Cuando Leiter despertó, sintió que su cuerpo colgaba de modo extraño. Al recuperar el conocimiento, notó que se hallaba paralizado por una telequinesis muy poderosa. Tenía tanto miedo de abrir los ojos que no lo hubiera hecho de no ser porque una siniestra voz se dirigió hacia él. Por más que intentó mantenerse cegado e ignorar aquel blasfemo susurro, le fue imposible. Bien sabía a quién pertenecía aquel tono, y precisamente esto evitaba que se dignase a mirar. Pero la curiosidad siempre termina por conquistar la cobardía en los espíritus más exaltados. De tal modo que Leiter los abrió y contempló la escena que lo trastornaría por completo el resto de su miserable existencia. No supo si enloqueció de inmediato, de un solo golpe dado el paroxismo en que lo sumergió aquel ruin y nauseabundo paisaje que penetró en su psique. O si, por el contrario, preservó todavía algo de cordura y fue perdiendo la razón y el deseo de vivir de manera gradual, conforme sucedían los execrables acontecimientos que, por desgracia, serían mucho más sórdidos de lo que esperaba. Por así decirlo, la simple contemplación del lugar donde se hallaba inmovilizado era el principio del fin.
–¿Qué ocurre, Leiter? No me digas que te encuentras sorprendido –cuestionó aquella repugnante y familiar voz.
–Está en trance, se halla absolutamente pasmado –espetó otra voz proveniente del mismo lugar que la primera.
–Apuesto a que el infeliz ni siquiera sabe lo que le espera –afirmó el doctor Nandtro quitándose la capucha, revelando así la identidad de los ahí reunidos.
–Bueno, parece que no puede hablar. Es una lástima que nuestro invitado principal se muestre así de taciturno, y yo que esperaba animarlo con un incentivo guardado justo para la ocasión –dijo finalmente el doctor Lorax, quien se encontraba, por lo que se apreciaba, de un talante excelente.
–¡Lo sabía! ¡Ustedes son…! ¡Siempre lo supe…! –vociferó al fin Leiter, aunque no se hallaba plenamente recobrado.
–Vaya, ¡qué interesante! A pesar de estar bajo los efectos de la telequinesis, puede hablar sin gran dificultad –añadió el doctor Zury con su asquerosa e inmensa papada.
–Eso es porque no he empleado el máximo poder –intervino el doctor Lorax–, pues no sería tan interesante si solo hablásemos nosotros.
–Tienes razón –comentó el doctor Heso, aquel negro maloliente y perezoso–. Lo mejor de todo es que ha llegado justo antes de comenzar el gran acto.
–¿Qué es lo que están tramando? De ninguna manera lo permitiré, he venido hasta aquí solo para detenerlos.
–¡Je, je, je! ¿Acaso estoy escuchando bien? –inquirió desternillándose el doctor Timoteo, cuya risa contagiaba al resto del funesto grupo.
–Tú no salvarás a nadie aquí, lo mejor que puedes hacer es disfrutar el espectáculo tan sublime que presenciarás en breve –afirmó con solemnidad el doctor Faryo, quien ya traía el pene de fuera y no resistía las ganas de penetrar.
–Bien, basta de esto –sentenció el doctor Lorax, tornándose serio–. Tendremos mucho tiempo para burlarnos de esta sabandija más adelante, por ahora necesitamos culminar lo que empezamos desde hace ya tantas eras.
–Sí, solo era un poco de broma antes de perderlo por completo –mencionó el doctor Agchi con envidia–. Mírenlo solamente, me causa tanta lástima su situación.
–No permitiré que su plan se complete. Yo sé lo que traman y cómo piensan hacerlo. ¡Jamás tendrán el poder del Vicario! –gritó con todas sus fuerzas Leiter.
