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La Esencia Magnificente XVIII

Fue entonces que el tiempo se sintió distinto para Leiter, cuando sospechó que se hallaba preso en su interior, pero no lograba algo más que expeler un eco mortecino. Fuera de él estaba ese mundo que miraba en los espejos que lo envolvían, ese que describía una y otra vez entre murmullos sibilantes. Una nueva personalidad lo había reducido y conminado al abismo infernal donde padecería por la eternidad, donde presenciaría cómo se convertía en uno más de aquellos humanos absurdos, y todo sin que pudiese intervenir en lo más mínimo. Así pasaron los días para Leiter, pues, aunque conservaba intacta su consciencia, sentía como si hubiese sido reducido al mínimo, reemplazado por una entidad hostil que habitaba su mismo cuerpo, que había tomado absoluto control de su mente. Se sentía aprisionado en los confines de su propio ser, justo donde nadie podía escucharlo y donde no existía ninguna puerta por la cual pudiese huir. No había luz ni esperanza, nadie sabría jamás de su agonía. No importaba cuánto gritase o se esforzase, de ninguna manera podía alzar su voz tan fuerte como para que fuese tomada en cuenta.

Pero los días pasaron y el entusiasmo de Leiter iba menguando, así como la reducida porción de alma que creía todavía poseer. Si las cosas continuaban de ese modo, terminaría por extinguirse en el olvido de su propio ser. Necesitaba, a toda costa, destruir aquel impostor que controlaba su cuerpo y su mente. Por uno de los espejos que lo rodeaban en aquella cárcel interna pudo, al asomarse, observar todas las acciones que realizaba su otro yo artificialmente diseñado para ocupar su cuerpo. Notó que no poseía ninguna forma tangible, sencillamente se percibía, pero no existía como tal. ¿Qué rayos significaba esa sensación tan sofocante y angustiante de no existir? ¿Por qué creía que se hallaba encapsulado en una prisión eterna flotando en medio del vacío? ¿Esto era lo que había en el interior de todas las personas? ¿Qué demonios le había hecho el doctor Lorax con aquellas execrables jeringas? Lo único que Leiter conservaba eran sus pensamientos, incluso se convenció de que ahora él era solo eso, quizá solo un ínfimo fragmento pensamiento que se desvanecería paulatinamente hasta desaparecer. Le entristecía observar la vida tan vacía que llevaba su yo impostor, quien actuaba mecánicamente y limitaba al máximo sus relaciones.

La amargura y la negatividad se apoderaban de sus reflexiones. ¿Qué pasaría con su existencia? ¿Podría morir siendo alguien que no era? Le aterraba la idea de desaparecer por completo y que su cuerpo fuera utilizado por quién sabe qué entidad insana con propósitos asquerosos. ¿Qué pasaría con su familia, sus padres y con todos aquellos que lo conocían? ¿Acaso el impostor se relacionaría con ellos y aprendería a imitar al pie de la letra tanto la voz como las expresiones y hábitos propios de su persona? Mientras se preguntaba todo eso sentía que, si se rendía ahora, si se daba por vencido en esos momentos, entonces se produciría el quiebre. Aunque podía parecerle insignificante el lugar que ahora ocupaba en él mismo, mantenía la firme convicción de que aquella personalidad implantada no podría suplantarlo por completo. Leiter representaba, incluso sin existir como tal y estando preso en su interior, una ínfima porción que se mantenía inconquistable, inmaculada de las garras espantosas de ese otro yo implantado. Si tan solo hallase el modo de escapar, la manera de solicitar auxilio, si tan solo Poljka…

Eso era, la respuesta había llegado más pronto de lo esperado. Quizás ella podría ayudarle, tal vez el vínculo que compartían lo salvase. Luego, tras reflexionarlo, cayó en cuenta de las últimas palabras del doctor Lorax, las cuales versaban sobre la fabulosa participación de Poljka entregándolo y apoyando incondicionalmente los maléficos planes de aquellos seres infames. Leiter no podía creer que Poljka fuese uno de ellos, pero quizá ya no importaba. Desde que todo aconteció no la había vuelto a ver, seguramente se estaría escondiendo por miedo o estaría esperando a que la transición se completase. ¡Por supuesto! Se estremeció violentamente al colegir una idea que hasta ahora no había surgido. ¿Qué tal si el proceso no estaba terminado y solo era un paso intermedio? ¿Qué tal si lo estaban usando como recipiente y, por ahora, solo querían destruir lo que quedaba de él, los restos de su auténtica esencia, en tanto su cuerpo y su mente se convertían en meros cascarones, en recipientes auténticos para que otro, la auténtica nueva personalidad, venida quién sabe de dónde, de qué dimensión o universo, pudiera apoderarse completamente de lo que otrora fuese él? ¡No podía permitirlo!

