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Corazones Infieles y Sumisos XIX

De inmediato, intervinieron Alister y Erendy, argumentando algunas cosas. La única que permaneció en silencio fue Vivianka, quien no lucía interesada en tales disquisiciones.

–No creo que la religión pueda hacer de este mundo algo menos horroroso. A final de cuentas, lo que sostengo es que se trata únicamente de una forma bonita en la cual se busca perjudicar a las personas, de hacerles creer en entes imaginarios para obviar su ominosa realidad –expresó Erendy.

–Yo pienso algo similar –continuó la señora Laura–. Si realmente sirviera la religión, ¿qué hay de todo lo jodido en este planeta? Los ciclones, tormentas, terremotos, etc. Seguramente, él quiso que tantas personas muriesen debido a causas supuestamente naturales; gente inocente hecha pedazos por dichos acontecimientos. Y, si nos vamos más lejos, ¿también dios quiso que existieran violadores, pederastas, extorsionadores y, en general, todo el conjunto de gente execrable? ¿Qué hace dios por los niños que diariamente mueren de hambre en todo el mundo, por esos otros esclavizados? ¿Qué hace dios cuando se está violando a una mujer o se encarcela injustamente a un hombre? ¿Dónde estaba para aquellos que imploraron su nombre en los campos de concentración o en las guerras, en los hospitales o en los accidentes? ¿Dónde está dios ahora, cuando más se le necesita?

–Pero todo eso que mencionas no es sobre dios. Es el hombre mismo quien, con sus actos, ha decidido alejarse de la divinidad y ha tergiversado y usado el mensaje sublime a su conveniencia. Si el hombre está así y vive execrablemente, es porque así lo ha querido él mismo –replicó la hermana de la señora Laura, ahíta de confianza.

–Y ¿qué le dirías o cómo le explicarías eso a un niño que muere de hambre? Acaso le dirías algo como “lo siento, pero dios quiere más a la gente blanca”, o “tu nivel de fe es insuficiente y por eso dios no puede ayudarte”, o quizás “dios te ama, pero estaba escrito que morirías” –insistió la señora Laura.

–Es complicado el tema de las religiones –interrumpió Alister, con esa melódica voz, mientras terminaba su vaso de agua–. Cada uno tendrá sus convicciones al respecto, y no se puede hacer que otras personas crean lo que tú, ese es el mayor error. Lo que considero necesario sobremanera es generar la duda. Trataré de explicarme mejor sobre este asunto. Verán, desde nuestro nacimiento somos educados por nuestros padres y familiares, tomamos de ellos todo lo que son; se nos inculca una forma de pensar, una religión, un conjunto de tradiciones y costumbres. En esencia, se puede decir que ya somos alguien sin haberlo decidido así, ya se nos han implantado ideologías y teorías que debemos obedecer, patrones a seguir en esta sociedad de esclavos. Todo cuanto la mayoría de las personas son, no se debe a que en realidad ellos quieran ser de ese modo, sino que son por obligación, porque eso les ha sido introducido desde su llegada y su crecimiento en el mundo. Más tarde, los profesores se encargan de fraguar la estupidez que de por sí desde casa ha sido pregonada. Es como la analogía del pescado que no se percata de que vive en el agua nunca en su vida, así el humano no tiene conciencia de ser producto de arcaicas concepciones y de aquello que le fue inculcado sin nunca cuestionarse algo al respecto. Por desgracia, cuando se da cuenta de que se es solo un producto defectuoso sin ideas propias, se llega al suicidio.

–Eso es cierto, es parte de lo que se infiere al reflexionar sobre la sociedad. Y, dentro de todo ese conglomerado ominoso de cosas que somos obligados a absorber, se encuentra la religión –completó Erendy.

–La religión es un mal innecesario, una plaga que se debe exterminar. De hecho, siempre ha frenado el progreso del hombre, excusándose en la compasión que se debe de sentir por alguien que se cree dio su vida por nosotros. Yo, sin remordimiento alguno, digo que jamás se lo pedí y no tengo nada que agradecerle, puesto que para empezar no considero tener ya desde antes de existir un pecado en mí que me persigue por culpa de un ser de otro cuento que se rebeló contra las órdenes de dios –arguyó nuevamente Alister.

