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La Esencia Magnificente XIII

El supuesto Klopt miraba a Leiter y palidecía. ¿Por qué? ¿Qué había en aquel joven ojeroso y enfermizo, raquítico y pequeño, cuyos ojos verdes y cabellos negros no conseguía dominar? ¿Era su mirada? ¿Era el inmarcesible fulgor con que refulgía su alma? ¡Sí, era eso! ¡Él tenía todavía alma! Pero ¿cómo era eso posible? Ya casi no existían humanos que poseyeran alma, ¿por qué él sí? El nuevo Klopt sintió miedo, una sensación terrible lo invadió al sentir una energía poderosa emanando de Leiter. No se trataba de una alucinación, era demasiado fulgurante el brillo de su mirada y la pasión con que defendía sus ideales. ¿No había sido sometido a un adoctrinamiento desde pequeño? ¡Sí, todos habían sido sometidos! Entonces ¿por qué demonios actuaba así? ¿Por qué era diferente? ¿Por qué rayos había logrado despertar de tal manera?

¿Acaso algo había funcionado mal en el proceso de moldeamiento? Pero ¡si lo habían mantenido vigilado todo el tiempo como al resto! El muy cínico todavía conservaba su alma y la hacía arder más allá de lo imaginable, además de que su mente estaba intacta pese a todas las distracciones y banalidades que constantemente lo bombardeaban. Lo único que acertó a pensar el nuevo Klopt fue que aquel sujeto era un enfermo. Sí, era una maldita excepción, un caso rarísimo, uno en miles de millones, quizás el único humano que no aceptaba la vida como algo trascendente. ¡Habían fallado entonces! Uno se les había escapado y debían actuar cuanto antes, o si no… Tal vez ese único humano rebelde tendría el poder de sembrar la duda en los demás y eso sería fatal, no podían permitir que más humanos despertaran.

Inmediatamente, el nuevo Klopt se calmó. Miró a Leiter y le pareció tan indefenso, tan reducido a una concepción errónea. Su anterior preocupación se disipó en cuestión de nada y una pendenciera sonrisa se dibujó en su rostro, casi desgarrándole la boca. ¡Era una tontería creer que los humanos despertarían! ¿Por qué se preocupaba por cosas que nunca pasarían? Lo único que debían hacer era liquidar a Leiter, a ese que se atrevía a pensar diferente del rebaño, a ese con el poder de la duda y la visión profunda, a ese cuyo nacimiento debió haber sido una blasfemia. ¿No se suponía que ya ningún humano tenía alma? En todo caso, no importaba. Nadie lo escucharía, a nadie le importaría saber cosas sobre el despertar, el complot para pervertir la realidad, el aniquilamiento de la creatividad y la imaginación, el control total de la ciencia y la tecnología, la eliminación de todo tipo de valores y de pensamientos propios. Cualquier cosa que no pudieran medir en un laboratorio o representar mediante una ecuación, no era aceptada como real por aquellos monos hambrientos de dinero y sexo. Cualquier cosa que exigiera algo más allá de lo que sus estrechas concepciones podían entender, era abandonada y desdeñada de inmediato.

Los humanos, en todo caso, estaban demasiado ocupados en sus importantísimos negocios, en sus corporaciones y sus lujosos y elevados edificios. A todos les fascinaba usar corbata y vestir de traje, asistir a reuniones y sentirse parte de la vida empresarial. Además, todo lo que podían ver era dinero y solo dinero. Vivían entrenando para hacer dinero todo el tiempo, pues en las escuelas era lo único para lo que se les educaba, y ellos lo aceptaban gustosos. A nadie le importaba algo tan básico como el aprendizaje de una ciencia humana que, aunque irrelevante, al menos representaba ya un progreso en su decadencia mental. Así, los humanos ahora estaban necesitados de bienes materiales, añoraban tener automóviles y casas en las mejores zonas, con muchos pisos y albercas.