Por otra parte, en su cueva, Pertwy no conseguía descansar, a pesar de ser ya la 1 de la madrugada. Tomó un poco de agua que recolectaba del arroyo y se enjuagó los ojos, en tanto procedía a levantarse de su supuesta cama, la cual era solo una madera carcomida. Sin perder el tiempo salió en dirección hacia el centro, pues tenía un raro presagio y el corazón le palpitaba como nunca. Su plan era sencillo: se introduciría en el conducto de ventilación que se extendía por todos los departamentos y laboratorios, buscaría minuciosamente el concerniente al doctor Lorax y se dejaría caer, con el fin de averiguar tanto como éste ocultase sobre el centro. Necesitaría ser muy cuidadoso, nunca se sabía si alguien se quedaba oculto para continuar con sus investigaciones. Luego de una larga espera, retiró la reja que obstruía el paso hacia el conducto de ventilación.

Aunque nervioso, se movió con prontitud, ascendiendo y serpenteando por todos aquellos tétricos pasadizos, explorando departamentos en los cuáles jamás había estado, percatándose de que eran más sujetos de los que imaginaba los que se quedaban a escondidas en la madrugada, prosiguiendo con sus investigaciones. Por suerte, todos parecían bastante entretenidos y nadie osó siquiera apartar la mirada de sus cuadernos y mediciones. Anduvo así Pertwy cerca de hora y media hasta que se desesperó. Desahuciado por la imposibilidad de hallar el cubículo del doctor Lorax, caminó hacia cualquier lado, quizás incluso se vería forzado a pasar la noche en esos sucios conductos, no tan distintos a su fétida cueva. Luego, hasta sus oídos llegó un susurro malévolo, así que decidió avanzar y guiarse por el influyente sonido, hasta que se topó con una salida, o al menos eso parecía. Al asomarse por la reja observó lo que parecía ser una reunión clandestina.

En la horripilante habitación se llevaba a cabo una especie de conferencia entre siete personas, todos varones, siendo la voz ronca que lo había hipnotizado proveniente del que aparentaba ser el jefe de aquella pandilla infernal. Grande fue la sorpresa de Pertwy cuando, tras analizar más detalladamente la escena, en parte ayudado por los candelabros que acababan de encenderse en el cuarto, averiguó con disgusto los nombres y rostros de los ahí reunidos. ¡Eran los siete jefes de área! Eran los profesores más prestigiados de todo el centro, los que más artículos publicados tenían y los que mejor fama preservaban a nivel internacional. Además de las oscuras batas que todos lucían, ostentaban una rara corona con dos enormes cuernos. ¡Qué repugnantes lucían aquellos sujetos! Sus rostros emanaban una especie de ironía malévola que Pertwy no podía tolerar.

–Por eso les digo que no deben preocuparse más por ese funesto asunto, puesto que ya ha sido realizada con éxito la fragmentación de la personalidad en aquel pobre desdichado –afirmaba el doctor Lorax, casi al borde de la locura.

–Sí, eso ya nos ha quedado claro –replicó el profesor Heso con sarcasmo–. Lo que tratamos de averiguar es si no ocurrirá lo mismo que pasó con ese otro sujeto.

–Así es, no podemos fiarnos de herramientas incompletas como tus supuestas jeringas alteradoras de la personalidad –sentenció el profesor Agchi, presuntuoso y envidioso.

–Ya les dije que no deben preocuparse, parecen no comprender que he mejorado yo mismo el suero.

–Entonces ¿cómo es que el anterior sujeto logró recuperar su alma? –inquirió descontento el profesor Zury, siempre inconforme–. ¿No habías mencionado en aquella ocasión exactamente las mismas palabras? ¿Qué falló? ¿Qué garantiza que ahora no ocurrirá de nuevo otra deficiencia de similar envergadura?

