En la sala de aquella humilde casa, las reprimendas hacia Emil eran severas. Su madre, indignada, se quejaba de la carencia de dinero y de “eso” que ya no quería hacer. Su padre, totalmente opositor a que su hijo continuase estudiando, argumentaba que sería mejor que se fuera a trabajar de una vez y que aprendiera a realizar cosas de artesanía, en lugar ir a perder el tiempo intentando cumplir sueños vacíos. Y ahora la situación había empeorado, pues, en lugar de aceptar la salvación de la filosofía empresarial que el director les ofrecía, el muy descarado bribón de su hijo quería ser artista. Solamente dios sabría con qué clase de gente se juntaba y qué tipo de locura seguiría a su endemoniada condición.
–De todos modos, este bribón nos ha mentido. Dice que va a estudiar y se la pasa dibujando quién sabe qué cosas. Además, aunque llegase a terminar su carrera, ¿cómo nos ayudaría un filósofo a mantener los gastos y a sobrevivir?
–El arte es solo una pérdida de tiempo. Quizá no quería creerlo, pero tu padre puede tener la razón. Tú nunca serás filósofo mientras sigas con esas malditas fantasías de ser pintor.
Emil, evidentemente, solo escuchaba. Era incapaz de siquiera dirigir la mirada hacia sus progenitores, aunque, en el fondo, le resultaba todo una vil patraña. ¿Cómo era concebible vivir en un mundo donde uno no puede hacer lo que quiera y ser lo que desea tan solo porque se debe vivir preocupándose por el dinero? Este mundo le parecía que no tenía sentido alguno. Se cuestionaba si realmente quería seguir existiendo de tal forma, pues nada importaba ya si no podía dibujar y pintar aquellos lienzos que tanto lo emocionaban. En todo caso, preferiría la muerte que existir de manera absurda.
–Pero aún hay una solución. No todo está perdido querido –afirmó la madre de Emil con cierta malicia.
–Ah ¿sí? Y ¿de qué se trata? ¿Finalmente comenzaremos a enseñar a este bribón la artesanía? –afirmó enconado su padre, mientras miraba a Emil con desprecio.
–No, no me refería a eso. ¿Recuerdas que el director habló sobre una vinculación con una empresa en la cual se podría trabajar siendo filósofo, tener un buen puesto e ingresos exorbitantes?
–Sí, desde luego que lo recuerdo, hasta a mí me emocionó la idea. Esa es la salvación para este hijo tan sinvergüenza que tenemos –espetó el padre de Emil, quien nada entendía de arte.
–Pues, si Emil se concentra en estudiar, podría llegar a postularse y quedarse con uno de los puestos. Lo que daría por eso, podríamos así viajar y tener un automóvil, también una casa impecable. Por fin diríamos adiós a esta maldita miseria y ya no tendría que hacer “eso” jamás –dijo su madre, suspirando y parpadeando tan ilusionada–. De tal forma que lo único que queda es aceptar la oferta del director, para que Emil se incorpore al mundo de las grandes corporaciones y se olvide de esas quimeras artísticas.
–Pero yo no quiero trabajar en un lugar como ese –exclamó el joven, temeroso y circunspecto ante sus amenazadores progenitores.
–¿Cómo que no quieres? No tienes otra elección. Todos tenemos que trabajar, esa es una ley, solo los holgazanes no lo hacen. Nada más eso faltaba, que ahora quieras ser un mantenido. Además, te hace falta ambición, hijo mío, tienes que pensar en nosotros.
Emil no entendía por qué razón debía él seguir ese camino que para nada le agradaba y que tanto emocionaba a sus padres. Para él, y aquí recordaba siempre a Filruex por la similitud de ideas, lo material y el dinero no significaba nada. Todo lo que deseaba era poder dibujar y pintar, crear y hacer arte; deslizar sus pinceles y aspirar ese embriagante olor tan fresco y propio de las pinturas. Quería pasar días enteros en sus lienzos, incluso sin comer ni beber, sin saber nada del mundo. Anhelaba poder irse muy lejos, a un lugar donde sus padres no pudieran seguir reprimiendo lo que amaba. Y, al final, volvía a su triste realidad, a ser un esclavo más del sistema sin poder dedicarse a lo que tanto amaba.
