacientemente enloquecida con nuestros fracasos y hermosamente contenta con nuestros pincelazos de genialidad. Así es como debe ser siempre para nosotros, para quienes hemos vomitado todo tipo de concepciones anómalas y cuyas venas parecen querer desgarrarse en un último suspiro de conmiseración y eternidad.

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Poco a poco se secó mi corazón y, con él, este fúnebre amor. Fue trágico comprender, tras haber derrochado infinitas noches de locura y éxtasis, que no podría capturar algo más que tu inmunda forma corporal. Lo que yo anhelaba de ti era esa magia siniestra que me trastornaba cuando me besabas, y es que en tu mirada vislumbraba el destino de todas mis emancipaciones espirituales. Ahora, por lo visto, nos une únicamente aquel impulso ante el que se contamina la mente y el alma; aquel infame intercambio carnal que bien pudiera unirnos temporalmente para separarnos por siempre. Cada uno de los elementos tendrán que alinearse y el firmamento tendrá que iluminarse con nuestra sonrisa de sangre y carne putrefacta. La mezcolanza no dejará lugar a dudas, sino que emancipará nuestros corazones de los delirios que devastan lo poco sagrado que aún resta dentro. Es solo una metáfora deprimente, una canción que se repite sin parar hasta que una bala perfora nuestra cabeza y el eco de dios nos invita a integrarnos con él en el juego sempiterno de vida, muerte y renacimiento solipsista.

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Encanto Suicida


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