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Hace una eternidad

Así fue como un día todo aconteció, como si de un sueño se tratase. Nuestras miradas no coincidían ya y, si lo hacían, era con una fría y cerval indiferencia. Esos días que solíamos pasar riendo o haciendo cualquier cosa para divertirnos no volverán jamás, bien lo sé. Aquellos inefables momentos en los que, sin importar lugar o situación, estar juntos era lo máximo. Caminábamos tomados de la mano, jaloneándonos y gritando como locos, asustando a todos los que nos miraban con ojos de incomprensión. Y es que, en efecto, aquello era incomprensible en extremo. Ese torbellino de sentimientos que nos apabullaban tanto y que sacudían nuestras almas al compás de un bello atardecer. La luna era testigo de que, por las noches, consumíamos nuestros cuerpos sin cesar y cada orgasmo se sentía mejor que el anterior. Eras tú mi sempiterna adoración, mi eterno e imposible amor…

Todo era tan magnífico en ese entonces, pues aún reinaba la pureza en nuestros corazones y nuestra infame humanidad no había impuesto su corrosivo dominio. Esos impulsos infernales que nos llevaron a cometer toda clase infidelidades y traiciones sin que nos importara lastimarnos tanto. Todo comenzó a decaer, las flores que juntos plantamos en ese jardín secreto donde solo tú y yo podíamos entrar se secaron sin remedio para nunca volver a florecer. La tristeza se apoderó de los bosques donde solíamos ser felices, o al menos eso aparentábamos. Ya no hubo más canciones, poemas ni detalles que nos hicieran recordar lo bonito que alguna vez fue haber imaginado que podríamos amarnos hasta que la muerte nos separase. Pero no, eso fue solamente una quimera más de esta insana pseudorealidad. De una realidad que ahora no compartimos y que jamás volveremos a compartir, porque nuestro amor, como yo próximamente, ha muerto para nunca renacer.

Quedará al menos un bello y efímero recuerdo que se esfumará con el tiempo, que morirá como todo lo hace. Una cajita de memorias de dos locos enamorados que pudieron al menos saber lo que era el amor, aunque fuese por tan poco. Nuestras limitaciones nos enfrascaron en burbujas aisladas que se alejaban cada vez más y nuestra naturaleza nos conminó al aislamiento absoluto del que ahora somos presa. Jamás volví a saber de ti desde aquel día donde un “adiós” se convirtió en un “hasta nunca” y donde un “nosotros” se convirtió en un “eterna y triste soledad”. ¡Cuántas veces pensé en escribirte, llamarte o buscarte cuando vagaba de noche solo y alcoholizado por las calles de esta nostálgica ciudad! ¡Cuántas veces no recordé la primera vez que te contemplé y que adoré tu imponente e inigualable belleza! Pero debo ya ir a dormir, pues ya estoy viejo y muy cansado; aunque sé que jamás olvidaré que un día hace ya mucho, hace casi una eternidad, solíamos decirnos te amo y caminar agarrados de la mano mientras reíamos y soñábamos con nuestras almas compenetrar…

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Caótico Enloquecer


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