–Pero, como dicen, dios y la religión son dos cosas distintas. El que la religión haya realizado actos ominosos y atroces en el pasado no tiene algo que ver con el hecho de que dios sea total amor y liberación, eso lo sé muy bien porque yo misma he experimento a dios día con día. El vivir en la gracia del señor es lo más hermoso que me ha pasado. Dios se encuentra en el corazón de todos, solo debemos encontrarlo y hacer fulgurar su energía en nosotros –argumentó la hermana religiosa con fanatismo, nuevamente recobrando su fortaleza en dios.

–Entonces debe existir una contradicción; en realidad, bastantes. Por ejemplo, si dios se supone ya tiene trazado un plan para cada uno de nosotros, anulando de ese modo el libre albedrío y el azar, así como tantas otras cosas, resulta trivial orar. ¿Qué sentido tiene que atribuyamos a dios toda la responsabilidad? ¿No sería rezar ir en contra de la voluntad y el plan de dios? –sentenció Alister con ironía.

–Por eso mismo es que tantas personas, que al final de sus vidas se confiesan después de haber sido una escoria, pueden irse al supuesto cielo. La creencia en dios difumina la responsabilidad del hombre en el mundo. Además, la promesa de una vida ahíta de paz y belleza en un cielo donde podremos encontrarnos con nuestros seres amados es quimérica, ¡qué hermosa y placentera sería esa historia! Sin embargo, lo más seguro es que se trate de un cuento para que las personas se mantengan sometidas y no alcen la voz, para que se resignen a su miseria en esta vida y esperen la ostentosa y gloriosa estancia en los cielos del todo poderoso –complementó Erendy sin temor.

–Sí. Probablemente en todo eso tienen razón. Yo no niego que se use la religión como un medio de control. Incluso, he conocido aquí en la mía personas malévolas; empero, igualmente existe gente que vive en la gracia de dios. Aquel que no acepta a dios en su corazón no conoce la máxima felicidad –argumentó con recelo la hermana de la señora Laura, ansiosa del reino de los cielos.

–He ahí el problema –adujo Alister con seriedad, mordiendo una manzana que comía de postre–. Personalmente, respeto las creencias de todas las personas. Me importa un bledo si se cree incluso en el espagueti volador o en el creador universal. Simplemente me causa confusión, como ya lo he comentado en coloquios con otros religiosos, el entender por qué todas las personas allegadas a cierta fe, creencia, religión o lo que sea, se hallan tan completa, absoluta e indudablemente convencidos de quién es dios, qué quiere, cómo lo quiere y demás cuestiones adyacentes. No logro digerir su afición, porque eso es lo que atisbo, una afición hambrienta de la supuesta y tergiversada palabra del señor. No soy capaz de dilucidar cómo esas personas conocen de antemano y a la perfección todo sobre dios y su voluntad. Seguramente son una clase de iluminados a quienes dios eligió para guiar a los demás, y, sin embargo, se cae nuevamente en una contradicción, pues son elegidos por un dios que ellos mismos arguyen como real; en pocas palabras, se están auto eligiendo a través de algo incomprobable y de una presencia invisible.

–Y no es la única contradicción –aprovechó Erendy para arrojar más fuego a la leña–. Otra de las cosas que he elucubrado es: si realmente dios quiere al humano, o si realmente le importamos. Si fuese todo poderoso, entonces podría acabar con todos los males que atormentan al hombre, pero no lo hace, entonces no le interesa el mundo, ¿por qué deberíamos atenernos a una presencia tal?

