Mirando aquel agrietado retrato, recuerdo de ti incluso la porción más ínfima. Cada expresión tuya me hacía temblar, revoloteaba todo mi interior con súbitos temblores que matizaban una parte oculta, pero asombrosa en mi trastornada cabeza. Y ni siquiera en las entelequias de los campos elíseos llegué sentirme como contigo, cuando en esos encuentros podía admirarte y tenerte. En la angustia y en la depresión fuimos dos locos que se atrevieron a romper el hielo, a protestar contra las tinieblas del conformismo; contra la injusticia de un mundo que, en su decadencia, había olvidado aquello que se parapeta en lo sempiterno. Nos elevamos tanto que olvidamos cómo regresar; de hecho, no lo hicimos. Cada uno llegó hasta donde pudo, atravesó inmensos resplandores y supernovas de peculiares cromatismos, burbujas iridiscentes y terrazas bucólicas de piedras lapislázuli.
Jugamos para solo perder, pero nuestros labios y cuerpos exigieron un contacto, una transición hacia un estado distinto. Y, sin embargo, aún en eso que creíamos perfecto, surgió una grieta en la que no reparamos jamás, pero que paulatinamente fue desgarrando ese universo donde únicamente existíamos tú y yo. Quizá debimos darnos más paciencia, más tiempo, más entendimiento; tal vez así estaba escrito o así es como coincidimos. La grieta se convirtió en un agujero que ya ninguno pudo controlar, absorbió todo lo que construimos en cuestión de nada; solo un vacío y un dolor sin igual es lo que nos dejó el haber estado juntos. Esos colores que pintaban nuestro mundo, que le daban un sentido tal que creíamos real nuestra existencia, lo bonito que otorgaba ese brillo fulgurante a nuestros ojos cuando se encontraban entre sí, el calor de tu aliento recorriendo mi cuerpo y el sabor embriagador de tu saliva… Nada de eso fulgura ya ni volverá a hacerlo. Hoy solo hay dolor, llanto y soledad.
Todo se fue en cuestión de nada, escapó de nuestras manos aquella magia inefable que solo es concedida a los mortales cuando los dioses se aburren de la cotidianidad de lo divino. Y ahora solamente quedan esos reflejos, esos pétalos donde yacen los recuerdos de tu sonrisa, de nosotros intentando darle la contra al mundo; de dos cansados rostros que se despiden con nostalgia y tristeza de aquello que resulta imposible de preservar entre dos insensatos seres que se dicen enamorados. Fuimos solo una historia más, un cuento interesante que se tornó insulso y nimio como todo. Extinguimos lo que había en nuestro interior y quedamos peor que al comienzo; nos perdimos, nos desgastamos, nos exigimos y nos fallamos. La magia que rebozaba cuando nos encontrábamos se extinguió para jamás volver a centellear. Finalmente, quedará en la intrascendente ilusión del tiempo y del olvido un corto periodo en el que podría decir, sin temor alguno a equivocarme, que en verdad creo haberte amado.
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Anhelo Fulgurante