Se les había enseñado bien a no cuestionar lo que la sociedad corrompida les impelía a hacer y a proteger aquello que los destruía, de tal forma que cualquiera que intentase un cambio era eliminado por los mismos a quienes intentaba despertar. En todo caso, ellos habían sido ya proclamados los amos, y los humanos estaban muy a gusto con sus asquerosas vidas como para aceptar un cambio. Se les enseñaba que debían cuidarse de los enfermos: humanos excepcionales con ideas diferentes que buscaban un supuesto despertar y que eran etiquetados como dementes y eran encerrados en manicomios con el fin de que no perturbaran la pseudorealidad pestilente de los monos parlantes. ¡A esos enfermos había que eliminarlos a cualquier precio, pues representaban lo malo en el paraíso infernal que era el mundo!

¡Cómo se desternillaba el nuevo Klopt con cada pensamiento que a su mente llegaba, pues sabía perfectamente que los monos odiarían el despertar que Leiter tanto ensalzaba! Sí, los humanos no querían saber de otra cosa que no fueran chismes de actores, resultados de partidos de fútbol, televisión, radio, noticias acerca de la moda y de los nuevos cantantes basura, consejos para mejorar la figura física, videojuegos y antros, entre otras cosas. Era curioso incluso cómo moldeaban tanto su apariencia física y le atribuían a esto una importancia bárbara, pues sabían que era lo único que podían mejorar dada su nefanda ignorancia y su carencia de espíritu. También se les había acondicionado para rechazar libros auténticos y autores realmente valiosos. Se les incitaba, en cambio, a fijar su atención en estupideces que no resaltaran la miseria espiritual e intelectual en que la humanidad se hallaba, pues no era conveniente que se propiciaran ideas tan extravagantes.

Y todo eso era gracias al magnífico trabaja que se realizaba desde que un nuevo ser aparecía en el mundo, pues se le atiborraba de basura a la brevedad, siendo los padres los encargados de acondicionar en primera instancia al pequeño, inculcándole toda clase de ignominias como el culto religioso, una postura política, el gusto por la estupidez que era representada por la televisión, el fútbol y los videojuegos. Desde luego, lo más importante, lo fundamental, lo que resultaba imprescindible, era que el nuevo ser se sometiera y adorara al falso dios: el dinero. Desde la infancia se le enseñaba que el dinero era lo más valioso que podía existir en este mundo aciago. Que él, al igual que el rebaño que lo rodeaba, debía hacer todo lo que pudiera para conseguirlo a toda costa, sin importar si tenía que pisotear, matar, humillar o pervertir cualquier clase de persona.

Así se conseguía enraizar en lo más profundo del ser la irrevocable idea de que el dinero era todo lo que debía buscar y que, si llegaba a obtenerlo, sería alabado y considerado como alguien exitoso. El nuevo ser aprendía entonces a convertirse en un cerdo ambicioso desde pequeño, codiciando todo lo que podía y consolidando un egoísmo de por sí natural en su condición humana y vil. Así eran ya todos los niños actuales: unos malditos parásitos que solo abrían la boca para ser alimentados por sus asquerosos padres y cuyo espíritu era extinguido cada vez con mayor prontitud.

Por supuesto, había otros tantos factores que intervenían en el proceso y cuya ausencia resultaba bastante peligrosa en el adoctrinamiento. El principal de todos ellos era la televisión, que idiotizaba y pudría a gente de todas edades, pero cuyos efectos más sobresalientes eran visibles en los menores. Luego, se tenía el consentimiento de la holgazanería por tratarse de un niño. Se les dejaba a los infantes perder el tiempo en absurdos juegos y en pasatiempos patéticos. Cabe destacar que, si de por sí los infantes eran los más inútiles de todos, el acondicionamiento multiplicaba por cien tal condición blasfema, convirtiéndolos desde pequeños en unos idiotas. Sí, esa era la triste, pero inevitable verdad. Los niños eran unos completos estúpidos al igual que la mayoría de sus padres, humanos ya corrompidos en grado excelso.