–Y aún hay más –intervino Alister nuevamente, ya animado por el furor de la charla–. ¿Cómo se puede concebir que el demonio, satanás o en quien se cree representa el mal, es verdaderamente malvado si se supone que se dedica a castigar a los malos? ¿No lo haría eso alguien bueno? Y la otra cuestión es si dios realmente quiere que el hombre lo conozca. ¿Por qué negaría a Adán, en esa supuesta historia fantasiosa, que comiera del árbol del conocimiento? ¿Acaso tendría miedo de que el humano vislumbrara con sus propios ojos la verdad y se percatara de que no necesita de ningún dios? ¿No es entonces Lucifer un ser de benevolencia al intentar proveer al hombre de ese conocimiento que dios en su ambición se reservó? ¿No fue arrojado a los infiernos por su imprecación, la cual consistía en una rebelión contra dios, pero una tal que cualquier ser sensato hubiera hecho lo mismo? Incluso, en sus mitos se contradice todo lo que se supone sustenta las bases religiosas. Los evangelios, de hecho, fueron elegidos por una persona, un emperador, en el momento en que Roma se hizo al cristianismo.

–Yo quiero agregar también –interrumpió Erendy con presteza– ¿Por qué se quemarían los evangelios llamados apócrifos? ¿Qué había ahí que incomodaba a la religión o que no cuadraba con su mágica empresa con la cual han reinado durante tantos años aniquilando a aquellos reticentes de lo que pregonan e izando la bandera de la generosidad a favor de una mentira tan bien difundida que ya casi nadie duda de ella?

Se produjo un silencio, nadie se atrevía a tomar la palabra, la discusión se hallaba atorada. Nuevamente, la hermana de la señora Laura intervino defendiendo su fe:

–Pero lo que quiero expresar es que dios vive en el corazón de las personas, sin importar si estas se percatan de ello. Ustedes quizá no pueden sentirlo, pero yo sí. Dios está conmigo y es algo que no puedo evitar pregonar, pues me llena de una dicha imposible de contener.

–Ese es el punto. Cuando alguien religioso se queda sin argumentos siempre recurre a decir eso, que dios vive en su corazón. A lo que debo responder que, si no sentir a dios equivale a la no salvación, y por tanto uno se ve conminado a los infiernos, entonces es un dios opresivo sobremanera.

–Dios da a cada quién la posibilidad de elegir y será cuestión tuya si decides no ser salvado.

–Pero, como ya se dijo, no se le podría argumentar eso a un niño moribundo que reza todos los días –replicó Erendy frunciendo el ceño.

–Ahora bien –dijo Alister, tomando nuevamente la palabra–. La cuestión, después de todo lo comentado, sería si una persona compasiva, honrada y buena, que ayuda a los demás, que no asiste a la iglesia, que está alejado de cualquier enseñanza religiosa… Si dicha persona, de hecho, aborrece y descarta a todo tipo de dios o religión, entonces ¿se iría al infierno por el simple hecho de no aceptar a dios en su corazón? ¿No importaría que haya llevado una vida honorable? Una mucho mejor que la de esos fanáticos y los sacerdotes que ataviados en joyas y oro no lo donan, aunque pregonan ayuda a los miserables.

–Pues, a final de cuentas, la decisión de ser buena persona es de cada uno –replicó la hermana de la señora Laura.

–Pero no has respondido la cuestión –interrumpió la señora Laura con diligencia–. ¿Sería o no enviado a los infiernos esa persona?

La hermana religiosa no supo qué decir, se sentía atacada y cuestionada sobremanera en sus principios y convicciones. Realmente, no quería creer que dios no existiese, no quería abandonar su creencia por miedo al absurdo. Dios llenaba su vida, aunque fuese mera ficción. Incluso, si este ser supremo no fuese real, no importaba ya, pues era la simple concepción de este lo que la mantendría en la fe irrevocable.

