Más que desesperanzado, me sentía satisfecho cuando confirmaba, una y otra vez, mi hipótesis que casi todas las personas eran jodidamente absurdas y estúpidas. Ya me había acostumbrado a que así fuera, y rara vez, acaso solo una o dos, me había equivocado.
*
La existencia en sí misma ya es algo demoledor, tortuoso y sádico. Pero el ser humano se encarga de potenciar estas y muchas otras características desagradables a niveles extremos. ¡Cómo si no fuera suficiente con el simple hecho de existir para hacer de los días un vil infierno! ¡Cómo si este maldito sistema no fuera ya un infierno en sí! Pero no, para el deplorable ser humano nunca es suficiente ignorancia, violencia o crueldad.
*
La voz del ángel me pedía matar a otros, pero la voz del demonio me pedía matarme. ¿A cuál de las dos debía hacerle caso? ¿Por qué no a las dos? ¿Por qué no fundirlas en una última noche de psicótica embriaguez homicida y suicida?
*
Asesinar a nuestros semejantes, más que un acto ominoso y repelente como se considera hoy en día es un acto sublime digno de las más supremas alabanzas. Y es así puesto que, en realidad, nada ni nadie importa; así que da igual cometer cualquier crimen o cualquier acto benevolente. Ni el bien ni el mal son suficientes para neutralizar la blasfema sensación de seguir vivo en esta vomitiva pseudorealidad.
*
Para la existencia no somos sino meros granos de arena en un desierto de proporciones inconmensurables, acaso infinitas. Nuestra insignificancia, estupidez y ruindad son nuestra condena, pero, al fin y al cabo, a la existencia esto le importa un carajo. Nuestro sufrimiento parece inmenso, casi insoportable, pero la realidad es que somos nada y nada es todo lo que nos espera tras esta ridícula pesadilla llamada vida. Y cualquier ingenuo que piense lo contrario es solo un títere aún más adoctrinado de lo normal, lo cual ya es demasiado.
***
Infinito Malestar