Por cierto, ni qué decir de los adultos, pues sus vidas eran las más mediocres y miserables que se haya observado alguna vez. Por supuesto que jamás querrían cambiar su modo de vivir, lo cual hizo que el nuevo Klopt se carcajeara. De los viejos ni hablar, eran un caso perdido, eran la parte de la humanidad más acondicionada y en donde mejor se podía ver el resultado del acondicionamiento que desde pequeño sufría el humano. Eran, en conclusión, la imagen perfecta del futuro que le esperaba a todo el resto de la manada más joven: ser viejo y absurdo. Y así, los humanos que ya habían terminado de estudiar, si es que lo hacían, se pasaban sus vidas trabajando para obtener dinero, lo cual apreciaban como algo notable y se enorgullecían de sus patéticas acciones. Su ritmo de vida se basaba simplemente en despertar cada mañana para enfrentar una nueva jornada absurda, desayunaban si podían y sufrían desgracias en el transporte público o soltaban maldiciones en el tráfico. Luego su día transcurría en el trabajo, realizando labores que enriquecían a empresarios solamente, percibiendo un salario ínfimo y aceptando las migajas del pastel.

Sin embargo, tal situación les producía felicidad, especialmente el día de la quincena, pues iban gustosos a retirar su salario y a sentir que eran recompensados por su vida superflua. Para todos había un modo de idiotismo: algunos se emborrachaban cada fin de semana, otros decidían mirar el fútbol, otros soñaban con viajar y conocer lugares banales, otros más añoraban adquirir bienes materiales o casarse y formar una familia. Para cada humano el mundo tenía un consuelo, un aliciente que le hacía seguir vivo, aunque realmente no existiese una razón para ello. Llegaban a sus casas por la noche, si es que lo hacían, para pelear con sus parejas y encender el televisor hasta dormirse. En las madrugadas tenían sexo para sentirse menos vacíos y desesperados, creían que unir sus maltrechos cuerpos era la máxima prueba de amor y realizaban promesas que jamás cumplían. El placer sexual les invadía a tal punto que, en lo más profundo de su ser, adoraban la prostitución y la pornografía tanto como el materialismo y el dinero, aunque socialmente lo condenasen.

Realmente no había ninguna razón para que un mundo así continuase existiendo, entonces ¿por qué sus habitantes se aferraban tan funestamente a vivir? ¿Qué maldita terquedad hacía que quisieran prolongar el sinsentido de sus vacías, miserables y efímeras vidas? Y Leiter ¿creería que lo escucharían? ¿Se podía ser tan iluso? Todavía mejor sería si su deseo se cumpliese, ¡que lo escucharan! ¡Sí, que lo hicieran! De ese modo, podrían acabar con él por ridiculizar los supuestos valores que la sociedad sostenía. Aquel que intentase un cambio en los infectos monos debía estar preparado para sentir el rencor de toda una raza de imbéciles. Solamente alguien con un poder divino podría, tal vez, disipar la vileza de los humanos. En gran medida esto cuadraba con el comportamiento del dios bíblico, pues en lugar de corregir a los humanos ya corrompidos, prefirió destruirlos por completo y comenzar desde cero.

Muy posiblemente él sabía de la imposibilidad para purificar a seres tan envilecidos, de las enormes dificultades con que tendría que lidiar para extirpar la avaricia, la perfidia, el egoísmo y demás malicia enraizada en aquellos insensatos, y por eso decidió algo más sutil, más adecuado: la erradicación del humano por el bienestar del planeta. Incluso, era concebible que dios hubiese renunciado para siempre a un nuevo comienzo, que hubiese perdido la esperanza en esta raza retrógrada y se hubiese suicidado. ¡Era una reminiscencia de aquellos murales en aquel templo subterráneo! Y ¿si hubiese sido el mal quien venció al bien y engendró al mono blasfemo?