Al escuchar el término Vicario, los siete doctores detuvieron su ominosa caminata y viraron, parecían confundidos y se miraban unos a otros. El doctor Lorax fue quien se adelantó con mayor agitación y se tornó pensativo. Hasta ese entonces, nadie excepto ellos y la sacerdotisa suprema tenía conocimiento de esa información. Entonces, ¿cómo sabía aquel sujeto sin alma de sus planes y por qué había aparecido justo ahora? Si bien es cierto que no representaba un problema y que afortunadamente lo habían encontrado desmayado por el ojo luminiscente a la entrada del centro, nada explicaba aquella confusión. Era, sin duda, una mala señal, o así lo presintió el doctor Lorax. Pero ¿qué demonios estaba ocurriendo? ¿No le había sido extirpada el alma a aquel tonto? Y ¿qué era esa imperante sensación que se había clavado en su ser desde que apareciese Leiter?
–¿Qué dices? –comenzó el doctor Lorax en tono inquisitivo y amedrentador–. ¿Acaso escuché bien? ¿El Vicario?
–¡Sinvergüenza! ¡Maldito! ¿Cómo te atreves a pronunciar su nombre con tu sucia esencia? –exclamó furioso el doctor Agchi.
–Esto es imperdonable… Alguien ha revelado información confidencial –reclamó enconado el doctor Heso.
–¡Que lo cuelguen! ¡Debemos acabar con este farsante ahora mismo! –sentenció iracundo el doctor Nandtro.
–¡Silencio! –sentenció el doctor Lorax a la sarta de ignominias proferidas por sus compañeros, quienes lucían ansiosos y sudaban copiosamente.
–Pero Lorax… –musitó el doctor Zury mascándose las uñas con insana desesperación.
–Esto será entre él y yo, ustedes limítense a escuchar. No podemos exaltarnos ahora, recuerden que necesitamos estar concentrados para La Máxima Aurora. Cualquier distracción nos costaría muy cara. Tengan en cuenta que, si hoy no se realiza el ritual, nuestras probabilidades disminuirán considerablemente.
–Y eso ¿por qué? ¿Es tan importante que sea hoy? –inquirió el doctor Zury acongojado.
–Sí, Zury. Debe ser exactamente hoy. Esto se debe a la gran cantidad de energía negativa acumulada durante las horas próximas.
–Pero si hoy es… 24 de diciembre. Ya casi es la media noche, según parece –farfulló Leiter aún somnoliento.
–No hay tiempo que perder, yo me encargaré de Leiter –dijo con firmeza el doctor Lorax–. Ustedes comiencen cuanto antes con La Máxima Aurora, estoy seguro de que a nuestro invitado le encantará. Si no aprovechamos hoy, que es cuando más energía negativa se acumula en el mundo debido a la inmensa hipocresía y la extraordinaria tasa de suicidios cometidos, perderemos una incomparable oportunidad.
–Será como tú digas, Lorax –replicó sonriendo con malicia el doctor Agchi.
–¡Ya no puedo más! –afirmó con su voz nauseabunda el doctor Faryo, en tanto se masturbaba bestialmente y su verga se contorsionaba entre úlceras y pus, pues el muy cerdo tenía todas las enfermedades sexuales posibles.
–¡Ahora háganlo, mis hermanos, empiecen con los mantras de la malicia para debilitar el sello! A mi señal, hagan aparecer a la sacerdotisa suprema y acaben con ella, tal como lo hemos hecho en las pasadas 32 sesiones.
Entonces los seis antiguos jefes de área y miembros de la funesta secta cuyo dominio no conocía límites partieron hacia el centro de aquel vetusto conglomerado de ruinas, mientras el doctor Lorax se aproximaba a Leiter. La sensación de que algo nefando estaba por ocurrir no podía ser más recalcitrante en la cabeza de éste; no obstante, se hallaba demasiado agobiado y sin una gota de energía para actuar. Someramente rememoraba los últimos instantes con el extraño guía. Luego, aquel haz infinito de luz y oscuridad donde creyó haber recuperado su alma. Pero, si así había sido, ¿por qué ahora se sentía tan cansado y rechazado por su propio ser? Tal vez aquello no se trataba de entidades espirituales benevolentes y, de ser así, la disolución susurrada, la inexistencia absoluta de la que fuese advertido, no tardaría en hacerse patente, en cuyo caso nada quedaba por hacer. Tan sumergido estaba en sus cavilaciones que ni siquiera se percató cuando el odioso doctor Lorax se colocó frente a él y, haciendo uso de su majestuoso tercer ojo, sacó de la palma de su mano una especie de tubo relleno de energía sombría. Acto seguido lo introdujo en la frente de Leiter y éste despertó por completo, tan solo para proferir un espantoso grito cuando contemplo el lugar donde se hallaba recluido.
