Ese es el problema: aún soy demasiado humano. No sé cómo ser más fuerte, cómo convertirme en un dios… Tal vez sea imposible superar los límites de mi nefanda naturaleza y rozar algo más allá de esta inmunda tristeza. O quizá mi destino era padecer este sufrimiento inmanente sin importar nada más, sin importar cuántas lágrimas derramase mi alma atormentada o cuánta sangre escurriese de mis venas cortadas. ¿Quién podrá entender mi agonía incuantificable? Y, aunque la entendiera, ¿eso qué cambiaría? La tragedia que siempre ha sido mi deprimente existencia no podría ser menos dolorosa y absurda, porque mi espíritu muere cada día y la desesperanza es lo único que me envuelve siniestramente. No hay más razones para sonreír, mucho menos para sentirse feliz de estar aquí. Sí, aquí en esta grotesca pesadilla de la cual añoro despertar por encima de cualquier otra cosa; ¡qué abyecto sinsentido me parece seguir respirando! ¿Para qué sirve vivir? ¿Para qué sirve amar u odiar? ¡Ya todo da igual! Mi muerte es lo único que me interesa, lo único que persigo incansablemente cada fatal anochecer en el cual el recuerdo de tus espectrales caricias parece hundirme aún más en este mi infinito y cruento abismo de desolación extrema e infernal. ¡Si fuera posible atravesar el espejo y disolver en él cada partícula de mi alma! Si tan solo tuviera todavía la fuerza para sobreponerme al destino y al suicidio, pero no… Todo en mí ha fenecido tristemente y este cuerpo no es sino un lúgubre cascarón que deambula por las calles de esta ciudad esperando contemplar tus alas centellantes y tus ojos acendrados por última vez. Tú, mi bello y etéreo ángel al cual no soy digno de atisbar; en tu divinidad se han transmutado mis anhelos de volver al origen supremo y derrumbar los muros de mi prisión invisible. En mi corazón surge de pronto el deseo de buscarte, aunque mi mente me contradiga y me susurre que es ya demasiado tarde para amarte sin condición. ¿Será este el final de mis amargos lamentos inflamados por una espesa cortina de eviterna soledad?
*
Todo es un gran y siniestro enigma, pero sin ningún sentido; cualquier camino conduce al mismo y absurdo destino… La más grotesca incertidumbre gobierna la triste existencia de seres tan inútiles como nosotros a quienes les ha resultado tan ajena la sublimidad y que encuentran tan abyecto placer en esta vomitiva pseudorealidad. Estamos completamente perdidos y brutalmente solos, terriblemente abandonados a nuestra suerte en este vomitivo calvario que es la vida humana. ¿Para qué estamos aquí? ¿Qué caso tiene seguir respirando cuando todo en nuestro interior implora por desaparecer de inmediato? No tenemos guía alguna, mucho menos ningún camino que pueda alegrarnos tan siquiera un poco o hacernos sentir menos miserables y aturdidos. Nuestros espíritus están ya tan rotos y nuestras lágrimas se han secado desde hace tanto, pero proseguimos estúpidamente y todavía esperamos «algo». Quizás es solo que yo no pertenezco aquí: ni a esta raza ni a este plano. ¿Cómo saberlo? ¿A dónde o con quién acudir? El caos más blasfemo lo invade todo y todos los caminos se cierran trágicamente en la cúspide de mi abyecta desesperación. Todo está desvanecido dentro de mí, soy únicamente un cadáver andante que se niega a morir de verdad sin razón aparente. ¡Tú te has ido para siempre! Eso es, me parece, algo que aún no termino de asimilar; mas debo de aceptar la escena de mi lúgubre demencia y mi trastornado pasado. Ecos que destrozan mi alma compungida, que se derraman con insana melancolía sobre mi abatido yo. Recuerdos que me atormentan más que la vida misma, que me hacen alucinar con tus divinos labios en un frenético intento por olvidar que pronto solamente la muerte habrá de consolarme. ¡Ay! Si fuera posible difuminarlo todo de una vez y fingir que nunca, ni en sueños, ¡yo te amé!
*
Y yo, sin ser distinto, solo tengo certeza de algo: la humanidad es una raza miserable y condenada a la extinción desde el primer momento en que osó ensuciar la creación divina. Es tedioso, lo sé; pero, al menos, esa certeza es la que percibo diariamente al verme involucrado con los patéticos seres que habitan este pedazo de infierno. Y estoy seguro de que así se mantendrá hasta que me mate; esa será la única gran verdad que aquí creeré. Si no es en eso, ¿en qué o en quién más podría creer? ¿Qué es lo correcto y qué lo incorrecto? ¿Cómo diferenciar la verdad de la mentira, el bien del mal? Todo parece estar tan perfectamente entremezclado, tan infernalmente embadurnado de una sustancia imperceptible a nuestra tonta y execrable esencia humana. ¡Ay! No podemos ver con otros ojos que no sean aquellos que han sido cegados por el velo repugnante de la ominosa pseudorealidad. Nuestra condena es inminente, casi que hasta es un milagro el que estemos todavía respirando y contaminando este plano carnal. Somos basura orgánica y nada más, y eso seremos siempre. Nuestros sentidos están atados a percibir las ilusiones como reales, si es que algo de todo esto puede decirse real y no solamente una funesta pesadilla que hemos sido obligados a soñar hasta la demencia. La metamorfosis habrá de culminar pronto, orquestada por un eco de metafísico sufrimiento transmutado en colores y sonidos que jamás podríamos imaginar ni siquiera en nuestros más grotescos y menos solemnes desvaríos. La miseria es la única constante en mi atrofiada percepción, pues solo ella está conmigo cuando incluso mi melancólica soledad huye aterrada ante mi abyecta indiferencia. Soy humano: he ahí un motivo por el cual debería haberme matado desde hace mucho tiempo atrás… Pero ¿qué es el tiempo sino nuestro silencioso resplandor en la pintoresca masacre espiritual a la que nos vemos sometidos todos los días? ¡No podemos escapar! ¡No podemos ser libres! No hasta que nuestra sonrisa desgarrada sea acariciada dulcemente por el réquiem del apocalipsis en nuestro hermoso funeral. Y quizás entonces sea ya demasiado tarde, aunque justo ahora todavía dudemos que el suicidio sea lo más adecuado para sentir lo divino.