El nuevo Klopt no podía dejar de reír mientras todo ese flujo de ideas se mezclaba horrorosamente en su cabeza. Posteriormente, continúo con sus reflexiones, preguntándose tantas cosas más, pero, sobre todo, se desternillaba al figurarse la cifra de cuántos humanos podrían lograr ese despertar del que tanto hablaba Leiter. Quizá serían uno o dos, o hasta cinco o siete, máximo diez. No existía forma de que lo consiguieran, estaban acabados. Los humanos acondicionados estaban acostumbrados a su miseria y la tomaban como un principio. Todos negaban que el mundo estuviera cada vez peor o que la vida no tuviera sentido. En sus delirios, afirmaban que la vida era valiosa y que el sentido se hallaba en sus hijos o familiares, en viajar o en hacer lo que les gustaba. Algunos imbéciles incluso afirmaban que el sentido de la vida era ser feliz, ¡vaya batahola de zarandajas! Era evidente que ninguno se percataría jamás de que habían dejado de ser ellos mismos hacía tanto tiempo, de que quizá jamás lo fueron. Ahora todos eran producto de la sociedad, de la pseudorealidad y de intereses más profundos que ellos nunca dilucidarían. Vivían de acuerdo con los ideales de otros y así se sentían bien, solo era necesario brindarles todos los instrumentos de placer terrenal ya antes mencionados para que se entregaran en absoluto a la vida absurda.

Por otra parte, el nuevo Klopt sabía que los humanos no buscaban libertad, cosa que Leiter se empeñaba en recalcar y ofrecer. Era una tontería ofrecer tal cosa en un mundo donde los mismos esclavos se colocaban las cadenas. Y es que eran esclavos de tantas cosas que ni siquiera reencarnando eternamente podrían librarse de todos sus impulsos y excesos. Además de la vida absurda que el nuevo Klopt entendía perfectamente en aquellos monos, acondicionados para trabajar y recibir dinero, estaba el hecho de que se les influenciaba a adquirir cosas que no necesitaban para satisfacer su deseo de sentirse superiores materialmente. Todos los humanos buscaban aparentar algo que no eran, matizar su estupidez y su vacío con cualquier cosa. Les encantaba su esclavitud, pues no sabían qué hacer con la libertad. En cuanto llegaban a sentirse libres, se enfurruñaban y entregaban sus manos al mejor postor para que colocara las esposas.

No sabían ni querían vivir sin dinero y sin materialismo, pues los enorgullecían esos elevados edificios, los automóviles caros y pertenecer a corporaciones de talla mundial. Y así, se atrevían todavía a continuar alimentándose y respirando el aire contaminado de su mísero planeta. Sus ideales más supremos consistían en casarse y tener hijos, que acondicionarían y convertirían en unos esclavos de la pseudorealidad como ellos lo eran. El ciclo se repetiría una y otra y otra vez, perpetuándose hasta el infinito, prolongando ominosamente el error humano, la esclavitud más execrable, el control total de la mente y la defunción absoluta de la espiritualidad.

Pobres humanos que creían ser la creación de un dios, cuando a lo más eran el excremento o el vómito de una infamia. Pobre Leiter, tanto anhelaba el cambio y seguía sin comprender que le hablaba a la pared. Incluso, era más sensato intentar convencer a una piedra de sus ideales que lidiar con la hueca esencia humana, tan envilecida y acondicionada. Pero el nuevo Klopt reía, sabía todo eso y mucho más. Y, con cada nueva idea, sus risas incrementaban en intensidad, casi se doblaba debido a la gracia que le ocasionaba vislumbrar a Leiter conversando con el mundo y siendo ignorado y asesinado por éste. Sin embargo, repentinamente el nuevo Klopt se calló y se desconcertó en su interior. Miró a Leiter y suspiró, se puso mudo y pálido. Realmente esas ideas, todo lo anterior, todos esos razonamientos y ese conocimiento ¡No eran suyos! ¿Entonces? ¡Ya lo sabía: eran de Leiter! ¡Maldita sea, él se había metido en su cabeza! O ¿no? ¿Qué estaba ocurriendo en su interior? ¿Acaso era…? ¡Imposible? ¿Era el viejo Klopt? ¿Intentaba despertar la personalidad subyugada? No podía creerlo ni aceptarlo. Se arrojó al suelo y quería arrancarse la cabeza.