–Indudablemente, son unos tercos –afirmó el profesor Lorax golpeándose la mitad del rostro y escupiendo, hablando con dificultad, dándose intervalos en los que su voz parecía variar inexplicablemente.

–No somos tercos, tan solo mírate a ti mismo –adujo el profesor Faryo, aquel obeso asqueroso y depravado sexual–. Pareciera que conservas una parte de tu personalidad pasada.

–¡No es cierto! –expresó con encono el profesor Lorax, mirando de reojo a cada uno de los miembros del execrable comité–. Ya les dije que, si estoy así, es porque implanté otra personalidad más poderosa en mí mismo, la cual estoy tratando de doblegar. Y, cuando al fin lo consiga, terminaré más poderoso que nunca.

–Sí, como tú digas –le interrumpió el profesor Timoteo–. Pero no podemos poner en peligro un proyecto que tantos eones nos ha costado, que hemos trazado durante tanto tiempo.

–¡Les aseguro, insensatos herejes, que nada pasará que arruine nuestras esperanzas de resucitar por completo! Solo esperemos un poco más…

–Bien, asumiendo que te encargues de eso, tal como siempre te encargas de todos los detalles –prosiguió el profesor Nandtro–, ¿cómo piensas lidiar con los sujetos de la siguiente estancia? ¿No se supone que ya teníamos la energía suficiente para despertar la esencia magnificente?

–Nandtro, ¡qué ingenuo! –repuso Zury con malicia–, es más complicado de lo que te imaginas. Alguien como tú ya debería saberlo. Lorax hace lo que puede, aunque no sea suficiente.

Un cuchicheo comenzó entre todos los miembros, entre aquellos siete pestilentes seres, cuyo hedor casi hacía desfallecer a Pertwy, quien a su vez se limitaba a permanecer oculto y escuchar atentamente la ominosa charla que se llevaba a cabo. No obstante, había aún demasiadas cosas que no le quedaban claras para nada, ni tampoco entendía a qué venía tanto misterio y tantas alusiones a cosas sobrenaturales. ¿No se suponía que se hallaba en un centro de investigación científica? ¿Por qué sospechaba que aquellos infames profesores, doctores en ciencia, estaban enganchados hasta el copete en temas esotéricos y mágicos? Particularmente, le atrajo la inusual conducta del doctor Lorax, con sus desconcertantes cambios de voz, de humor y hasta de apariencia. ¿Quién era realmente ese funesto ser? Y ¿quiénes eran los otros 6 profesores en el fondo? Evidentemente, no se trataba de los tipos con los que diariamente los ayudantes y demás investigadores se relacionaban. Tras una breve pausa, el coloquio continúo, estableciéndose un ambiente mucho más sombrío, incluso hasta Pertwy alucinó con sombras que revoloteaban en el cuarto y cuyo eco incisivo y malicioso parecía lacerar su interior. La maldad que le hacía rechinar los dientes provenía, en su mayor parte, del doctor Lorax, ese con aquellos iridiscentes cuernos inmensos coronando su cabeza.

–Solo para aclararlo, diré que el caso de Bolyai fue algo excepcional –argumentó con determinación el doctor Lorax, recuperando esa voz ronca que al comienzo utilizó–. Sé que todos aquí me culpan por ello, pero ni siquiera yo mismo puedo explicar cómo aconteció. No creo todavía que se haya tratado de un error en los sueros, aunque desde entonces he reforzado la fórmula, ni tampoco establezco una vinculación directa entre el tiempo que pasó tras la primera y la segunda tanda de jeringas. Todo el proceso se había llevado perfectamente, demostrando su funcionalidad en la gran mayoría de los casos, como ustedes mismos han podido comprobarlo durante tantos años.

–De alguna forma, él consiguió lo imposible: recuperó su alma y su consciencia tuvo el poder para expulsar la personalidad ficticia y tomar el control antes de que se produjera la parasitación espiritual –expresó el profesor Agchi.

–Quizá su fuerza de voluntad era indoblegable –colegió con amargura el profesor Zury, furioso y nervioso a la vez–. En cuyo caso queda demostrado que, con una gran voluntad, se puede ser uno mismo.

