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Encanto Suicida 59

Ese es el problema: aún soy demasiado humano. No sé cómo ser más fuerte, cómo convertirme en un dios… Tal vez sea imposible superar los límites de mi nefanda naturaleza y rozar algo más allá de esta inmunda tristeza.

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Todo es un gran enigma, pero sin ningún sentido, pues cualquier camino conduce al mismo y absurdo destino. La incertidumbre gobierna la existencia de seres como nosotros a quienes les ha resultado tan ajena la sublimidad y que encuentran tan abyecto placer en esta vomitiva pseudorealidad.

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Y yo, sin ser distinto, solo tengo certeza de algo: la humanidad es una raza miserable y condenada a la extinción desde el primer momento en que osó ensuciar la creación. Es tedioso, lo sé, pero al menos esa certeza es la que percibo diariamente al verme involucrado con los patéticos seres que habitan este pedazo de infierno. Y estoy seguro de que así se mantendrá hasta que me mate, esa será la única gran verdad que aquí creeré.

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Antes de intentar hablar de religión con un religioso es preferible intentar fornicar con un cadáver, e incluso sin importar hace cuánto fue el entierro.

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Dos son los cimientos que sostienen esta infecta y estúpida civilización de seres abyectos tan bien planeada por manos ocultas que manejan bien a los títeres que los pueblos llaman líderes: la mentira y la hipocresía. No se necesita más para fingir no estar muerto, para sentirse feliz en este pestilente tormento y para escanciar la sangre del moribundo eterno.

Encanto Suicida


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