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Encanto Suicida 20

La fatalidad de existir era lo que no podía evitar por ningún medio; la terrible y absurda guerra que, desde el comienzo, sabía perdida de antemano. Esa era la mayor contradicción: tener que existir sin haberlo deseado… Y saber que, más allá de la sublime sonrisa de la muerte, tal vez no había ya nada; y, sin embargo, por alguna razón, acumular todas las esperanzas en tal estado. ¡Qué horrible era la vida humana, infestada de tantas dudas, miserias y penurias! Nunca habrá razones para seguir adelante, mucho menos para alguien como yo con el corazón acongojado y el espíritu enfermo. Mi locura no puede terminarse así, no puede adaptarse a este sistema inicuo y ridículo del cual soy prisionero irremediable, marioneta inevitable y peón aciago. Nadie puede entenderme en realidad, porque mi triste realidad ha sido enmarcada en los límites de la nostalgia y la depresión; en los confines donde la soledad impera y el silencio arruina cualquier alegría. Mas no podría ser de otra manera, porque ya no quiero engañarme como todos ellos… Y, quien quiera auténticamente acercarse, aunque sea un poco, a las luces de la posible verdad, necesariamente debe aniquilarse a sí mismo y todo lo que el mundo es y será a cambio de un efímero tiempo de divina lucidez. Y luego, por supuesto, ya podemos arrojarnos al abismo sin pensarlo o dudarlo más… Porque, si decidimos seguir existiendo después de tal despertar, únicamente conseguiremos que nuestro sufrimiento se torne en algo imposible siquiera de atisbar.

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¡Cuán irrelevante y tedioso debe ser vivir para que se anhele así el abrazo del encanto suicida! Y es que ya solo él podría cobijarnos y deleitarnos con su regazo inefable, con su infinita misericordia. Cualquier otro lugar, momento o persona terminará por asquearnos demasiado pronto y por hacernos sentir más miserables que estando solos. Cualquier compañía, desde la más vulgar hasta la más elegante, termina por ocasionarnos el vómito espiritual a aquellos poetas-filósofos del caos quienes apenas y, eso solo a veces, podemos soportarnos a nosotros mismos. Esta vida es algo espantoso de lo cual deberíamos huir cuanto antes, si no fuésemos tan cobardes, ignorantes y humanos.

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Cada vez que mantenía relaciones íntimas con alguien, más se iba perdiendo y anulando el deseo sexual en mi sombrío interior. Entonces llegó el punto en el cual fornicar también se había convertido en mero compromiso, en una terrorífica obligación que debía realizarse solo por cruento impulso. Y así, tener sexo pasó a ser tan absurdo y grotesco como comer, respirar, bailar, leer y, en fin, existir. Esta existencia era un infierno glorioso y nosotros nos encargábamos, cada día, de llevar su miseria y agonía hasta nuevos e impensables niveles.

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¡Qué desabrido es estar atrapado en un mundo tan abyecto como este donde nada me parece adecuado ni razonable! Mil veces hubiera preferido permanecer en la inexistencia absoluta antes que experimentar este sinsentido eviterno; antes que involucrarme con las cosas y los seres que aquí por error habitan. ¡Oh, quisiera quitarme la vida esta misma noche! ¿Es que acaso mi infinito tormento proseguirá incluso más allá de la muerte?

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Algo que jamás entenderé es por qué las personas añoran tanto vivir, aun sabiendo lo inútil y trivial de sus ominosas vidas. Podría ser que esté en la naturaleza de la gran mayoría el prolongar y perpetuar tanto como se pueda el mayor error alguna vez imaginado: el tiempo destinado a este plano anómalo. Verdaderamente, los funestos habitantes de este patético universo se han conquistado y vencido a sí mismos; han conseguido ignorar cualquier posible sensatez y mínima reflexión, se han convertido en títeres de un falso y repugnante destino en el cual sus almas se pudrirán eternamente mientras sus mentes colapsan en el caos más blasfemo y siniestro.

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Me entristece presenciar la horripilante velocidad con que los odiosos humanos añoran reproducirse sin ningún maldito sentido. ¿Para qué traer más sórdidos títeres a este despreciable y nefando plano terrenal? ¿No es suficiente con experimentar lo miserable y ruin que es existir como para pensar en perpetuar la ignominia de verse encapsulado y subyugado por infinidad de falacias, tonterías y doctrinas? ¿Para qué ocasionarle a otro ser, inexistente por suerte todavía, la sempiterna infamia de pertenecer a la raza humana? Todo aquel que engendra vida, así pues, se convierte en el mayor pecador alguna vez conocido.

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Encanto Suicida


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