A veces creo que me amo demasiado como para no odiarme también en igual grado. He ahí la contradicción que me limita y me trastorna, la que me acerca al suicidio para atisbar la divinidad que en vida se torna más que improbable. Y, mientras no me mate, sé que estaré condenado a ser cada vez más humano y a enloquecer cada vez más en esta malsana y putrefacta pseudorealidad. La locura es inevitable en cierto punto, porque la razón se doblega ante los descalabros de lo incierto y lo sobrenatural.
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Constantemente me pregunto cómo seré yo sin este cuerpo, ¿qué clase de apariencia tendré? Quizá sea un monstruo o puede ser que sea un dios, incluso ambos. Solo estoy seguro de que, más allá de lo terrenal, debe haber algo en mí que no es como el resto. Sí, algo así como un tinte de locura maravillosa y suicida que me parece lo más cercano al amor. Sin embargo, me parece que no me ha sido concedida la gracia de discernir quién soy yo en mi más fundamental y primordial esencia; tan solo puedo atisbar, desde una colina inmunda, todo aquello que siempre he querido ser y que, quizá, jamás podré ser.
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A veces fuera y otras dentro de mi alma, me he detestado tanto que ya estoy demasiado cansado de este absurdo y trágico divagar entre el olvido y el hastío de una existencia tan superflua y nauseabunda como esta. Ya solo aguardo por la muerte, por la completa escisión de mi ser de todo lo que aquí por desgracia he llegado a conocer; incluso de aquello que he llegado a amar, incluso de la mujer que me hizo sentir por unos momentos sumamente feliz… ¡Qué ironía creer que eso significaba algo! ¡Qué lamentable asumir que las cosas de este mundo alguna vez podrían simbolizar algo más que un triste y patético engaño!
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Podía escuchar las voces de los iluminados y de los oscuros retumbar en mi melancólica cabeza, solicitando atención y luchando por imponer sus curiosos designios. ¿Quién era yo para negarles el cromático poder? ¿Acaso no estaba ya extinto mi auténtico ser interno? Sería más sensato dejarse llevar, alimentar sus deseos y renacer para aniquilar la última parte de mí que continuase perteneciendo a lo que he sido desde mi asqueroso nacimiento humano. La tragedia, según me parece, sería proseguir con este carrusel de blasfema irrelevancia en el que tan cómodamente somos observadores de la brutal bestialidad que nos entretiene mientras mastica nuestros débiles corazones.
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Aprovechaba de esos mágicos instantes en que descendía hacia los abismos de la muerte, pues en las cumbres de la vida constantemente me resbalaba ante el menor intento de avanzar. Todo lo que siempre quise fue desaparecer por completo, embriagarme con los elíxires de la nada y entregarme plenamente a los sueños en donde mi alma asesinaba a mi cuerpo una y otra y otra vez…
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La desesperación de existir es, sin embargo, solo equiparable a la tortura que implica el constante pensamiento del suicidio para librarse de ella. Claro que quien nunca ha emprendido una búsqueda sincera de la verdad, la libertad y la espiritualidad, no puede saber nada de estos temas, pues su mente ha estado siempre atrapada en el cúmulo de mentiras e ilusiones que la pseudorealidad ha insertado en cada recoveco de su execrable esencia. Y para esto es que existen infinidad de ideologías políticas, místicas y sociales que convergen únicamente en la náusea de todos los infiernos.
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La Execrable Esencia Humana