–Está bien, mujer. Le daremos otra oportunidad a este gazmoño de corregir el camino. Pero, si vuelve a errar, lo echaré de la casa yo mismo. De ahora en adelante, estará sumamente prohibido dibujar y hablar de arte y esas tonterías. Ya me iré a acostar, que mañana debo levantarme temprano y terminar unas cuántas cosas que dejé pendientes, además quiero llegar temprano para ver el fútbol.
–Ya escuchaste a tu padre, Emil –expresó su madre–. Él te ama demasiado, solo que quiere lo mejor para ti. Debes entender que el mundo es un lugar feo y que, para sobrevivir, tienes que renunciar a tus sueños.
–Pero yo no quería venir a este mundo, estaba bien sin existir. La culpa es de ustedes por haberme traído aquí –replicó Emil sollozando y alejándose hacia su habitación.
Una vez en su habitación, el pequeño artista sacó un folder viejo, gastado y mugroso, donde guardaba cada uno de sus dibujos. Comenzó a mirarlos detenidamente, uno a uno, desde el más vetusto hasta el más joven. Y recordaba todos los detalles de los momentos en que había tomado las pinturas y que de su imaginación habían brotado tan fantásticas obras. Y es que precisamente ahí, en su imaginación, Emil era libre. Sí, libre de sus padres, de las obligaciones escolares, de la preocupación por sobrevivir en un mundo miserable y vil como el humano. Emil vivía en un mundo de fantasía, trasladándose a eras desconocidas y entablando pláticas con los personajes que pintaba. Y ¡cuánto adoraba esos momentos de soledad en donde lo único que hacía era pintar y soñar! Se proyectaba hacia cósmicos escenarios, hacia mundos imposibles para el terrenal ser. Y, en su triste realidad, solo añoraba escapar, largarse muy lejos y vivir en las montañas, admirando la naturaleza, pintando, pensando, divagando, despejando su mente de toda la basura que abundaba en la sociedad moderna. En el más profundo recoveco de su alma, Emil sentía lo patética y banal que era la existencia, y se cuestionaba si verdaderamente el arte podría salvarle de aquella inquietante idea que le aquejaba desde hacía ya varias noches: la idea del suicidio. Recostándose rodeado de sus lienzos, prosiguió con sus reminiscencias de aquellos días…
Habían pasado ya algunos días desde que Emil se había unido al club de los soñadores declarados, le había sentado bastante bien. Filruex había puesto en su lugar al cara de perro con un fantástico gancho de izquierda, pues era zurdo, y ahora Emil podía tener su dinero y sus alimentos para sí mismo. Se le notaba otro semblante, o eso aparentaba, pues, en el fondo, seguía sintiéndose miserable e incómodo con una existencia de la cuál creía jamás poder librarse, quizá ni siquiera con la muerte.
–¿No te parece que en el mundo las personas son idiotas en su mayoría? A mí sí, ¡je, je, je! –preguntaba Filruex mientras compartía hierba con Emil, quien la aceptaba trémulo y desconfiado.
–Creo que ya había pensado en eso antes. Supongo que sí, todos se preocupan por bagatelas. Me gustaría que se apreciara más el arte, y es que cualquier cosa puede serlo si se hace con el corazón.
–Parece que también eres buen poeta.
–Antes me gustaba, luego lo dejé porque mis padres creyeron que sería una pérdida de tiempo. Ahora que dibujo, parece que tampoco les agrada demasiado.
–Eso es normal, pero, por favor, date una buena fumada que ya estoy queriendo de nuevo y no debo –exclamó Filruex sonriendo y alejando la pipa–. Como te decía, los padres jamás entenderán los sueños de los hijos, pues ellos mismos han inculcado en éstos los atavismos tan fútiles y deplorables que la sociedad se encarga de perpetuar para su propio bienestar.