–¡Tonterías! –exclamó el profesor Heso–, ¡solo dices tonterías y nada más! Sería conveniente que te callarás por el resto de esta absurda reunión.

–Por supuesto que fue un error en los cálculos de la fórmula, pues hasta la más mínima alteración en el clima o en el proceso de vaciado podría haber afectado la operación –indicó pensativo el profesor Nandtro.

–Pero con un hombre como Lorax eso no debería ser un factor –adujo el profesor Agchi nuevamente, con una mirada ahíta de envidia–. Al menos que sus sueros verdaderamente no sean tan efectivos como afirma con tanta vehemencia.

–¿Te atreves a cuestionar la autenticidad de mis procedimientos? –preguntó con furia el profesor Lorax–. Se trata de métodos antiquísimos basados en una amplia gama de conocimientos esotéricos y científicos, desde luego que son poderosos y efectivos. Aunque me niegue a creerlo así, ese maldito de Bolyai pudo haber despertado por segunda ocasión, dada su gran voluntad y su incansable determinación.

–Tengo mis dudas, aunque existe una gran posibilidad de que así haya sido. De cualquier modo, no creo que este nuevo espécimen consiga lo mismo, puesto que estaríamos en serios problemas. Bolyai fue un sujeto como ningún otro, es imposible que continúen existiendo humanos como él.

–Tienes razón, Faryo –interrumpió esta vez el profesor Timothy, deseoso por verter su opinión en el asunto–. Sin embargo, todavía no podemos estar absolutamente seguros de que el proceso concluyó satisfactoriamente en ese sujeto llamado Leiter. Creo que debemos monitorearlo con mayor ahínco, solo así estaremos seguros de que nada ni nadie continúa oponiéndose a nuestra voluntad.

–Bueno, bueno, prometimos no volver a tocar el tema de Bolyai y henos aquí, discutiendo de nuevo por culpa de ese malparido –arremetió golpeando la mesa el profesor Zury.

–Será imposible olvidarnos del caso Bolyai, pues ha sido sumamente emblemático e ilustrativo –afirmó el profesor Lorax, tapándose la mitad del rostro y golpeándose como un alienado–. A pesar de todos los problemas que nos ocasionó, sirvió para estudiar y obtener mejores resultados en nuestros métodos. Si bien es cierto que hasta ahora nada hemos logrado dilucidar sobre el por qué logró despertar por segunda vez y por qué no pudimos fragmentar su personalidad y absorber su alma, seguimos poseyendo la única evidencia posible: los últimos documentos que escribió. Y, en tanto, proseguimos con nuestras pesquisas, aunque ya muerto no nos dice mucho.

–No debemos preocuparnos por eso, siento como si esta reunión estuviese cayendo en lo mismo que todas las demás –asintió con tristeza el profesor Nandtro.

–Cierto –lo apoyó el profesor Heso–. Además, se supone que por la muerte ya no deberíamos de preocuparnos, pues nuestro proyecto, una vez que La Máxima Aurora esté completada, nos permitirá regir en la vida y en la muerte también, ¿no es cierto, colegas?

–Aún hay demasiado que debemos hacer antes de que eso pase, especialmente con respecto a la energía –afirmó el doctor Lorax, escéptico ante el entusiasmo general–. Necesitamos más energía espiritual antes de poder liberar la esencia magnificente. Claro que ese será solo el comienzo, pues controlarla será la más sublime tarea que alguna vez se haya realizado. Debemos estar preparados para lo que sea, no podemos desaprovechar su poder. Esto es por lo que hemos preservado nuestros cuerpos y hemos tomado prestados los de tantos que han atravesado inocentemente las puertas de este centro con la falsa esperanza de hacer ciencia y de ayudar a la humanidad.

