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Encanto Suicida 55

La ausencia de interés fue absoluta, la devastación interna alcanzó su punto máximo. La insípida existencia humana me asqueó al punto de olvidar que todavía permanecía entre los vivos; no obstante, la celestial puerta sagrada evidenció el sublime camino, el único método verdadero para escapar de este trágico y grotesco fastidio: el suicidio. Cualquier otro sendero estaba muy lejos de mi alcance y no era requerido para mi posterior renacimiento. ¿Volvería a habitar un cuerpo? ¿Volvería a tener una forma humana y definida? ¿Volvería a divagar en esta pesadilla de irrelevancia y sordidez incuantificables? ¿Quién sería yo entonces? ¿Quién era ahora y quién fui antes? ¿No era el tiempo una ilusión solamente? ¿Existía o no? La incertidumbre era, quizá, más inmensa de lo deseado; ni en la vida y acaso ni en la muerte tampoco se podía hallar respuesta alguna. ¿Cuál era el sentido de la existencia? Para mí, se trataba solo un viaje demasiado doloroso y absurdo en el cual la muerte era lo más hermoso y adecuado que podría pasarnos, y tal vez lo único.

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No entiendes las ganas que tengo de que esto pare, de que aquellos espejismos siniestros se alejen cuanto antes; quisiera borrar los recuerdos de las extrañas imágenes que atisbo en mi esquizofrenia suicida y que posiblemente ni siquiera existen, pero es imposible. Ahora la única alternativa que me queda es matarme, a ver si con eso consigo que desaparezcan tan infernales alucinaciones y que mi espíritu pueda recuperarse un poco de toda la aciaga miseria que tuve que experimentar por desgracia durante todas las solitarias y melancólicas noches en que no tuve el valor de desaparecer por completo. Siempre esperaba algo más, pero ¿qué? La vida me parecía tan insulsa e insuficiente, tan carente de todo sabor, valor o sentido; y acaso ya solo la muerte me parecía algo digno de llevar a cabo, algo que pudiera sacarme definitivamente de mi aberrante y cerval hastío existencial.

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Me gustaría ser sordo y dejar de escuchar el ruido infernal de esas voces nauseabundas que solo muestran la pobreza de sus putrefactas mentes, llenando de halagos a personas cuya existencia es simplemente estúpida y sin sentido, aunque en esta sociedad ¿la de quién no lo sería? Creo firmemente que todos, en el fondo, nos sentimos sumamente vacíos y hartos, estamos tan enfermos de fama, sexo y poder, pero hacemos cualquier cosa que nos saque temporalmente de nuestro sempiterno aburrimiento y angustia incesante. Nos involucramos en diversas actividades, nos relacionamos con otros, vamos a parques y conciertos, nos encerramos en bibliotecas o salas de cine, nos embriagamos en bares y antros, nos hundimos en nuestros propios delirios… ¿Y todo para qué? ¿Qué caso tiene continuar así? ¿Quién nos salvará de nuestros más dementes demonios? Quizá tan solo para evadir la cruda realidad: estamos tan tristemente solos, no tenemos ninguna razón de ser y queremos amar algo o a alguien más porque somos totalmente incapaces de amarnos a nosotros mismos. Somos seres débiles, intrascendentes y dependientes del cariño, el amor y la validación ajena; somos seres destinados a fenecer demasiado pronto y a desaparecer en el más sombrío olvido. Nuestro efímero y humano sufrimiento será solo un mísero recuerdo perdido en la inmensidad del caos, la eternidad y el infinito.

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Esta superflua enfermedad llamada existencia no ofrece tregua alguna, no cesa en sus constantes intentos por lacerar mi afligido y melancólico espíritu. Y, desdichadamente, me obliga a recurrir al único solaz posible para contrarrestarle: el simpático olor del encanto suicida para liberar mi sombra temporalmente de esta mundana realidad y alucinar con la boca del dios sol devorando mis entrañas putrefactas. ¡Cómo quisiera entonces ya no volver a este plano anodino y ridículo! ¡Cómo quisiera entonces matarme de verdad en un exquisito arranque de blasfema y cruel nostalgia! Lo que acontezca después ya no me interesa, solo añoro que mi actual sufrimiento sea evaporado de un solo golpe y sin que nada ni nadie pueda impedirlo. ¡Ay, ya casi me parece estar en el reino donde el dinero y el poder nada significan! Solo un atemporal movimiento del caos me ha mantenido preso hasta ahora, pero incluso el tiempo y todas sus ilusiones nada significarán cuando la puerta se abra y el divino umbral me envuelva con sombría y apocalíptica perfección. Todas las mentiras cesarán, todos los ecos serán silenciados y toda mi agonía será solo un pésimo lamento ahogándose en el inmarcesible halo de la desesperación en el que me desfragmentaré sangrienta y dulcemente.

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Era impensable virar e intentar dilucidar los pasos que me habían conducido hasta mi actual y lúgubre decadencia. Ni siquiera atisbaba el comienzo de este menguante sendero, tan lejano e inalcanzable me parecía la evolución hacia lo supremo que, en el momento del quiebre eviterno, me arrojé hacia el delicioso abismo de los impulsos ingobernables, de los seres más deplorables cuya muerte representaba lo que repugnaba en vida. Yo mismo me hallaba descendiendo la vorágine de miseria que implicó mi esencia trastornada y todas sus configuraciones de impertinente humanidad. Las sombras eran cada vez más poderosas y mi nula resistencia ocasionaba las risas de cuantos seres invisibles pudieran arremolinarse alrededor de un alma marchita y atormentada por el sinsentido de vivir. No buscaba permanecer, porque sabía que de nada serviría. En todo caso, yo no pertenecía aquí y siempre imperaría en mi interior un avasallante vacío imposible de llenar con cualquier cosa, lugar o persona de esta anómala y absurda realidad. Ni el sexo, ni el poder ni el dinero me atraían lo suficiente; tampoco las virtudes ni un efímero bienestar. No tenía un proyecto de vida y no me interesaba tener uno; lo que yo necesitaba era regresar en el tiempo y evitar mi abyecto nacimiento a como diera lugar. ¡Solo entonces conocería la mística paradoja que sonaría como la más infernal y bella sinfonía proferida por los labios de un dios más allá de los delirios humanos!

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Encanto Suicida


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