Y, cuando te marchaste, me quedé únicamente con mi amarga soledad. Y así le fui perdiendo el gusto a las pocas cosas que aún me hacían permanecer aquí, pues todas estaban ligadas a ti. Y todos los susurros decían tu nombre, todos los espejos mostraban tu rostro, todas las canciones se entonaban con tu voz, toda la casa apestaba a ti. Y el único que vino en mi auxilio tras la lóbrega tormenta fue el reconfortante consuelo del suicidio.
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Y pensar que imaginé tantas cosas contigo, que mantuve tantas ilusiones por tanto tiempo en mi ingenua cabeza. Hoy sé que todo aquello siempre lo anhelé en soledad, y eso es lo que más tristeza me ocasiona: haberme mentido demasiado, a tal punto que creí que tú sentías lo mismo.
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La frialdad de esta noche no hace sino recalcarme la miseria en la que me hallo desde que te largaste. La cuerda que ahora anudo a mi cuello no hace sino liberarme de la fatal agonía que se apoderó de mi alma el último día que me besaste.
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Te amaría aun si tú me odiaras, pero ni siquiera eso llegas a sentir por mí.
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Tú tienes toda mi atención, y yo ¿qué tengo de ti? Nada, además de fracturadas imágenes de lo que jamás podremos ser.
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Ya ni siquiera se trataba de mí, pues me había perdido por completo en aquella historia que se llamaba tú. Sí, lo había dado todo con tal de significar algo para ti, y terminé significando nada para mí y nada para ti.
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Para mi eterno e imposible amor…
Libro: Romántico Trastorno