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El Color de la Nada 11

Dicen que cada persona es un mundo, puede que sí o que no. No sé, pero yo digo que cada mundo que existe debe ser destruido sin distinción alguna. Solo así, mediante un exterminio total y sin compasión, habrá de purificarse la inmundicia que representa esta humana pantomima.

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Mientras no se aniquile por completo a la repugnante especie humana, la absurdidad, la estupidez y la vileza seguirán imperando en esta tragicómica existencia. Ese y no otro es el destino de seres tan inferiores como nosotros, diseñados únicamente para experimentar el sufrimiento de todas las maneras posibles.

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En nuestra incesante y absurda búsqueda por alguien que nos ame, solemos confundir cualquier cosa con amor. Así pues, nos ponemos a merced de diversos tipos de manipulación, chantajes y abusos, y añadimos más sufrimiento a nuestra ya de por sí agonizante existencia. Y es así porque somos aún demasiado tontos como para entender que el único ser que merece nuestro amor es, precisamente, nuestro propio yo.

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¿Qué más tenemos sino nuestras propias mentiras? Sí, ese cúmulo de falsas creencias mediante las cuáles hemos subsistido hasta ahora y que, para bien o para mal, han forjado el punto de vista desde el cuál percibimos lo que creemos es la realidad. No obstante, podríamos decir entonces que la vida no es sino una bonita ilusión o una magnífica simulación muy bien diseñada para producir todo tipo de estados contradictorios en los cuáles divagamos hasta nuestro arribo a la única verdad posible: la muerte.

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Cuando pensaba en que todo terminaría tarde o temprano, me invadía súbitamente una extraña melancolía y la soledad que experimentaba se incrementaba exponencialmente. Sentía deseos increíblemente fuertes de destruir todo lo que yo era, de vomitar una y otra vez todo lo que era la realidad y de odiar con más ahínco la existencia. Pero todo era como un juego que nunca podía ganar, pues, al volver a mi estado normal, ese donde la vida me parecía casi una eternidad, cedía ante mis más humanos impulsos y me refugiaba nuevamente en la decadencia, la embriaguez y las mujerzuelas. ¡Qué endemoniadamente contradictorio era ser yo y cuán complicado era aniquilarme de una vez por todas!

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El Color de la Nada


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