Envenenamiento

Cuando hacia mí extendías tus brazos para envolverme con ellos era como si una parte del tiempo pudiera finalmente hacer reposar mi derruido espíritu. Porque cuando sonreías de ese modo no quería que pararas nunca, porque cuando reías estrepitosamente no quería que te callaras jamás. En tu risa había algo misterioso que ahogaba toda la miseria de mi existencia, y entonces me hacía creer que, en efecto, no existías solo en mi trastornada imaginación. Y, si por causalidad llegase yo a besarte, ¡ay!, podría esa misma noche, felizmente y sin remordimiento alguno, suicidarme.

Porque cuando hablabas con esa infinita locuacidad y mostrabas ese enorme talento no quería que nunca tus labios hablasen a otros oídos incapaces de tu genialidad apreciar. Porque cuando pasabas la tarde sonriendo y yo mirándote sabía que en ninguna otra persona podría volver a encontrar la fenomenal chispa de elegancia que en ti refulgía. Porque cuando en ti me refugiaba podía expiar todas mis culpas y mis defectos, podía escapar por unos momentos de esta putrefacta envoltura carnal que tanto me impedía el progreso sempiterno. Contigo sentía que podía ser yo mismo, pero solo si entre tus brazos cobijabas mi melancólico y lacerado espíritu.

Porque cuando de ti me alejabas sentía mi alma arder entre irónicos tormentos, y me desgarraban todos esos pensamientos de muerte y locura sin remedio. Si acaso pudiera tocarte de nuevo, sentir el roce de tu suave y excelsa piel una vez más, ¡tan solo esta noche tan ridículamente absurda! Si tan solo pudiera mostrarte todas las heridas que en mi interior sangran por tus besos, por reflejarse en el inefable fulgor de tu etérea mirada. Un último encuentro o un cálido destello que de tu ser proviniera sería capaz de hacer menguar el oneroso dolor que a este corazón ahora envenena; un veneno como ningún otro llamado la existencia.

.

Para mi eterno e imposible amor…

Libro: Anhelo Fulgurante


About Arik Eindrok
Previous

Capítulo XIX (EEM)

Capítulo XX (EEM)

Next