–Evidentemente, yo pienso que no –dijo Alister, impaciente–. Existe gente que detesta la religión y ha hecho más por el mundo que el mismísimo dios. De tal forma que dios no es absolutamente necesario, y, por tanto, se torna inútil. El hombre tiene el poder para desechar a dios y, aun así, ser lo más elevado espiritualmente. La moral y la benevolencia son independientes de la fe y las creencias. ¿Cuántos pederastas no hay en las iglesias? ¿Por qué dios no castiga a esos malhechores cerdos? ¿Acaso dios observa todo y lo permite porque ellos lo han aceptado en su corazón? Sencillamente es más fácil ser una asquerosidad de persona y luego aceptar a dios para salvarse, suena ilógico e injusto, pero en este mundo donde reinan esos dos factores, nada me sorprende.

Se sintió una pesadez en el aire, la plática había alcanzado derroteros insospechados. Al parecer, la hermana religiosa se había quedado sin argumentos para defender su creencia en dios, y lo único que tenía era su fe, esa que nadie comprendía.

–Yo he visto a dios como una energía divina y no como un ser de carne y hueso o alguien que lo puede todo. Posiblemente lo relaciono con el gran espíritu o la naturaleza. En mi opinión, todos los dioses convergen en una sola entidad, todo el universo lo hace, ciertamente –comentó Erendy, tratando de neutralizar el asunto.

–Sí, eso parece algo más sensato. Otra posibilidad, aún más intrincada, es que sea nuestra mente la que lleve a cabo todos esos milagros y lo inexplicable que en ocasiones acontece. El factor dios actúa como una poderosa sugestión mediante la cual nuestra mente realiza obras nunca imaginadas. Además, lo que se conoce y se ha explorado sobre ella es nulo. La mente es algo demasiado complejo, y no me sorprendería que dios se alojase ahí, pero ahora lo llamaríamos intelecto, capacidad o magia, una que reside en cada persona y no es la salvación eterna, únicamente el don que nos ha sido concedido para alcanzar la divinidad prohibida. Al final, ningún camino, ni religión, ni fe, ni creencia, ni ciencia, ni ideología puede ni tiene el poder suficiente para liberar al hombre de las cadenas que lo mantienen atado a este plano. Ninguna de las invenciones que se aceptan y se siguen en la sociedad representa la libertad y la espiritualidad; el hombre no puede ni debe seguirlas. La única forma en que se puede alcanzar la sabiduría divina es mediante el desenvolvimiento interno, la soledad del alma. Y cada ser debe buscar en su interior todas las respuestas independientemente de las invenciones exteriores. El único camino valioso que debe seguirse es, posiblemente, el que han marcado los pétalos del fulgor en la flor del esplendor: la muerte.

El intercambio de ideas terminó ahí, todos se abstrajeron en sí mismos y no se pronunció palabra alguna durante los minutos siguientes. La señora Laura se levantó y se dirigió a su habitación, su hermana se retiró nerviosa y cabizbaja ante los herejes infernales. Por su parte, Vivianka preparaba todo para apagar las luces y su esposo solo observaba, quizá presa todavía de una inmunda resaca, pues el desdichado bebía diariamente, sin importarle algo más. Tal vez muy parecido al vicio humano de creer que existe por estar en esta realidad cada día que transcurre, situándose un paso más cerca de su absurda muerte. De la tarde a la noche todo pasó irrelevantemente, al menos para aquellos seres incapaces de la percepción más agudizada. Ya por las once de la noche se preparó café con leche y cada uno tomó sus respectivos puestos para otorgar ese descanso tan merecido al cuerpo después de la ajetreada jornada que se había vivido, incluyendo esa discusión sobre religión en la que cada quién defendió como pudo sus ideales.

Por otra parte, en algún otro lugar de la prisión infinita llamada mundo, Yosex perfeccionaba su plan para proporcionarse un festín ilimitado con Cecila. No había descansado ni un segundo desde que regresó a casa. Había pensado por un muy breve periodo de tiempo en llamar a Alister y enterarlo de todo lo que hacía, de confesarse; no por culpa, sino que incluso el narrar lo execrable de sus actos podía elevar su autoestima. Estaba orgulloso de lo que había logrado y de las mujeres que había sometido y engullido. Los gritos eran para él un premio y un reconocimiento imposibles de obtener por otros medios. No le bastaba con violar a sus víctimas, lo que conseguía excitarlo sobremanera era deleitarse con su carne. Ya hasta había conseguido un recetario y pensaba en formas innovadoras de tortura.