Emil no sabía nada al respecto de la vida privada de Filruex, y, dada su timidez, no se atrevía a preguntar; sin embargo, sospechaba que cierta tragedia debía de haberle ocurrido. En poco tiempo, se había convertido casi en un hermano mayor para él, pues ambos despreciaban la vida y se sentían oprimidos por el nefasto mundo. Para ambos, la vida y la muerte parecían tener el mismo valor, o la misma repugnancia si se les miraba de otro modo. Emil veía en Filruex a un sujeto desinteresado, que no se preocupaba por hacer ni el bien ni el mal, que no seguía los patrones morales, sociales, religiosos o sentimentales que las personas mascaban con tanta presunción. Y él mismo, en sus desvaríos, creía que, en el fondo, no importaba lo que uno hiciese en el mundo, pues, de cualquier manera, todo estaba condenado al olvido, a la decadencia y a la miseria. Empero, todavía quería hacer arte, al menos eso le impediría llevar a cabo el propósito que se había estado fraguando en su mente durante las últimas noches, y que se había consolidado al platicar con los miembros del club de los soñadores.
–Te prestaré unos libros Emil, pero debes tener cuidado –musitó Filruex, con la voz afectada–. Creo que alguien como tú sabrá cómo lidiar con ellos.
–¿Libros dices? ¿Como los que lee Justis? Siempre he querido leer, es algo que no hecho y que pienso me ayudaría en mis lienzos.
–Así es. Emil. De hecho, pienso que las habilidades de los integrantes del club son sublimes. Más allá de la torpeza del mundo y del materialismo de las personas, existen ciertos dones que solo le son concedidos a unos cuántos, los cuáles deben luchar por llevar a cabo sus sueños, incluso si eso representa la muerte. Yo preferiría morir antes que no ser yo mismo, es algo que no podría soportar.
–¿Tú crees que dibujar puede llegar a ser una pérdida de tiempo? –se apresuró a peguntar Emil, mientras iba sintiendo los efectos de la marihuana.
–En ese caso, si dibujar es una pérdida de tiempo, ¿cómo podríamos representar a las demás actividades sin sentido que realiza el humano? Desde esa perspectiva, hasta vivir es una pérdida de tiempo, lo cual es casi seguro. Lo que me aterra es pensar si la muerte será igual de absurda que la vida, pues entonces, en ese caso, estamos en verdad suspendidos en un pésimo y aberrante abismo del absurdo.
–Me gusta tu forma de pensar. Sabes, yo me he cuestionado sobre el sentido de que yo esté aquí y ahora, pero prefiero no pensar más en ello.
–Por eso te quiero dar esos libros, solo que no sé dónde los dejé.
–Oye Filruex, yo estaba pensando…, ¿no es peligroso drogarse?
–Eso es lo que te han hecho creer, pero la verdad es que las drogas potencian tu actividad mental, ya verás lo bien que te sentirás y el impulso que tendrá tu cabeza. Y es como te digo, los músicos, artistas, escritores, poetas y psíquicos han consumido drogas de todo tipo, no te dejes llevar por la opinión del vulgo. Si bien es cierto que se debe ser precavido, vale la pena consumirlas sabiamente. Te aseguro que expandirán tu mente a un nivel que jamás pensaste, podría decirse que te acercarás a la máxima sublimidad en toda su magnificencia.
Nuevamente, al terminar de recordar, Emil no lograba conciliar el sueño, pues rememoraba los distintos pasajes y los fragmentos aparecían como grabaciones de película. Seguía sin entender por qué deseaba tanto conocer a ese joven de ojos verdes, por qué no podía desprender sus ojos de esos labios que cada vez le incitaban más deseos ocultos. Con cierto placer recordó justamente el libro que Filruex le dio en aquella tarde donde por primera vez probó una mínima porción de peyote. Había experimentado algo inverosímil e inefable mientras estuvo bajo los efectos de aquella planta sagrada, le parecía lo mejor que le había ocurrido después de dibujar. Últimamente, de manera bestial, había perdido el encanto por casi todo. En su reducido espacio de estudio, desacomodado y sobresaliendo entre los demás libros, destacaba uno cuyo título permanecía escondido entre los dibujos del joven disidente, pero cuyo autor era, al parecer, un tal AE.
