Parece ser que esta vez el vacío no aceptará más los melancólicos soliloquios de un loco suicida como yo que añora tanto a la muerte permaneciendo tontamente con vida. ¿Qué será de mí? ¿Acaso la soledad no me arrojará esta misma noche a los dulces brazos de ese desconocido más allá que no dejo de anhelar con toda mi alma?
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Y, por desgracia, muy pocos entienden a tiempo que suicidarse es lo más encantador y conveniente en esta existencia. Y, cuando lo entienden, ya es demasiado tarde; ya la vida los ha atrapado en sus asquerosas redes y les resulta prácticamente imposible entregarse a la verdadera y única forma de libertad factible: la muerte.
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Barruntaba, en aquellas taciturnas madrugadas de brutal insomnio e inclemente soledad, que, para que el ser pudiera continuar existiendo, la única cosa verdaderamente imprescindible era autoengañarse con cualquier cosa y, casi siempre, con lo más miserable o baladí. Así era la esencia humana: algo realmente abyecto cuyo sentido no podía de ningún modo resultar trascendente ni siquiera por un pestañeo.
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Sí, la clave para hacer de esta inútil y tortuosa existencia algo más tolerable era autoengañarse con lo que fuera el mayor tiempo posible: religión, ciencia, personas, lugares, drogas, teorías, creencias y, en fin, con cualquier humana bagatela que pudiera hacernos olvidar por un momento lo miserable y absurdo que era vivir.
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Las personas que quieren vivir son generalmente aburridas y comunes, y casi nunca se callan; por el contrario, la auténtica magia, a mi parecer, está en aquellos escasos seres que sueñan con la muerte y que alucinan con el silencio.
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No quisiera saber otra cosa de ti además de tu muerte, pues eso es lo único que me haría momentáneamente feliz. Saber que aún existes en este mundo decadente, por otro lado, me deprime sobremanera; lo que añoro es tu inexistencia, porque te amo de verdad y sé que solo en ella podrías hallar la libertad con la que siempre has soñado.
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Encanto Suicida