Mientras tanto, a unos cuántos metros, reunidos alrededor de un círculo en el suelo que parecía abrirse en cualquier momento, los seis protagonistas de aquel pandemónium comenzaron a contaminar el entorno y sobrecargar el vacío en sus pensamientos para escindir sus mentes de sus cuerpos. Era un proceso que ya habían realizado con anterioridad y que dominaban a la perfección; sin embargo, se tornaba un poco más intrincado realizarlo de modo que sus astrales estuvieran coordinados en el más poderoso mantra de la malicia para despegar el sello milenario. Mientras sus astrales se arremolinaban en una concentración sin igual, sus cuerpos entablaron una conversación interna de lo más interesante.
–Según tengo entendido –musitó el doctor Nandtro con infinita perversión–, la sacerdotisa tenía ¿cómo decirlo? Ella guardaba un cariño especial, ciertos sentimientos en lo más profundo de su psique hacia ese hombre.
–Es una estupidez y una blasfemia de su parte –replicó con vehemencia el doctor Timoteo, presa de un inexplicable arrebato de avariciosa vibración–. Más le vale que haya exterminado esa basura de su ser, pues, si no coopera con nosotros, La Máxima Aurora fracasará, y no podemos permitirnos tal situación.
–Tienes razón, Timoteo –sentenció el doctor Zury con una ligera mueca de reflexión, en tanto sus ojillos brillaban deplorablemente–. Es un tanto curioso que Lorax haya depositado tanta confianza en ella.
–Será mejor que dejen de especular ese tipo de tonterías y nos concentremos. Pero, si tanto quieren saber –interrumpió el doctor Heso, que siempre era el más circunspecto y ahora se mostraba muy misterioso–, yo les contaré algo.
–¿Qué sabes tú que nosotros no? Habla ya, o si no… –arremetió furioso el doctor Faryo, quien ya se había masturbado diez veces seguidas y cuyo pito seguía tan duro como una piedra, chorreando esperma caliente.
–Faryo, será mejor que no te exaltes… Ahora bien, en cuanto a lo que sé… El hecho es que en una ocasión Lorax me confesó ciertos datos de suma relevancia.
–¿Qué dices? ¡Imposible! Conozco a Lorax y él no se atrevería… –rugió furioso el doctor Zury, quien creía ser el segundo al mando y el más allegado a su líder, cuando en realidad era al que menos importancia le daban dada su adicción a tragar más de la cuenta, y no solo comida.
–Déjenlo que hable, debemos saber de qué se trata y si puede afectar de alguna manera el ritual divino –añadió el doctor Timoteo, quien ahora lucía calmado y confiado, pero encerraba una mal disimulada avaricia.
–Gracias Timoteo, veo que todavía eres el más inteligente de este grupo detrás de Lorax –comentó innecesariamente el doctor Heso con cierta pereza–. Dependerá de ustedes creerme o no, pues yo solo me limitaré a contar las cosas tal y como sucedieron, intentando resumirlas lo más posible para proseguir con nuestro sublime objetivo.
–Déjate de circunloquios y cuéntanos de una buena vez lo que tengas que decir, o si no… –arremetió con violencia el envidioso doctor Agchi, quien no podía tolerar aquel discurso.