…
En alguna otra parte de la ciudad, mientras aquel joven con sueños de artista dormía apaciblemente, una mujer intentaba concentrarse al máximo sin éxito alguno. Al parecer esa noche no sería la que podría auto hipnotizarse. Se trataba de Paladyx, aquella pelirroja con expansiones y rastas que seguía tan fervientemente el club de los soñadores. Su madrastra ni siquiera se había dignado en asistir a la junta organizada por el director, prácticamente no se hablaban. Lo único que recibía Paladyx de ella era dinero y nada más, ni siquiera los buenos días. Al igual que Emil, también ella rememoraba ciertos momentos que habían quedado plasmados en su mente…
–Y ¿desde cuándo nació ese interés tuyo en todas esas cosas raras?
–¿Tú crees que en verdad son tan desagradables?
–Desde luego que no, solo son raras en un mundo enfermo de cosas ordinarias. Las personas ya no buscan ser auténticas, sino ser parte de algo, aunque sea estúpido.
–Con razón eres amigo de Filruex, tú y él hablan igual.
–Sí, eso dicen todos los que nos conocen. Lamentablemente, yo no estaré en el club que quiere formar.
–Ah ¿no? Yo pensé que ustedes dos serían los dirigentes del cambio en la universidad, que iban a dedicarse a abrir mentes como Filruex siempre dice.
–Eso es lo que él dice, pero yo ya no soy tan optimista. Yo no creo tanto como él en este mundo ni en las personas, estoy cansado de los humanos.
–Algo en ti me hace pensar en un sujeto que conocí hace tiempo y que quería que me casase con él.
–Y ¿luego qué pasó? ¿Algo salió mal? –cuestionó Lezhtik, en tanto permanecía pensativo.
–Sí, todo estaba mal. Yo no lo quería, pero mi madrastra estaba aferrada a que yo estuviese con él tan solo porque era rico y según guapo.
Mientras Paladyx recordaba con cariño el periodo pasado en la universidad y las escasas oportunidades que tuvo para platicar con su amor platónico, su madrastra realizaba lo mismo de cada noche, eso a lo que la jovencita ya estaba habituada y que le impedía concentrarse en sus estudios, tanto propios como universitarios.
–¡Sí, más duro! ¡Eres una vil perra, golfa malparida! ¡Qué bien lo haces, más duro, hasta el fondo! ¡No pares, jodida ramera!
–Soy toda tuya, pero préñame, por favor ¡Hazme un hijo de una vez por todas, maldito cabrón!
Esas y más frases eran todo lo que Paladyx escuchaba cada noche en la soledad y el frío de su habitación. Su madrastra, una mujer de cuarenta años cuya frustración era ser estéril, la había adoptado cuando su madre fue acusada de cometer actos ilícitos. Cada noche se revolcaba con hombres más jóvenes que ella y parecía no saciar en su hambre sexual. En realidad, la verdadera madre de Paladyx había sido una muy famosa hechicera. Y todos decían que practicaba brujería y que había envenenado a su esposo, el cual falleció en extrañas circunstancias al descubrir y denunciar el mal que las grandes corporaciones estaban causando en el medio ambiente. No obstante, al no existir un organismo en el país que no estuviese corrompido y que regulara las actividades de dichas compañías, el padre de Paladyx fue expulsado de su empleo y, más tarde, cuando se negó a abandonar sus pesquisas en las comunidades marginadas y dañadas por la emisión de residuos contaminantes, simplemente desapareció sin dejar rastro.
Así, la madre de la chica fue culpada de este suceso y fue perseguida y torturada cruelmente por el sacerdote del pueblo, quien contaba con el apoyo de la policía local. Y, finalmente, la degollaron frente a Paladyx, quien era solo una niña de seis años. El único recuerdo que mantenía la ahora joven Paladyx de su madre era un amuleto sumamente precioso y raro que, según diversas fuentes, resguardaba no el cuerpo, sino el alma de su portador. Era un curioso artefacto de aspecto siniestro, pero imponente, supuestamente de origen tibetano y cuyo color principal era marrón, con pequeñas piedrecitas azules alrededor. Paladyx lo usaba siempre, en su interior había colocado el nombre del joven que le gustaba y a quien admiraba tanto, pero a quien nunca podría cuidar ni besar…
–Y ¿qué pasó entonces? ¿Cómo fue que te libraste de él?
