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Infinito Malestar 29

En esta insulsa existencia, lo mejor que podemos hacer es limitar las interacciones sociales al máximo e intentar estar solos el mayor tiempo posible. Esto, aunque en primera instancia pueda sonar descabellado, constituirá la sagrada fuente de autoconocimiento que nada ni nadie más podría de ninguna otra manera brindarnos. Más aún, debemos considerar que actuando de tal manera no nos perdemos realmente de nada, puesto que ninguna persona, lugar o momento es realmente importante; y puesto que absolutamente nada de todo lo que aquí experimentemos será relevante. Quizá lo único someramente valioso sea solo experimentarnos a nosotros mismos en cada faceta, perspectiva, tiempo y lugar; puesto que, más allá de eso, lo ilusorio pareciera lo único real. Únicamente nos tenemos a nosotros mismos, para intentar conocernos, apreciarnos y amarnos lo más posible.

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Toda relación afectiva, sea de pareja, amistad o familiar, implicará renunciar en mayor o menor medida a nuestra soledad-libertad. En última instancia, toda relación será un sacrificio de tiempo y dinero que, casi siempre, nos saldrá muy caro hacer. ¿Por qué no mejor estar solos hasta que el amanecer nos envuelva en sus brazos y nos deposite en las nubes donde los dulces señores del tiempo y el caos sueñan eternamente con la perfección y la armonía de lo incomprensible? ¿Por qué no mejor conversar con el diablo, con ese amigo imaginario al que se le adjudican tantos males? ¿No es la humanidad, creación de un supuesto dios arcaico, el peor de todos los males y aquel que tanto nos esforzamos en no reconocer como tal? Si pudiéramos vislumbrar lo miserables, patéticos y estúpidos que somos, tal vez nos atreveríamos a despojarnos de este fatal traje carnal y ahorcaríamos a nuestra alma con toda la podredumbre y vileza de la que hemos sido esclavos…

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Sí, lo admito… Yo fui quien desenterró tu cuerpo aquella noche donde el brote psicótico fue imposible de apaciguar. Sé que prometí que, tras haberte quitado la vida con mis propias manos, nunca volvería a ver tu rostro. Lamentablemente, una fuerza sombría mucho mayor que yo se apoderó de mí y no pude contenerme. Hacía ya unas cuantas semanas desde que te maté y enterré, pero debo reconocer que, aunque el olor y tu apariencia no eran los mejores, experimenté un frenético éxtasis de necrófago placer al volver a hacerte el amor después de tantos días compartiendo la cama con tu brutal ausencia. Ahora no sé si debería devolverte a las garras de la muerte o si debería, ciertamente, asesinarla a ella para ver si así me devuelve temporalmente algo de tu perfecto rostro y tu inmaculada silueta.

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¿Qué otra compañía podríamos esperar en una noche suicida sino la navaja, el revólver o la soga? Gracias a estas maravillas que siempre tengo a la mano es como disipo un poco la miseria de existir, por paradójico que suene. Y es que la sensación de saber que todo puede terminar en cualquier momento en cuanto yo así lo quiera me proporciona una tranquilidad que nada ni nadie de este insano mundo podría ofrecerme. Además, las cosas y los seres que habitan esta pestilente realidad han dejado de interesarme desde hace mucho; tanto que no recuerdo si alguna vez lo hicieron. Tal vez siempre fue así y solo me volví más consciente de mi natural indiferencia hacia lo humano y también hacia lo divino. ¿Cómo no me iba entonces a parecer el encanto suicida lo más sublime y hermoso? ¿Cómo no iba a experimentar una profunda y avasallante sensación de náusea, sordidez y hastío hacia cualquier sermón, enseñanza o doctrina que promoviera aquello mismo que yo buscaba destruir en mí? Simplemente, nunca pude amar nada ni a nadie; muchos menos a mí mismo. Y quizás esa fue mi auténtica tragedia: olvidar que lo más importante, para mí por supuesto, debía ser precisamente yo mismo y nada ni nadie más.

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¡La vida apesta, eso que ni qué! ¿Cómo pueden tantos zascandiles pensar lo opuesto? ¿Cómo es que pueden andar por ahí con la cabeza totalmente hueca? Sin reflexionar ni cuestionarse nada, sin ninguna maldita preocupación existencial… Pero también siento algo de envidia, pues, en su infinita estupidez e ignorancia, al menos pueden degustar una falsa felicidad que yo jamás podré sin importar lo que sea que me acontezca. No sé si debería adorarlos o matarlos por esto, por su infinita y magistral habilidad para cegarse y evadir las verdades más anonadantes. Como sea, aunque las supieran o alguien se las restregase en la cara un millón de veces, creo que ni así podrían percatarse… Sí, percatarse de la tremebunda ignominia e insulsez que impera en sus ominosas andanzas.

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Quisiera en verdad que alguien me diera una buena razón (o varias) de por qué la humanidad no debería ser exterminada, si somos un virus para las demás especies de este bello planeta y un cáncer para la existencia misma. ¿Qué se perdería si la humanidad dejase de existir? ¿El arte, la literatura, la música, la poesía, la filosofía, la ciencia o la tecnología? Pero ¿acaso todo esto no es también en sí mismo demasiado banal? ¿Cómo podría tener sentido alguno proviniendo de mentes tan subdesarrolladas como las nuestras? ¡Al carajo con todo esto y lo demás! Nadie nunca logrará convencerme de que la raza humana merece seguir existiendo; es más, ni siquiera de que mereció haber existido. Cada paso ha sido en vano y cada interacción es solo una desgracia más que no merece perdón ni reflexión alguna; nuestro miserable destino estaba trazado de antemano y fuimos nosotros mismos quienes nos encargamos de cumplir a la perfección la desdicha que se cernía como una tormenta de incomparable magnitud.

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Infinito Malestar


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