–Lo siguiente aconteció en una noche donde la luna desapareció debido a algunos arreglos que se habían ordenado por parte de cierta compañía multinacional, creo que les venía bien en cuanto a ganancias se refiere, no estoy seguro, pero no importa… Yo, debo confesarles, estaba briago. En aquellos tiempos todavía no lograba abandonar mi adicción al ron y esto, supongo, me ha impedido desde entonces conseguir la expansión del tercer ojo. Es eso o tal vez necesito la intervención quirúrgica-espiritual de la que tanto se habla y de la que Lorax salió tan magníficamente bien librado. Como sea, ahora lo que nos compete: entré en el edificio principal con la intención de eliminar cierta correspondencia que pondría en peligro las importaciones enmascaradas de ron hacia el centro de investigación cuando de pronto escuché un ruido anómalo. Posiblemente lo hayan olvidado, pero esa misma noche los rumores acerca de la bestia de cuernos retorcidos e iridiscentes se dispararon como nunca. Desde luego, yo sabía que eran meras supercherías, y no porque lo viese todo desde el punto de vista científico, sino porque, como ustedes también saben, esa clase de sucesos son meros hologramas creados por una compañía de nuestra más sincera estima, cuya tecnología es confeccionada y puesta a prueba en el bosque, al menos en la parte real. Lo importante es que, cuando me acerqué al sitio de donde provenía aquel ruido extraño, me encontré con una increíble sorpresa, pues se trataba del departamento del doctor Lorax. Pensé que algo malo podría ocurrirle y entré, presa de un paroxismo demencial. ¡Entonces lo vi regresando a su forma natural!
–¿Qué viste? ¡Maldita sea, Heso! ¡Termina de una buena vez! –exclamó con desesperación y soberbia el doctor Nandtro, aquel negro maloliente.
–Yo lo vi, aunque ustedes lo duden. ¡Era Lorax regresando a su forma humana! Él es no solo el líder de La Refulgente Supernova, sino también aquella criatura acerca de la cual existen tantos rumores.
–¡Tonterías! No sé por qué intuía que saldrías con alguna bagatela como esa, y pensar que lo estaba tomando en serio –expresó decepcionado el doctor Zury, agitando su desproporcionada papada.
–Bueno, les dije que no me creerían… Lo que vi fue cierto, mis ojos no me engañan, aunque sean tan mundanos. De inmediato corrí para auxiliar a Lorax, pues aquella metamorfosis inicua parecía debilitarlo de algún modo. No podía hablar y temblaba, expiraba un sudor frío y sus ojos estaban en blanco. Como pude, dado su gran tamaño, lo acomodé en una silla junto a su escritorio, notando que estaba repleto de pastillas cromáticas, sustancias de los más variados tonos y particularmente de algunos escritos amarillentos que aparentaba haber estado leyendo. En cuanto Lorax se tranquilizó y su respiración se tornó más regular, me dirigí hacia los papeles y los examiné, los cuáles, para mi sorpresa, no eran otros sino ¡los escritos perdidos de Bolyai! Lorax los había estado leyendo, incluso más que eso, pues había algunas notas garabateadas con prisa en los costados. Lamentablemente, cuando intenté descifrar qué decían, fui interrumpido por una mano oscura: era Lorax. Lucía recuperado y con una energía sin igual. Lo que me aterró sobremanera, empero, fue su aspecto. Ninguno de ustedes, creo, lo ha visto de esa manera, pero yo sé lo que presencié: la mitad de su cuerpo estaba bañada por la iluminación sublime y la otra se encontraba vibrando en las más abrumadoras tinieblas. ¡No, no solo su cuerpo, también su espíritu! Ese hombre, si es que así se le puede decir, ¡esconde mucho más de lo que aparenta ser! No es únicamente el líder de nuestra secta, el mejor matemático del planeta, el que habla con el doceavo supremo o el que abrió el tercer ojo sin necesidad de completar la cirugía. Sé que su poder está lejos de nuestro alcance, lo que no logro entender es por qué nos ha ocultado todo eso. En pocas palabras, Lorax tiene tres seres cohabitando en su interior, y a veces mostrándose en el exterior: es tripolar.
Hubo un silencio general, nadie se atrevía a dar crédito a las palabras de aquel callado geólogo tan bien reputado en su campo. Al fin, con desdén y sardónicas muecas, el doctor Agchi habló:
–Bueno, has dicho muchas babosadas que no pienso creer y, asumiendo que fuesen ciertas, ¿eso qué diablos nos importa? Si Lorax es esa maldita bestia por las noches y alguien más habita en su ser, fragmentando su verdadero yo, ¿no es eso lo que se hace con la mayor parte de las personas del mundo común y corriente?