–Fue extraño; de hecho, casi un milagro. Ese sujeto era bastante terco y mi madrastra lo adoraba. Cierta tarde en que yo volvía de la escuela, creí que nadie estaba en casa y me recosté. Proseguí a desnudarme en mi habitación, tan tranquilamente que no me percaté de que ese cerdo me espiaba. Para cuando advertí su presencia, ya se hallaba encima de mí, quería hacerme suya a como diera lugar.
Lezhtik parecía escuchar imperturbablemente. A decir verdad, casi ninguna situación lograba romper con su quietud, parecía tener muy bien practicada aquella silueta de indiferencia ante cualquier cosa. Nada lo inmutaba, se mantenía impasible siempre.
–Entonces fue que ya casi ese malnacido puerco lograba su cometido, pues era muy fuerte y a mí ya no me quedaban fuerzas, pero algo increíble pasó.
–¿Tuvo que ver con el amuleto que te obsequió tu madre?
–Sí, así es. De pronto, ese sujeto lo sostuvo entre tus asquerosas manos y yo traté de evitarlo por temor a que lo dañara. Sin embargo, unos cuántos segundos después de haberlo tomado, aquel bastardo cayó al suelo y comenzó a retorcerse mientras escurría sangre por sus orejas, su nariz y su boca, incluso la vomitaba. Además, se quejaba de fuertes dolores en el estómago y decía que algo lo estaba quemando por dentro.
–Y ¿se murió? O ¿acaso lo ayudaste? –inquirió Lezhtik, mínimamente interesado.
–Ninguna de las dos. En esos instantes apareció subrepticiamente mi madrastra, como si siempre hubiera estado ahí. Al observar la escena, descargó una bofetada contra mí aduciendo que era una maldita bruja al igual que mi madre y que mi destino sería el infierno. También mencionó que había perdido la única de oportunidad de ser feliz y de no tener que trabajar ni un solo día más. Mencionó muchas tonterías que ahora ya ni recuerdo, pero todas giraban en torno a lo mismo, a que ese sujeto era mi oportunidad de tener una vida cómoda. Yo rechacé sus palabras con furia y argumenté que la odiaba por haberme adoptado, que hubiera preferido morir. También dije que quería estudiar y que lo haría sin importar si estaba de acuerdo o no. Y ahora mírame aquí, siempre adoré la filosofía y la magia, pues han sido mis dos grandes pasiones.
–Ya veo, sí que tuviste suerte. Y quizás fue algo más aquello que te salvó. De cualquier manera, tienes un don y es muy especial, tú lo eres.
–¿En verdad lo crees? Eres muy amable conmigo, gracias. Desde que llegué aquí me sentí rara hasta que los conocí a ustedes. Y, como dice Filruex, no se trata de sentir que somos parte de algo, pues a final de cuentas nada ni nadie pertenece a nadie, sino de sentir que el club nos pertenece.
–Sí, eso es lo que Filruex siempre dice. Es un buen sujeto, me gustaría estar en el club para el próximo periodo.
–Y ¿por qué no lo haces? ¿Qué te lo impide? –preguntó Paladyx, pensando que podía persuadirle para que se uniese al club y así ella podría verle diariamente y tal vez…
–Porque yo no soy así, no me gusta estar en grupo. Tengo un mal presentimiento con respecto a lo que pasará el otro periodo. Creo que el nuevo orden del que todos hablan traerá solo opresión y necesito luchar a mi modo. Será mejor si yo me separo, tendremos dos frentes de batalla.
–Pero ¿cómo lucharás? Tú eres muy tranquilo, eres diferente a Filruex. No creo que puedas rebelarte como él lo hace.
