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Encanto Suicida 54

El mundo sería un mejor lugar tan solo si desapareciera casi toda la humanidad y si los pocos que quedaran vivos se despojaran de todo rastro de su anterior esencia. Esa es la única manera que se me ocurre para purificar este desvarío cósmico que tanto ha ensuciado la grandeza de lo divino y lo eterno; ¿por qué tuvo que existir lo humano? ¿Por qué esa imperfección, estupidez y vileza tuvieron que unirse y dar origen a algo así de funesto? Nunca lo comprendería, nunca habría explicación alguna que sivierta de consuelo. Todo lo que podía hacer era encerrarme en mi habitación y hundirme en mis lágrimas, mi esperma y mi sangre.

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Los fragmentos que laceraban el espíritu eran los mismos que el ser usaba para deleitarse con sus humanos vicios y absurdas quimeras.

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Quería erradicarlo todo y no dejar rastro de mi propia situación, pues añoraba, en mi tonta imaginación, que nunca existió lo que conocí como mi actual condición.

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Las ironías de las divinidades demoniacas eran las sagradas adoraciones de la esencia mortal.

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Después de vivir supe lo que se sentía estar muerto; sin embargo, después de morir, ¿sabría lo que se sentiría estar vivo?

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No sabía si quería existir, aunque al abrir los ojos supe que no tenía opción. Pero ¿por qué hasta ahora me lo cuestionaba? ¿Es que acaso mi razón había sido extirpada por la infame succión de esta pseudorealidad/matrix y licuada ominosamente con todos mis sueños y emociones retorcidas? Lo sabría tal vez demasiado tarde, cuando el sonido de aquella vetusta marea ahogase mi última respiración.

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Encanto Suicida


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