Hoy en día parece que no existe término medio: están aquellos que luchan por incrementar su mundana fortuna y aquellos que luchan por no morirse de hambre. Una de las tantas contradicciones que imperan en nuestra aberrante sociedad actual; misma de la que nos regocijamos repugnantemente y que no hace sino exprimirnos día con día. ¡Si fuéramos un poco más sensatos, intuiríamos ya cuál será nuestro insoslayable final! Y, siendo así, no dudaríamos tanto en volarnos los sesos. Incluso ahora mismo, no puedo comprender por qué el ser se aferra a seguir existiendo cuando claramente tal acto es un absoluto sinsentido. Y, cuando todo lo que parecemos perseguir es lo más insignificante y grotesco, ¿qué más puede hacerse sino deprimirme hasta el hartazgo y derramar una lágrima tras otra en la más cruenta y solitaria tristeza? No somos sino náufragos existenciales, prisioneros infames de una realidad que nos oprime terriblemente y nos despedaza parte por parte en el interior. Creer que todo estará bien no es más que una frase bonita expresada por aquellos tontos quienes experimentan una efímera sensación de bienestar, aunque sin sospechar de los infinitos tormentos que podrían aguardarles en cada recoveco de esta horripilante pesadilla carnal. ¡Ay! Ojalá nunca nada de esto hubiese conformado lo que conocemos y que nuestros reprimidos instintos no hubiesen hecho de nosotros unos adictos al placer más humano. Soñamos con lo divino, pero estamos más que inmersos en una cloaca de miseria recalcitrante de la que dudo algo o alguien pueda siquiera asomarse y contemplar nuestro rostro plagado de vicios, mentiras y sempiterna irrelevancia.
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Tanto buscamos el sentido de la vida que, quizá cuando finalmente creamos haberlo hallado, éste desaparecerá por completo. Y nosotros deberíamos también hacerlo sin esperar nada más, porque claramente nuestra imperfecta forma humana no puede contener por más tiempo nuestra atormentada alma. ¡Oh! Si tan solo fuera posible hacer esto sin recurrir a la muerte… Si tan solo el encanto suicida fuese un poco más benevolente y nos permitiera encontrarnos con él en aquel sublime paisaje que solo puede ser vislumbrado cuando el firmamento se fusiona con el tiempo. Mas tal vez no somos merecedores de contemplar tal momento; aún pertenecemos a este plano y, sobre todo, aún no hemos evolucionado gran cosa; quizá nada. Seguimos siendo auténticos impostores de la verdad, irremediablemente atraídos por la más grotesca banalidad y esclavos de nuestra sombra; que ruge con blasfema ironía en las catacumbas de nuestro más profundo sinsentido. Las letras acaso ya no son suficientes para plasmar lo que siento, para hacer de mi fe un artefacto de supremo ensimismamiento espiritual. ¡No! ¡Ya no es posible retornar a la nada después de haberlo vomitado todo! El arrepentimiento atroz se apodera de mi corazón despedazado y lo convierte en un putrefacto delirio del que se pueden asquear fácilmente los dioses, si acaso tales cobardes realmente poseen interés alguno en lo humano. ¿Por qué no hacen algo? ¿Por qué no intervienen en la miseria cotidiana? Por ningún lado encuentro razones para seguir adelante y sí infinidad de ellas para desaparecer por completo al compás de las estrellas más hermosas. ¿Qué ha sido todo mi llanto sino un lloriqueo absurdo producto de contradictorias y anómalas voces que retumban incesantemente en mi apesadumbrado martirio? No soy digno de la muerte, pero tampoco me parece soportable seguir alimentando los autoengaños mediante los cuales he sobrevivido por desgracia todos estos años. ¡Que me crucifiquen a mí también! ¡Que mi mirada triste y solitaria se pierda por siempre en el vacío de los sueños carcomidos y las paradojas malditas! Todo lo que siempre quise fue jamás haber existido, jamás haber tenido la más mínima esperanza en un apocalipsis del cual solo puedo volver a decepcionarme una y otra vez.
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El que tratemos de amar es quizá tan carente de sentido como lo es el estar «aquí y ahora», sobre todo intentando descifrar qué es más poderoso: el pensamiento o el sentimiento. ¿Cuál de estos dos siniestros tiranos gobierna nuestros actos? ¿La mente o el corazón? ¿Dónde estarían el alma o la consciencia? ¿Es acaso algo que se puede localizar físicamente? ¿Se puede sentir una idea y pensar una emoción? ¡Cuánto hemos errado el camino en nuestro entendimiento de la gran verdad! Ciencia, filosofía y religión se contradicen entre sí y no ofrecen luz alguna; incluso ofrecen solo sombras y hacen aún más inmensa nuestra imperante confusión. ¿A dónde iremos a parar después de habernos enfrascado en reflexiones más allá de nuestro alcance y que ahora amenazan con raptar nuestro cerebro y no devolvérnoslo ya nunca? ¡Ay! Estamos perdidos por completo y cada vez lo estaremos más, puesto que, con toda certeza, las cosas se pondrán mucho peor… ¡Qué condena haber nacido en este mundo execrable y absurdo! No podría, aunque quisiera, concebir algo más repugnante y atroz que la creación de la triste humanidad… Solamente somos un gran conjunto de monos parlantes demasiado asustados de conocerse a sí mismos, de atisbar la monstruosa pseudorealidad en la que se encuentran prisioneros y en cuyas fauces sucumbirán sus putrefactos cadáveres tras su indispensable extinción. Por mi parte, no puedo sino sentirme sumamente asqueado de mi naturaleza y lo que más añoro es dar muerte a todo rastro de mi eclipsado corazón. La tragedia de la existencia: he ahí lo que siempre me atormentará hasta los últimos instantes de esta pesadilla anodina y sepulcral llamada vida. ¿Cómo es que tantos patéticos títeres han nacido y morirán en la más sórdida e insustancial miseria?
