¿Cómo se puede explicar el contradictorio y nauseabundo maremágnum de comportamientos humanos que nos apabullan diariamente? ¿No es acaso la execrable esencia humana algo de lo que deberíamos no solo asquearnos, sino incluso hasta aterrarnos? ¿Cómo se puede explicar que nadie haga o diga algo al respecto de manera decisiva? ¿Es que toda nuestra psicología, filosofía, poesía, ciencia y literatura son solo un juego de niños? ¿Acaso no estamos destinados a sucumbir ante nuestros más sombríos impulsos? ¿No es el caos más absurdo nuestro único símbolo en este mundo plagado de ignominia, estupidez y crueldad?
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Es inútil intentar luchar contra el sistema, pues el simple hecho de existir denota ya la primera y principal derrota contra él. Estamos imbuidos en esta funesta prisión terrenal, conminados en otra prisión de carne y hueso que es nuestro propio cuerpo. ¿Cómo se puede ser tan iluso como para pensar que alguien podría alguna vez escapar de la pseudorealidad? Con suerte, acaso solo la locura o la muerte nos brinden un respiro de ella. Pero, a cómo van las cosas, creo que ni esto último podría conferirnos una auténtica emancipación de aquello que tanto nos desfragmenta y nos corrompe. Quizá deberíamos de una vez por todas abandonar toda esperanza, incluso en el más allá…
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De hecho, aunque casi nadie pueda notarlo, la vida está diseñada para desperdiciar nuestro tiempo en lugares y personas que no significan un carajo. Todo el mundo, incluyendo amigos, pareja, hijos y/o familiares, siempre están en una constante competencia por adueñarse de nuestro tiempo. Mismo que, por cierto, ya se ve sumamente opacado por las insanas horas laborales que destinamos al trabajo. Luego, en los escasos días u horas en donde creemos ser libres, vienen estas personas a despojarnos de nuestra tranquilidad y a exigirnos, mediante siniestros artificios que ni siquiera notamos, que les concedamos tiempo que ya jamás recuperaremos. Así pues, se consagra el mecanismo perfecto para que jamás hagamos algo por y para nosotros, ya que siempre habrá algo o alguien que esté ahí para perturbarnos y arrebatarnos nuestra temporal ilusión de libertad.
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La única manera en que dos personas supuestamente enamoradas podrían cumplir con el ridículo refrán de “y vivieron felices para siempre” sería si una estuviera loca y la otra muerta. De otro modo, me parece casi impensable que algo así pueda ocurrir. Especialmente cuando ni siquiera tenemos certeza de qué es en realidad la felicidad o si acaso es que tal cosa existe. Peor aún, ¿por qué tendríamos que encasillar la felicidad en un nosotros y no en un yo?
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A los seres humanos nos encanta autoengañarnos, somos maestros en ello. Así, no nos resulta para nada difícil creer que lo tenemos todo cuando, ciertamente, no podría ser más opuesta la verdad: no tenemos ni tendremos nunca nada, nada salvo quizá solo nuestra eterna miseria y nuestra absurda muerte. Nacimos solos, sin posesiones y sin ideologías… Y así mismo moriremos también, por mucho que nos cueste aceptarlo.
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Infinito Malestar