–¿Te encuentras bien? Pareces algo confundido –dijo Leiter, acercándose a su antiguo amigo, un tanto temeroso.

–¡Yo no soy ese inútil! Quiero decir, que yo… –expresó Klopt como luchando por el dominio, como si dos personas mantuviesen un conflicto en su interior.

–¡Klopt, sabía que estabas ahí en alguna parte! ¿Puedes oírme? –preguntó Leiter, colocando su mano sobre el hombro de aquel, pero estaba ardiendo.

–¡No te acerques, por favor!

–¡En verdad eres tú, amigo! ¿Qué te han hecho?

–¡Vete, ahora mismo! ¡Por favor!

El cuerpo de Klopt parecía fragmentado, emanaba un vapor abominable de él y, en su rostro, se reflejaba una lucha infame. Una parte de su rostro desobedecía a la otra, se contradecía y expelía maldiciones al tiempo que se disculpaba con Leiter. Incluso, sus cabellos se tornaron de colores distintos y sus manos se atacaban entre sí. Leiter miraba impávido el espectáculo, buscando la manera en que podría salvar a su amigo, uno de los pocos en quien podía confiar, acaso el único. No, tenía a Poljka y a Pertwy también, aunque ellos no eran como Klopt, pues él se había percatado por sí mismo de la verdad y eso lo hacía especial. Klopt había sido un ser acondicionado y execrable, un humano más, absurdo y adoctrinado, pero había reflexionado gracias a las palabras de Leiter y había otorgado poder a esa duda, misma que creció y se desarrolló hasta retirar la venda que cubría sus ojos. ¿Cuántos más podrían, tras cuestionar todos sus principios y valores hasta ahora inculcados, realizar un despertar así? Por eso Leiter no podía permitirse perder a Klopt, era su único amigo verdadero.

–Saldremos de esta, Klopt. No sé qué diablos te hicieron, pero debes recordar todo lo que has dudado, todo lo que has cuestionado y el maravilloso momento en que supiste la verdad.

–Leiter –exclamó de pronto Klopt, cuando el conflicto interno parecía encarnizarse más que nunca–. No tienes idea de lo que me hicieron allá abajo.

–¿Quiénes? ¿Dónde? ¿Acaso fue…? –y Leiter palideció.

–Cómo quisiera poder contestar a todas tus preguntas, darte todos los detalles, explicarte todo lo que vi, el martirio por el que atravesé al estar en sus manos.

Klopt comenzó a escupir sangre mezclada con una sustancia parecida a la pus. Por sus orejas escurría un líquido verdoso que apestaba a azufre.

–Klopt, no puede ser que esto te destruya, no debes renunciar.

–Leiter, no hay ya nada que se pueda hacer. Si no acaba ahora, ya no volveré a ser yo mismo nunca. Esa es la verdad, es la maldita toxicidad que impera ahora en mí. Escucha, amigo –sentenció engrosando su voz, la auténtica–, algo horrible y vomitivo pasa allá abajo, pero ya no me queda tiempo para darte los detalles. Solo debo decirte que tenías razón, ¡siempre la tuviste! El investigador desaparecido, tus sospechosas sobre este lugar, los colores que percibías en los contornos de los jefes de área, todo es correcto. Leiter, tienes que detenerlos, todavía no es demasiado tarde, debes hacerlo. Quisiera decirte cómo, quisiera ayudarte y luchar, pero ya es tarde para mí. Solo quería decírtelo antes del fin. Aunque estés loco y seas una minoría de uno, tienes la razón de tu lado ¡Tienes la fuerza de la verdad que siempre refulgirá sin importar las tinieblas! ¡Aférrate a esa verdad y denuncia la maldad que aquí reina! ¡El doctor Lorax es el principal elemento de esta oscura maquinación, cuídate de él! ¡Todos los investigadores son solo cascarones…!