–Así es, yo soy diferente. Tengo mis propias formas, ya verás que lo haré. En el momento más indicado, tendré las pruebas más contundentes. Pienso que estar solo me ayudará a escribir y a estudiar. Y, personalmente, no creo que exista agrupación, club, creencia o ideología que pueda guiar el camino del ser. Por esto y más es que he optado por separarme de ustedes y seguir a mi modo.
–Eres interesante, Lezhtik –afirmó la joven con un profundo suspiro–. Yo tan solo te pido que no dejes de verme, por favor.
–¿Que no deje de verte? ¿A qué te refieres con eso?
Paladyx enrojeció e inmediatamente corrigió sus palabras. Siempre había sido muy reservada en cuanto a sus sentimientos, y esta vez sentía no poder contener más lo que sentía. Pero es que en verdad Lezhtik le fascinaba de una manera que no se podía explicar. Ni ella misma entendía cómo podía gustarle tanto en todo sentido. No eran solo sus preciosos ojos verdes ni sus cabellos negros y rizados lo que la tenían más que hipnotizada, sino su inteligencia, su manera de hablar, su personalidad tan enigmática. Y, en resumen, absolutamente todo lo que Lezhtik era la cautivaba cada día más.
–Perdón, me refería a que no dejes de vernos. Quiero decir, no dejes de visitarnos. Aunque ya no quieras pasar tiempo con nosotros, al menos trata de vernos someramente de vez en cuando.
–Pues los veré todos los días en clase.
–Tú sabes que no es lo mismo. Filruex no está mentalmente ahí y yo físicamente tampoco, falto demasiado debido a las cosas que hay en mi cabeza. Justis se enfrasca en sus libros y Emil no para de dibujar. Nuestra única oportunidad de convivir es en las reuniones que se organizan en el club saliendo de clases.
–Pues intentaré darme unas cuantas vueltas. Además, tampoco quisiera dejar de verte.
–¿En verdad te gusta verme? Yo pensé que te caía mal, ¡ja, ja!
–Quise decir que no quiero dejar de verlos –corrigió Lezhtik en tono solemne, sonriendo y a la vez sonrojándose ligeramente cuando notó que Paladyx lo observaba fijamente.
En la oscuridad de su precaria recámara, Paladyx pensaba que quizá algo había unido a todos los integrantes de ese club, algo extraño y a la vez profético. Por otra parte, trataba de enfocarse en autohipnotizarse, pero todavía sin éxito. A ella, más que estudiar filosofía, realmente le apasionaba todo lo que tuviera que ver con lo paranormal. Se había fijado en Lezhtik porque éste sabía demasiadas cosas sobre estos asuntos, cosa que a ella le parecía increíble. Pensaba que jamás encontraría a alguien que pudiese escucharla y entenderla, pero ese joven de ojos verdes lo hacía. Platicaban de ocultismo, magia, parapsicología, chamanismo, brujería, telepatía, hipnotismo, clarividencia, entre otras cosas. A Paladyx le habían dicho que, por ser hija de una bruja, tenía grandes habilidades en esos campos, pero eso no le impresionaba. También había escuchado que una bruja no puede ser una verdadera clarividente, pero a ella le parecía que, si uno era sincero y puro de corazón, podía realizar eso y más. Extrañaba sobremanera escuchar la voz tan singular de Lezhtik y jamás olvidaría ese día en que sus labios se unieron, o esos paseos en donde solían fumar hierba y hasta llegaron a inhalar un poco de ese polvo blanco que a ella tanto la emocionaba…
–Y ¿las brujas también se enamoran? –preguntó Lezhtik en una tarde lluviosa en que paseaba con Paladyx.
–No lo sé. Tengo entendido que no; bueno, no muy seguido. Se dice que mantienen orgías con el diablo, pero son solo mitos. Las personas suelen ridiculizar aquello que no logran aceptar o que contradice sus creencias.
–En eso tienes razón, todo es siempre así. Supongo que sería un gran peligro que un conjunto de brujas decidiese ponerse en contra de la élite. Por esa razón todo ese tipo de conocimiento está siendo tachado de sánscrito.
***
La Cúspide del Adoctrinamiento