El momento había llegado. Se encontraba escondido en un callejón oscuro, utilizaba una máscara del Lucifer, a quien adoraba por ser el único rebelde contra el todopoderoso. Llevaba algunas horas siguiendo a Cecila y a su novio. En realidad, tan pronto llegó a su casa, se masturbó tres veces seguidas, ingirió un poco de viagra y damiana, y, al no saber qué mujer deseaba someter, recordó como una chispa fulgurante la excitación que le produjo aquella mujer: Cecila. Siempre la había deseado desde la universidad, pero la muy puta culeaba con todos menos con los tipos de su calaña. Esta vez no escaparía de sus garras, la comería poco a poco, sin apresurarse, sintiendo cómo escurría la sangre por sus labios al desgarrarle las piernas con los dientes cariados y chuecos.

Había analizado los movimientos que realizaba la pareja, se preparó. Cecila y su amante, el fortachón Héctor, paseaban tan calmadamente, no sospechaban que sus vidas estaban por terminar; ciertamente, quién lo haría. Es peculiar ese conocimiento, muchos dicen haber experimentado mensajes que los previnieron y prepararon antes de abandonar este mundo, otros tantos han muerto sin el más previo aviso, sin el más mínimo sentido. Para esos dos jóvenes, la mala suerte se había impuesto a su libre albedrío de seguir viviendo. Cecila se detuvo cuando escuchó unas risas macabras, como provenientes de unas sombras en las paredes de las calles, incluso argumentaba haber sido rozada por una clase de tentáculo.

Yosex continuó monitoreando sus movimientos, los siguió hasta el hotel donde viese entrar las nalgas de Cecila, quien ya había sido embestida por aquel afortunado fortachón. Se pidieron sus números y acordaron verse nuevamente el próximo fin de semana, así como no mencionar a nadie su maravilloso encuentro, ni tampoco el hecho de que se hubiera venido Héctor en su boca. Nada era trascendente, Cecila partió sola hacia un destino ya anunciado como fatídico. Entre las tinieblas de la noche, Yosex apareció con una capucha y, de un solo golpe, tan bien asestado con su característico desarmador, desgarró una de las piernas de la joven recién follada, para continuar con el proceso de dormirla, para lo cual utilizó la fórmula básica del cloroformo más un químico que solo él había concluido agregar después de varias pruebas. Por fin podría correrse en esa vagina que tantas veces había violado en su imaginación.

En cuanto al causante de tal divergencia en los posibles destinos de Yosex, descansaba en una colchoneta que le había sido dada para pasar la noche, meditaba todo el tropel de bagatelas y cosas que consideraba interesantes. Su vida había transcurrido de manera extraña, por caminos nunca sospechados si quiera. Y todo cuanto veía a partir de aquel día era oscuro, la luna opaca y el sol sombrío. No lograba conciliar el sueño, la intranquilidad reinaba en su compungido espíritu, su aura fulguraba de un rojo insaciablemente pecaminoso. Por una parte, barruntaba acerca de su posición en el universo y buscaba fútilmente entender la postura que el ser debía admitir ante su propia ignorancia e incapacidad de definir una abstracción a partir de la cual matizarse como real hacia el mundo material, la simple ilusión quimérica de un descubrimiento en el cual la conciencia cósmica fuese imperante le parecía ya lejana, ya imposible. Por otra parte, cuestionaba su descontrol y desenfreno interior, añoraba la paz que otrora llenara su alma.