–Profesor Lorax, permítame solo una disquisición al respecto –expresó con voz lastimera el profesor Agchi–, todo eso suena fantásticamente bien, pero, si todo falla, ¿a dónde iremos? No quiero ser pesimista; empero, bien sabemos acerca de la magnitud de las fuerzas con las que estamos lidiando. En particular, considero que no habrá escapatoria si no la controlamos adecuadamente, y sobre todo si su poder es mayor al supuesto por todos los cálculos. Incluso ahora creo que no estamos listos y…

–¡Claro que los estamos, no digas estupideces! ¡Solo eres un viejo cobarde y bribón! –replicó el doctor Timothy, molesto y entre gritos malsanos–. Apuesto a que eres un espía, eso debe ser. Controlaremos su poder y finalmente podremos recuperar lo que la muerte nos ha quitado; posteriormente, tendremos el infinito en nuestras manos, pues regiremos tanto en vida como en muerte, alterando los giros del karma como se nos plazca y gobernando todas las reencarnaciones, impidiendo que el todo se enrolle en sí mismo y se reabsorba.

–Muy bien, suponiendo que tengas razón, impetuoso y grosero canalla, ¿qué harás si él o eso se planta frente a ti y te evapora para siempre? Es más, se supone que a estas alturas ya todos deberíamos de tener desarrollado el tercer ojo, al menos deberíamos de poder abrirlo, ¡díganme cuántos de ustedes así lo pueden hacer! ¿No tienen miedo de lo que podría pasar si erramos tan solo un poco en la modularidad de la proyección?

Nuevamente se produjo una barahúnda de ideas, las cuáles eran casi vomitadas sobre la cabeza cornuda e iridiscente del doctor Lorax, quien se limitó a guardar silencio. Pertwy estaba igual o más confundido que antes. ¿Qué era todo eso del control de la muerte y el tercer ojo? ¿Qué especie de conspiración era la que habían fraguado durante tantos años esos supuestos humanos? ¿Por qué hacían tantas alusiones a sus verdaderos cuerpos y a tomar lo que la muerte les arrebató? Nada tenía sentido, mucho menos lo tuvo cuando atisbó cómo dos mujeres bañadas en sangre, marcadas con extraños símbolos por todo el cuerpo y con características demoniacas, penetraban en la habitación, la cual parecía ahora más que nunca atiborrada y husmeada por sombras cuyos ecos laceraban sus sensibles oídos.

Aquellas mujeres tan siniestras le parecían conocidas, aunque sus características físicas se hallasen ligeramente alteradas, pues poseían alas, cola, garras con pezuñas afiladas y unos cuernos enormes en sus cabezas. Su aspecto era vomitivo y a la vez Pertwy notó cierta lascivia en sus rostros. De estas chicas emanaba una pestilente concupiscencia, haciendo más lúgubre aquella sensación, si es que así podía denominar a la sofocante y malsana vibración que le producía todo ese infernal contubernio. De pronto, las mujeres salieron y regresaron a la brevedad con una tina en la cual se hallaban dos bolsas negras, usualmente empleadas para los desechos del centro. Pero su sorpresa llegó al borde de la locura cuando dos descubrimientos antecedieron al inenarrable espectáculo que sus ojos curiosos contemplaron antes de sangrar y perder la vista para siempre. Lo primero que contempló con un horror indecible fue el percatarse de la identidad de las mujeres: Poljka Svetlanski, la eminente y hermosa investigadora; y la doctora Breist, encargada de la clínica del centro. Ambas poseían cuerpos espectacularmente sensuales y aquellas grotescas facciones les otorgaban un toque todavía más excitante.

Por otra parte, el siguiente descubrimiento, que abrió paso al comienzo de la blasfemia que se desbordó en aquella junta siniestra y nauseabunda, se suscitó cuando las mujeres abrieron las bolsas negras. Un olor pútrido como ningún otro emanó de ellas y, en cuestión de segundos, contaminó todo el aire, dificultándole a Pertwy respirar, llevándolo casi a ahogarse. Lo abominable de aquel acto ocasionó que olvidase todo lo que sus supuestos seres de luz le habían comunicado, haciéndole perder la cordura momentáneamente, afectando para la posteridad su ya de por sí retorcida concepción del mundo y los humanos. Resultó que de aquellas bolsas no fue arrojada basura, sino los cuerpos golpeados y rajados de dos bebés, posiblemente menores al medio año. La forma tan cruenta en que se hallaban lastimados y toda la brujería malsana con que habían sido revueltos en la ominosa tina era indescriptible. Por un instante, Pertwy estuvo a nada de perder el conocimiento, aunque sin éxito. Con los músculos rígidos, presenció un espectáculo que consumiría para siempre su cordura.

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La Esencia Magnificente


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