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Muy probablemente, para las personas comunes enamorarse sea una necesidad; empero, para aquellos que aún conservan sus almas, enamorarse es el mayor peligro al que deben enfrentarse. Enamorarse es quizás aún peor que mirar al abismo dentro de nosotros mismos y añorar un ápice de esperanza de donde no puede surgir ya nada que no sea tristeza, lamentación o agonía. La angustia del amante dolorido, ¡ay! ¡Eso sí que es un dolor equiparable solo al de existir! Las distorsiones que el amor imprime en nuestra consciencia nos hacen tambalear como borrachos perdidos y luego, sin razón alguna, nos empujan hacia un vórtice del cual apenas y podemos escapar… Aunque escapamos y creemos volver a la realidad, pero sin saber que, luego de haber amado tanto, ya nunca volveremos a ser los mismos. Amar es la forma más efectiva de suicidio filosófico; una elegante y atroz manera de purificarnos mediante la adoración inmerecida de otro espejo descuartizado, de otra entelequia perfectamente confeccionada para mantenernos bajo el infausto control de nuestra sombra. Difícilmente seríamos capaces de enfrentar nuestros demonios más perversos y profundos, porque ello implicaría hurgar en nuestro interior de tal manera que, quizá, podríamos hasta enloquecer en el proceso de la manera más infame. ¿Qué más da? ¿No es la existencia de esta putrefacta dimensión tan solo un divino desvarío que no puede explicarse de ningún modo ni usando ninguna teoría, ciencia o doctrina? Todas fallan en su desesperado intento por sacar al ser de su lóbrega desolación inmanente, aunque acaso no exista realmente nada que pueda hacerse al respecto… Nacimos y desde ahí ya todo estuvo terriblemente mal, pues ello fue el funesto comienzo de nuestra insoportable y abyecta tragedia. Si tan solo fuera posible volver atrás y evitar nuestro innecesario nacimiento; en cambio, lo único que podemos hacer es deprimirnos hasta el hartazgo y vomitar cada uno de nuestros sueños más humanos hasta que no quede en nosotros sino un cadáver andante totalmente indispuesto a ser enterrado por la eternidad y devorado por el olvido más grotesco.
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Si las personas y entidades que ostentan «infinito» poder e ilusoria riqueza quisieran, creo firmemente que podrían terminar con la pobreza y los males terrenales del mundo el mismo número de veces que las grandes compañías, las asquerosas religiones y los gobiernos corruptos han contaminado la existencia, la realidad y la naturaleza. No tiene caso centrarse gran cosa en esto, porque, al menos para mí, este mundo abyecto ya está más que perdido. Nosotros no tenemos obligación alguna de salvar lo que por cuenta propia ha elegido condenarse, ni mucho menos deberían interesarnos las patéticas vidas de las horripilantes marionetas que pululan a nuestro alrededor. Además, no estaremos aquí sino un efímero periodo; casi tan intrascendente como lo pudiera ser toda la historia de la absurda humanidad. Con un soplo del cosmos, fácilmente se desintegraría lo que conocemos como vida. Esto me aterra a la vez que me maravilla, pues me hace pensar en ciertas travesuras del azar y del caos ante las cuales mis mundanas perspectivas no pueden sino hacerme delirar. ¡Ese es el tipo de pensamientos que siempre me quitan el sueño y que me hacen desvariar cada amanecer mientras me hundo lentamente y de nueva cuenta en mi horrible cotidianidad! ¡Qué desgracia volver a existir poseyendo una forma material y una consciencia intangible! Memorias de planos lejanos y al mismo tiempo tangentes vuelven a mí ocasionalmente, solo para recordarme que no pertenezco aquí. Nunca lo he hecho y nunca lo haré, puesto que, desde siempre, me he sentido un completo extraño cuyo siniestro tormento parece tan lejos de su benevolente e inmarcesible ocaso. La muerte es lo que yo requiero para volver a sentirme vivo, si es que algo así puede ser concebible más allá de las fronteras de mi retorcida y triste imaginación.
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La Execrable Esencia Humana