Se escuchó algo en sus adentros, un piquete doloroso; se produjo un incremento en sus latidos, un relámpago de emociones mixtas invadió su ser. Alguien, muy paulatinamente, descendía por las vetustas escaleras, con una soltura inhumana, calculando exactamente cada paso para realizar el menor esfuerzo posible y así, el menor ruido también. Seguramente se trataría de Erendy, ya veces anteriores habían tenido encuentros de ese tipo, en los cuales mantenían relaciones a espaldas de los demás. Sin embargo, de un tiempo a la fecha, Alister no deseaba más hacer el amor, se hallaba convencido de que el humano tenía que ser más espiritual, de que aquello que tanto se gozaba no era valioso ni merecedor de dicha. Si el humano deseaba progresar en todos los aspectos, debía también abandonar la copulación a favor de una fuerza pura y magnánima. Y entonces ¿por qué se había tirado a Cecila y a esa puta llamada Mindy? ¿Era él mismo cuando lo hizo? A la vez no sabía si se trató aquello de un sueño o realidad, daba igual.

Justamente parece que, si existía el destino, o si era la misteriosa forma en que actuaba esa energía divina, ese espíritu superior, esa incertidumbre sinvergüenza, lo que sea que fuera, se desternillaba y osaba burlarse de la debilidad que tanto pregonaban como fortaleza los humanos. La única verdad referente a los deseos ocultos en una parte interna de las personas que se reprime y florece con destellos iridiscentes es que todos, sin excepción alguna, aceptamos, de forma consciente o inconsciente, el querer follar a quien no amamos, porque el placer de la satisfacción sexual inherente al ser interno supera el amor que se demuestra en el exterior hacia un ser valioso. Y, a final de cuentas, amar a una persona en el plano físico es banal, amarla en el espiritual es divino, pero tener sexo sin sentimientos es lo más humano que podemos hacer.

Se trataba de Erendy, a primera instancia era ella. Luego, cuando ya se hallaba aquella figura muy cerca de Alister, este se percató con un mal disimulado asombro que no era la persona que creía amar quien se encontraba frente a él, quien desteñía las cortinas del telón para esparcir la bruma en el paisaje de las colinas doradas. No, no era la mujer que entendía sus problemas y su filosofía, la que lo amaría hasta que se extinguiera incluso la eternidad misma. No, no era esa mujer curiosa y perspicaz que investigaba y aprendía teosofía. Se trataba, en vez de Erendy, de una mujer más vacía, atormentada por múltiples pesadillas y lacerada por los demonios de la infelicidad y el conformismo. Al mirar sus piernas delgadas y blanquecinas, al levantar la mirada y raspar sus ojos en los diamantes que refulgían en el rostro de la figura femenina, todo cambió. Ya no interesa si era absurdo aquello, pues el placer y la concupiscencia, el deseo de esa esencia era mayor que cualquier raciocinio. El desdichado espiritual no lograba entender el por qué esta figura tan vacía y sinsentido lograba una excitación tal en él. Probablemente, así era el humano: desdeñaba el amor puro que lo cobijaba para ir y envolverse en las fauces de una sensualidad prohibida y un goce fatídico. Esa figura tan bien contorneada físicamente y tan corroída espiritualmente era Vivianka.

–Pero ¿qué es lo que estás haciendo aquí?

–Yo nada, más bien te lo pregunto a ti, y ¿por qué luces excitado?

Alister no supo qué decir, se limitó a hipnotizarse con esos labios rojos tan intensos. Sí, debía ser ese rojo intenso el que lo estaba cegando, sintió como si un hechizo le hubiera caído de alguna dimensión tangente. Un enorme sopor lo invadió, todo comenzó a dar vueltas, estaba briago de sexualidad y deseoso por poseer esos labios rojos cuya intensidad se le antojaba tan sugestiva como la sangre misma.

–Iré por un vaso de agua –afirmó mientras se levantaba, cubriéndose el falo–, lo mejor será que duerma un poco más.

Con tal estratagema, Alister pensaba escapar de su inevitable destino. Tal vez aún tenía la fuerza de voluntad suficiente para imponerse, tal vez eso que alguna vez sintió por Erendy y que llamó amor aún no se había extinguido del todo. Definitivamente, aunque se quitase la vida ahí mismo, las cosas no podían terminar así. No debía pasar, pero…

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Corazones Infieles y Sumisos


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