*
Antes de intentar hablar de cualquier cosa con un religioso o un político es preferible intentar fornicar con un cadáver, e incluso sin importar hace cuánto fue el entierro. Obtendremos el mismo resultado: algo nauseabundo y digno del olvido más recalcitrante. No olvidemos, de cualquier manera, que precisamente estos dos elementos resultan fundamentales en el adoctrinamiento de las masas y el control absoluto de la realidad. ¡Qué sórdido suena decirlo así! Pero es que no existe otra manera en la cual se puedan escupir tales sentencias, puesto que se trata de una aberración latente ante la cual no podemos hacer absolutamente nada. ¿Qué somos todos nosotros sino peones con delirios de grandeza? Estamos aquí por alguna razón desconocida que supuestamente será revelada tras la muerte, aunque ya de nada sirva. Es como participar en un juego que de antemano perderemos, pero que tenemos la desfachatez de jugar porque no tenemos otra opción. No pertenecemos aquí, pese a que todo el tiempo nos intenten convencer de lo contrario. No puedo sino mirar con infinita náusea mi propia existencia, y me lamento siniestramente cuando imagino que después de esta vida podría acontecer otra cuyos nuevos tormentos quizá sean mucho más insoportables y absurdos. ¡Ya estoy en el infierno, en verdad que sí! Dentro de mí solamente resta una débil llama que pronto habrá de extinguirse para jamás volver a encenderse; para ya nunca volver a centellear tan inútilmente en un mundo irrelevante y funesto como este en el cual mejor sería no haber nacido. ¿Por qué yo tuve que venir aquí en contra de mi voluntad?
*
Dos son los cimientos que sostienen esta infecta y estúpida civilización de seres abyectos, tan bien planeada por manos ocultas que manejan bien a los títeres que los pueblos llaman líderes: la mentira y la hipocresía. No se necesita más para fingir no estar muerto, para sentirse feliz en este pestilente tormento y para escanciar la sangre del moribundo eterno. ¡Ay! Si fuera posible escapar de esta infausta prisión, si al menos hubiera un mínimo ápice de esperanza enmascarada… Todo lo que resta es deprimirse hasta el hastío, embriagarse con ilusiones cada vez menos oportunas y suplicar por el más allá en nuestro espíritu descarnado. Putrefactas visiones que llegan a mí desde los confines del cosmos más blasfemo y que me trastorna sin parangón; que me transmiten susurros de infernal melancolía con los cuales se enferma mi alma compungida. Ecos milenarios de devastación y grotesco divagar; en sus aposentos he yo imaginado lo inconcebible solo por unos segundos, solo para naufragar en mi oscuridad inmarcesible. Me enfrasco en un viaje sin retorno, en un réquiem que atormenta a los menos letrados en cuanto a artes oscuras se refiere. ¡Yo mismo soy parte del engranaje siniestro, de la masacre autoinfligida que no he podido evitar pese a todas mis encarnaciones! He muerto ya tantas veces y siempre he perdido la memoria; siempre he retornado a la barca descompuesta donde me lamento maravillosamente. La paradoja de mi destino fulgurante se presenta como una supernova ante cuyo brillo mis ojos son cegados frenéticamente, para dar lugar a un paroxismo demoniaco del que no puedo ni quiero despertar. El ensimismamiento brutal me oprime con inaudito horror, llenándome de lúgubre nostalgia y decepción irreprimible; ¡soy yo su prisionero cerval, su marioneta predilecta! En las alas de aquel ángel, cuyo halo celestial no soy digno de contemplar, se esconde la magia suprema y cada una de las respuestas que en vano he buscado tanto… Mi forma humana es tan limitada y los colores dentro de mí explotan en un extraño delirio de místico palpitar; ¡no sé todavía cómo volver a ser yo antes de la tormenta cerúlea! Vuelvo a suplicar por una pista inmaculada, vuelvo a hundirme en mi patético abismo donde la miseria lo gobierna todo. ¿Qué será de mí si todas mis entelequias resultan ser solamente una broma del caos? ¿Dónde podré volver a consolarme si no es entre tus brazos y junto a tu sonrisa desfragmentada? El vacío crece exponencialmente, pero yo ya no puedo volver atrás; esta vez no habrá un nuevo amanecer ni tampoco esperaré ya que tu boca y la mía se devoren con místico esplendor. La soledad y la muerte he anhelado desde tu partida, aunque en esta noche trágica ya ni siquiera ellas puedan aliviar el sufrimiento que brota de mi corazón terriblemente desgarrado.
***
Encanto Suicida