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Infinito Malestar 35

Si acaso pudiera decirse así, el único consuelo real que siempre encontré en la vida fue no haber sido negro, homosexual o mujer en una sociedad racista, homofóbica y misógina como esta cuya hipocresía era tan grande como para condenar públicamente estas conductas, pero fomentarlas en las sombras. Eso por no hablar de la infinita cantidad de casos de pedofilia, zoofilia y demás ignominiosas conductas llevadas a cabo por sacerdotes, líderes religiosos, políticos o empresarios multimillonarios. Parecía que, siempre y cuando tuvieras el poder y el dinero suficiente para salirte con la tuya tras haber cometido los peores crímenes y aberraciones, todo estaba bien. En cambio, si eras un simple mortal como la gran mayoría, debías reprimirte de llevar a cabo tus más sombríos deseos e impulsos. La doble moral de la humanidad no dejaba de anonadarme, incluso en mí mismo. Tal vez por eso vivía en una constante lucha interna entre ser yo mismo y no ir a parar a una prisión o un manicomio. ¡Qué horrible era este mundo! Nunca me cansaré de decirlo y lo proclamaré hasta el final de los tiempos. Y si el diablo existe, solamente puedo decirle que ya no se le necesita aquí: ya todos estamos condenados (¿a qué?) y ya todo está perdido. La humanidad no fue diseñada para nada importante o valioso, y, así pues, ha cumplido con su funesto papel de la manera más perfecta y contundente; ha decidido abrazar el sinsentido y la decadencia de un modo que no deja lugar a ninguna duda sobre lo que impera en su más intrínseca esencia. Yo a esto le llamo: la execrable esencia humana.

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Debo terminar ya con el infinito absurdo que representa mi infame existencia y aceptar que, de cualquier modo, nunca habrá justicia ni piedad en esta vida ni en otras. Todo será siempre un desperdicio incuantificable de tiempo y energía; especialmente de la manera en que van convergiendo las cosas actualmente. ¿Para qué continuar? ¿Qué sentido tiene? ¿Acaso alguna vez lo tuvo y lo hemos perdido u olvidado después de siglos en la más bestial ignorancia? Religiones, teorías, ciencias, tecnologías, doctrinas, filosofías y demás… ¿De qué han servido hasta ahora? ¿No han sido ellas las causantes de tantas guerras y conflictos, de tanta sangre derramada? Y ¿no estará más bien condenada la humanidad a sucumbir ante su innato egoísmo y absurda sed de poder? Este mundo parece solo una broma, un chiste amargo que se niega a terminar y que, sin embargo, a veces todavía causa algo de risa. (¿A quién?) En fin, eso no importa ya. La verdadera cuestión es ¿qué hacemos nosotros todavía en él? Estamos tan rotos, solos y nos sentimos tan suicidas; pero no hemos aún tenido el valor para cortarnos la garganta o pegarnos un tiro. ¿Por qué? ¿Es acaso el deseo de vivir mucho más fuerte de lo que podríamos suponer o imaginar? ¿Es algo que está en nosotros de manera tan profunda e inconsciente que se requiere de un quiebre absoluto del interior para volarse los sesos? Y, en cambio, hasta ahora muchos sí que han conseguido derrotar a este curioso deseo de vida. Pero me parece, aunque quizás esté equivocado, que ninguno ha habido hasta ahora que se haya mantenido firme en su deseo de muerte y que se haya suicidado siendo plenamente consciente de lo que hacía… Y ¡quién sabe si alguna vez existirá un ser así! En el fondo, debemos admitirlo: ¡todos somos unos malditos cobardes, unos aciagos cerdos guiados por la hipocresía y la más infame contradicción!

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Tal vez el problema sí era yo, pero ¿qué podía hacer? No podía evitar sentir una abismal sensación de asco y absurdo cuando debía involucrarme con las personas. No quería que me vieran, que me hablaran ni que me preguntaran nada. Pero tampoco quería verlas, hablarles ni preguntarles nada. ¿Podía ser que necesitaba yo existir en una realidad donde pudiera estar complemente solo por la eternidad? ¿Podía ser que lo que yo siempre necesité no fue otra cosa sino jamás haber existido? El encanto suicida me venía embriagando desde hace un tiempo, como si ya solo entre tus aposentos dementes pudiera yo sentirme bien temporalmente. ¿Cómo no me di cuenta antes? Mi esencia siempre estuvo vinculada con la parte más oscura y anómala de las cosas; todo aquello que tenía que ver con la muerte, la locura y la melancolía me parecía algo verdaderamente inefable. Mas todo aquello que tenía que ver con la vida, la unidad o la cordura me parecía una completa tontería. Quizá porque, tal y como era el mundo actual, resultaba demasiado común hallar este tipo de patrones en el resto. Sí, ellos querían vivir a toda costa, aunque no supieran por qué ni para qué; aunque sus vidas fueran una caricatura de pésima trama y terrible animación.

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Me siento abrumado y asqueado de la existencia de otros y más aún de la mía. Lo único que quiero ya es dejar de respirar y convertirme en un putrefacto amasijo que los gusanos devorarán gustosamente. Todo lo que es el mundo y lo que soy yo carece de sentido, pero ahora todo ha empeorado. La locura es mi único refugio y mis pensamientos se han tornado más insanos que nunca. Debo vaciar el revolver en mi cráneo con la esperanza de que, tras la muerte, no exista ya nada más. ¡Qué humano he sido hasta ahora! Pero, tras el impacto, quizá me convierta al fin en un Dios… O puede que nada de eso acontezca y que mi esencia únicamente se pierda en la más abismal oscuridad; ¡qué más me da! Mejor para mí, de hecho. Mejor que así sea; porque quizá, conociéndome, también me aburría de lo divino y terminaría siéndome tan indiferente como lo humano. El problema soy yo, está en mi cabeza. ¿Por qué? ¿Qué diablos está mal en mi interior que me hace regurgitar una y otra vez todo lo que es este mundo sacrílego y los inútiles monos que lo infestan? O puede que, de hecho, sean ellos quienes estén totalmente corruptos y equivocados…

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En realidad, no importa cuántos cambios se pretendan hacer. La realidad seguirá siendo la misma basura y nosotros los mismos mendigos existenciales cuya intrascendencia pareciera no tener límites y cuyos ominosos impulsos continuarán guiando nuestros absurdos caminos. Matarse es ya lo único que queda, acaso siempre fue así. Pero hemos sido demasiado necios hasta ahora pretendiendo que sirve de algo proseguir este ridículo peregrinaje en esta existencial vil y agónica. ¡Ya no más, por dios! ¡Que todo termine esta noche del modo que sea! No importa qué método, lo único que añoro con todo mi ser es no volver a saber nada de mí ni de este estúpido mundo al amanecer. ¡Que todo se disuelva en el inefable grito del suicidio! ¡Que todo sucumba ante el hermoso réquiem del vacío! Y que solo la locura de muerte impere para permitirme una inspiración final: devorar sus corazones en medio de la oscuridad perenne y destazar sus cuerpecitos después de haberlos arrastrado por todas las cloacas de esta inmunda ciudad que, de cualquier manera, ya está acabada.

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