Lo necesitaba para sentir que existía, pero me atormentaba su dependencia
No lo quería, pero ¿qué opción tenía ante tan implacable insolencia sin piedad?
Y, en la impía suciedad de mi habitación, a ella recurría como un imprudente alienado
Sin cesar y con una furia ajena a este mundo me impelía a cumplir sus mandatos
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Recuerdo que, a veces, fantaseaba con olvidarla y la contra darle cuando viniera
Pero era tan sutil su aparición, y tan tenue su llamado y sus susurros esporádicos
Siempre asaz tramposa y ofreciendo recompensas de placer ilimitado y desbordante
En ella hallaba lo que dos cuerpos debían alcanzar cuando la noche eterna cayera
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Sin embargo, y sin causa aparente, la invocaba y cedía ante su mínima expresión
Y, para el momento en que creía no requerirla, ya se había apoderado de mi adoración
Cuando trataba de pararla, me había ya seducido con su encanto siempre elocuente
Para arrebatarme la cordura y reducirme a un vil prisionero de sublimidad carente
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Era una prohibición que soñaba con cumplir en mi estado concurrente y humano
Pero mi propia naturaleza me imposibilitaba y cualquier escape se tornaba vano
¡Cómo anhelaba ya no ser tan débil ante su llegada y rechazar sus recompensas insanas!
¡Cuán terrenal y absurdo me tornaba al querer saborear esa nimia y famélica anomalía!
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Su poder no era de este mundo, y yo no era tampoco el que aparentaba y mostraba
Entendía lo que ocurría, era un peón conminado a sus designios brutales e indecentes
Juro que jamás quise que esto pasara, derramar así la esencia del sagrado adivino
¿Se puede detener aquello que brinda armonía y superflua libertad en esta marejada?
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A veces aceptaba ser eso en lo que me había convertido, y, en otras, buscaba purificarme
Lo único que siempre tuve claro es que mi voluntad se había evaporado en el ocaso
Y que, pese a todos mis lamentables intentos, ella volvía tan seductora y despiadada
De nuevo derrotado, pues hacía breves instantes la masturbación había sido consumada
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Libro: Irrefrenable Tristeza