–Agchi tiene toda la razón –afirmó contundentemente el doctor Faryo, justamente cuando se estaba corriendo por decimonovena ocasión y su semen incluso salpicó al doctor Timoteo, quien se limitó a limpiárselo con diligencia–. A lo que voy es que, si Lorax es esa bestia cornuda, y si tiene no sé cuántas personalidades, ¡eso nos importa un bledo! Es tal y como dice Agchi, esas técnicas han sido utilizadas durante mucho tiempo con los humanos para someterlos a la pseudorealidad y absorber su energía, por lo cual no me sorprendería que un ser tan misterioso como el doctor Lorax experimentase consigo mismo nuevas implementaciones. O ¿acaso han olvidado ya el MKULTRA y el MONARCH, por mencionar algunos ejemplos? ¿No es eso lo que realiza la televisión, los videojuegos y el resto del entretenimiento esparcido? ¿No es ese el punto de la comida tóxica que se vende y de los contaminantes arrojados en el aire? ¡Todo el control del nuevo orden se lo debemos a la fragmentación de la personalidad! Gracias a ello extirpamos almas y alimentamos esa cosa que hoy finalmente se abrirá.
–Siempre te exaltas de más, Faryo –masculló el doctor Nandtro con su característico talante preñado de soberbia–. No tienes por qué explicar lo que ya todos sabemos.
–Sí, ya sé que esto es inútil, y que nadie lo cree. No obstante, hay algo más que no he dicho todavía –prosiguió animado el doctor Heso, pero sin evitar sentirse agobiado–, y es que tuve una escueta, pero fructífera conversación con Lorax, y me contó un poco sobre el tema que debatíamos en un comienzo.
–Al fin algo relevante entre tantas absurdidades –espetó con rabia el doctor Zury, devorando cuantas moscas astrales le permitía su complexión.
En general, cabe resaltar que todos solían mostrar cierto desprecio hacia el doctor Heso por considerarlo el menos adecuado para estar en La Refulgente Supernova. De hecho, había sido el último miembro en incorporarse, y eso tan solo porque aquel elegido en su lugar desapareció inexplicablemente. Se le consideraba desinteresado por cumplir con el sagrado deber y hasta negligente de su posición. Algunos afirmaban que su personalidad no estaba bien fragmentada y que podría ser un traidor, a otros tantos les molestaba la pasividad que mostraba y su excesiva pereza. Sin embargo, el único que jamás dudó de él fue, sospechosamente, el doctor Lorax.
–Lorax me contó sobre el modo en que envolvió a Leiter y por qué lo consideraba un incipiente peligro antes de haberle extirpado el alma.
No obstante, el doctor Heso no tuvo tiempo de terminar su narración, aunque ciertamente no le faltaba mucho para finalizar, pues un rugido estremecedor proveniente del fondo del planeta desgarró la percepción de todos los presentes. El estruendo fue tal que todo el lugar vibró y el cielo crujió como si fuera a romperse. De pronto, un agujero enorme se atisbó en el suelo, en el lugar donde otrora se hallaban meditando sus mantras de la malicia los execrables miembros de La Refulgente Supernova. Y, como si de una pesadilla infame se tratara, una bolsa gelatinosa y nauseabunda emergió y se elevó hacia el firmamento, coronándolo todo y liberando seis espejos negros que se incrustaron en los corazones de los miembros. Dado que esta blasfema monstruosidad iluminaba el lugar en conjunto con el ojo luminiscente de la verdad, y gracias a la intervención del doctor Lorax, Leiter contempló abiertamente el terrorífico aspecto de la perdición.