–Pero Klopt, ¿por qué me dices esto ahora? ¿Es que acaso tú…?

–Leiter, no me queda mucho tiempo… Lo que me hicieron es horrible, jamás pensé que tuvieran tal poder, pero así es. Leiter, ellos fragmentaron mi personalidad, me humillaron y me encerraron en una diminuta parte de mí mismo. No sabes la angustia y la tremenda desesperación que he sentido. ¡No sabes, no te imaginas! –gritó como un maniático Klopt, llorando incluso sangre.

–Klopt, lo lamento tanto, todo fue mi culpa. Tú eras normal, yo te metí en esto.

–No digas tonterías, estoy feliz de haber despertado. Pero ellos tienen tanto poder, tanto que no te imaginas. Lo que me hicieron lo pueden hacer con cualquiera, su tortura va más allá de la muerte física, ¡es terrible! –expresó Klopt, profiriendo un grito inverosímil–. Ellos suplantaron mi identidad, me arrebataron el control de mi cuerpo y mi mente. Desde ese día he estado preso en esta oscuridad sin fin, en este silencio abominable y pavoroso, extraviado de mí mismo. Alguien me controla, alguien ocupa mi cuerpo ahora, y no sé cómo recuperarlo, quizá ya no pueda. Siento que he muerto y que existo solo como esencia, una que vaga perdida en mi interior, destinada a contemplar cómo usan mi cuerpo para realizar acciones deplorables. Ya nada puede salvarme, estoy muerto de cualquier manera. No obstante, debo decirte que Poljka, que ella y los jefes de área, que esa mujer es…

Entonces ocurrió un hecho atroz. Klopt enloqueció y Leiter contempló cómo, con una fuerza sobrehumana, se sacó los ojos y se arrancó la lengua, como si ya no pudiera resistir más la intensa batalla en su interior. Acto seguido. besó a Leiter con brusquedad en los labios, sin que éste tuviera tiempo de reaccionar en lo más mínimo, pues estaba pasmado ante la escena. Gimiendo como un demonio y ensangrentado, lo que quedaba de Klopt fue a estrellarse contra la malla eléctrica que cubría el supuesto bosque. Así, un tropel de chispas se observó mientras la electricidad recorría su cuerpo. Al fin cayó todo maltrecho y ensangrentado, bramando como una criatura inhumana y gritando: ¡devuélvanme mi alma! ¡Devuélvanme mi mente!

Leiter enmudeció y quedó en trance, no podía mover un solo músculo de su cuerpo, estaba ensimismado hasta el copete. Su mejor y único amigo, aquel que primero había sido su principal rival, había muerto. Mejor dicho, se había suicidado frente a sus ojos, afirmando sin cesar que su alma y su mente habían sido reemplazados, que su personalidad había sido fragmentada, y que su cuerpo había sido ocupado por algún extraño impostor. Leiter se desmayó con la boca batida de sangre tras aquel extraño ósculo, aunque con una agradable sensación, la misma que experimentaba con Poljka. Colapsó de nueva cuenta y no supo nada de la realidad hasta dentro de dos días. Muchos, cabe resaltar, lo daban ya por muerto. Quién sabe qué otras maquinaciones, además de lo que Klopt murmurara a Leiter, se estarían llevando a cabo en aquella parte oculta de Las Tres Luces de la Verdad. Lo que era un hecho, es que el doctor Lorax y sus secuaces estaban implicados en todo eso. Y también, por supuesto, aquella hermosa doctora de la cual, desafortunadamente, Leiter se hallaba locamente enamorado.

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La Esencia Magnificente


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