¿De qué sirve aprender cosas, analizar teorías, leer libros, practicar virtudes, amar sin mesura, odiar con intensidad, volverse más sabio, permanecer ignorante, escribir poesía o filosofía, ser bueno o malo, vivir o morir, meditar o enloquecer, matar o matarse? ¿De qué sirve todo esto si al final seguiré siendo humano y moriré así?
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Nacer siendo humano y morir en la misma condición… Tal es el umbral que jamás podremos superar y el que impide cualquier evolución o sentido. Nuestra infame naturaleza nos condena y nada puede hacerse al respecto. Y ¡quién sabe si con la muerte podamos librarnos de ella al fin!
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La única certeza que tenemos en la vida, además de la muerte, es que no tenemos certeza de nada.
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Así como las moscas, molestas y nauseabundas, se aferran al excremento, de igual forma las personas se aferran gustosamente a su execrable existencia.
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El amor que te di era el que debía haberme dado a mí mismo. Cada acto o palabra tuya tan solo estaba enfocada a destruirme y lacerar aún más mi triste corazón. Por suerte, remedié todos nuestros errores quitándote la vida y luego quitándome la mía.
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Tan solo la locura o la banalidad nos esperan ponzoñosamente tras haber fallado en suicidarnos y vernos obligados a existir en esta pestilente realidad. Y es que, una vez concebida la idea del suicidio, ya nada ni nadie podrá volver a convencernos de que la vida es mejor opción que la muerte.
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La Agonía de Ser