Se encontraba, según sus vagas memorias, en el mismo sitio donde otrora hallase a aquel demente científico que lo condujo hasta la entrada secreta del recinto subterráneo conocido como La Iluminada Ascensión. Lo sabía puesto que la sensación era bastante similar, solo que ahora debía estar en la superficie. Entonces, debajo de él debía hallarse ¡ese funesto y repulsivo nivel en donde le fue extirpada el alma! Y no solo eso, también el resto de los repelentes espacios destinados a mantener el nuevo orden en el mundo y contaminar la existencia. Aunque su memoria era todavía muy borrosa, de ninguna manera podría olvidar lo que ese sujeto le había hecho. No obstante, sus reflexiones sobre lo enterrado cesaron cuando fijó su triste y perdida mirada en el firmamento. Él era únicamente un estúpido que caería junto con toda la babel de monos adoradores de la banalidad.
No existirían en verdad palabras que pudiesen describir lo que Leiter experimentó al absorber aquel cuadro de pululantes aberraciones, tal vez el choque visual sería solo comparable al sufrido cuando aquellas agujas se enterraron en su cuerpo espiritual. Primeramente, estaban aquellas malditas bocas obscenas que no cesaban en sus horribles murmullos para insultarse en los peores términos conocidos y cuya fetidez hacía insoportable su contemplación (eran las mismas que atormentaron a Klopt en su momento). Además, lo que parecía entenderse por cielo estaba repleto de blasfemias sexuales y actos viles. No estaba seguro Leiter, pero creía que reflejaban lo acontecido en la civilización y acumulaban la maldad de los monos. Toda gama de depravaciones aparecía matizando el cielo y dañándolo con infinita ponzoña y putrefacción, como si se tratase de lienzos que por sí mismos se pintaban, reflejando lo que en realidad era la humanidad. Había incesto, orgías, zoofilia, pedofilia, lluvias doradas, sadomasoquismo, destrucciones anales, violaciones, necrofilia, entre otras. En resumen, injusticia y crápula en todas sus formas, multiplicadas hasta la eternidad. Era como si aquellas supuestas imágenes estocásticas tomaran cada acto repugnante del humano y lo plasmaran en aquella región del supuesto tiempo-espacio.
Por doquier era lo mismo, solo muerte y avaricia. El mono parlante no podía pensar en otra cosa que no fuese sexo y dinero, depravación en cualquier tiempo, diversión por doquier, entretenimiento para su cercenada cabeza. Ya fuese mediante un celular, una pantalla o el internet, mediante la cerveza, las drogas o incluso la ciencia. Al final, todo caía en la misma bolsa, pues nada estaba exento de la pseudorealidad que se había impuesto para adormecer mentes. Guerras, armas, narcotráfico, religión, prostitución, pornografía, materialismo, envidia, feminicidios, abusos, injusticias, pobreza, miseria, ignorancia, denigración. ¿Cuántos conceptos más no ilustraban aquellas imágenes que tan oportunamente surgían ahora? Y ¿quién era el dueño de aquel magistral pincel? ¿Acaso era dios el que intentaba plasmar un mensaje? O ¿sería su antípoda, el supuesto demonio? Y ¿qué tal si se trataba del humano? ¿No había el mono inventado ese cuento de la creación y de un salvador que retornaría para juzgar a vivos y muertos tan solo para obnubilar su verdadera naturaleza?
El humano era un ser vil, ruin y abyecto desde que comenzaba a existir. En todo caso, de no serlo por defecto, mostraba una nimia voluntad para imponerse ante las tentaciones del mundo que con tanto orgullo pregonaba haber labrado. Y esto era tan solo el resultado de la infame novela narrando la existencia humana, de la más idílica poesía trastornada por los monos y plasmada en aquella dimensión insensata. Leiter quedó pasmado y se preguntaba por qué el mundo humano debía continuar existiendo. Ciertamente, ninguna razón había para ello, entonces ¿por qué y para qué? ¿Qué sentido tenía la vida de esa manera? ¿Por qué el supuesto creador no venía y terminaba con toda esta inmundicia? ¿Quién debía hacerlo? ¿Acaso alguien podría considerarse lo suficientemente puro como para juzgar los actos tan repugnantes de los de su misma especie? El mono adoraba la crápula, el vicio y el envilecimiento más que nada, y, si pudiera entregarse a ello cada instante de su miserable existencia, lo haría complacido y sin ninguna clase de remordimiento. La humanidad, sin duda alguna, debía ser exterminada.
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La Esencia Magnificente