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Lamentos de Amargura 01

Resulta curioso cómo las personas buscan en otras aquello que son incapaces de hallar en ellas mismas, y a veces incluso en lugares o situaciones totalmente absurdas. ¡Qué locura creer que algo externo puede salvarnos de nuestro caos y miseria internos! La realidad es que nadie puede salvarnos de nosotros mismos sino precisamente nosotros: somos nuestro peor enemigo y al mismo tiempo nuestro posible y único salvador. Ninguna salvación vendrá de ninguna doctrina, filosofía, libro o templo… Únicamente deberíamos buscar en nuestro atribulado interior la llave para descifrar el intrincado y sombrío resplandor de nuestro verdadero destino, de nuestra ascensión al inmarcesible reino de la hermosa e infinita metamorfosis de muerte y libertad.

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Todos enloqueceríamos si pudiéramos, esa es la verdad; es decir, si la locura no fuera vista como una supuesta enfermedad. Y es que ¿cómo no hacerlo si el acto de vivir es en sí mismo sinónimo de enloquecer? ¿Se puede siquiera pensar en el acto de la vida como algo coherente, congruente o racional? El origen nos es desconocido y el final también; pese a todo, vivimos sin requerir de explicación alguna, sin que las voces en nuestro interior lleguen a robarnos el aliento cuando peor sangra nuestro corazón. Solo hay, según me parece, algo inviolable: no ser uno mismo, rechazar la experiencia de la libertad existencial y no buscar dentro lo que nada del exterior podría jamás ofrecernos. En esto la mayoría erramos y perdemos mucho tiempo valioso tratando de ser amados, apreciados y comprendidos por algo o alguien… Pero eso jamás pasará, no del modo que pretendemos; porque dicho amor, aprecio y comprensión únicamente nace y muere en nuestra sombra iluminada, en nuestro ego purificado, en el yo eterno desprendido y unificado con dios.

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En el fondo estamos tan endemoniadamente solos, tan desesperadamente tristes y, encima de esto, odiamos la mentira con necia pretensión; lo cual nos hace estar aún más solos, tristes y locos… Nuestra única transgresión, acaso una imperdonable para la mundanidad y simpleza de este mundo inicuo, es buscar la verdad (¿o la locura?) en una pseudorealidad como esta, diseñada a partir de puros engaños, quimeras y tinieblas imposibles de disolver. El caos se halla, además, por doquier; especialmente, abunda en nuestro interior… ¡Lo impregna todo de confusión, miseria e incertidumbre bestial! ¿Podemos acaso escapar de sus garras de alguna manera? ¿No son el arte, la literatura y la música nuestros mejores creaciones y, a su vez, aquello que termina por sentenciar nuestro humano calvario? Solo abstracciones, irrealidades que no existen sino en nuestra trastornada mente… Y la pregunta final entonces es: ¿puede algo tornarse real más allá de esto, más allá de la simulación en la que divagamos como náufragos enloquecidos por la imposibilidad de aceptar la vida tal cual es? Nadie nos salvará esta noche, nadie vendrá a cobijar nuestros lamentos ni a apaciguar nuestra sempiterna amargura… ¡Nada resta sino solo la muerte, el abatimiento, el suicidio!

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Todas mis lágrimas no servían para nada; eran solamente melancólicos aullidos de espantosa desesperanza e infinito malestar lo que imperaba en esta triste y pringosa habitación. La soga desde hace días que se balanceaba como suplicando porque mi cuello se colocase a su alrededor. Y ¡vaya que lo añoraba tanto! Realmente no me quedaba ninguna razón para seguir viviendo, pero seguía… ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Era aún yo tan humano y estaba todavía tan engañado por las más funestas entelequias de la insoportable fragancia de la ominosa pseudorealidad? La contradicción era acaso mi esencia y el vacío dentro de mí se incrementaba mientras más solo y roto me sentía. Nadie se apiadaría de mi alma, ningún inexistente dios bajaría de ningún inexistente cielo para brindarme un ápice de alivio. La miseria no cesaría y, mientras no aceptara que la muerte era ya mi única opción, estaría eternamente condenado a seguir divagando en el sinsentido, el caos y la nostalgia de una experiencia carnal en la que jamás quise hallarme. ¡Ay, si tan solo hubiera una manera de escapar de todo esto, de volver a soñar con la inexistencia absoluta y perderme en sus exquisitos desvaríos!

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La desilusión de existir en un mundo como este aumenta día con día y sin que pueda hacer nada al respecto. Todo cuanto me rodea me parece patético y nauseabundo, tanto como los abyectos seres con los cuales ya no me relaciono más: los humanos, esos monos parlantes adictos al sexo y al dinero… Esta vez estoy llegando a mi límite, pues no solo la malsana realidad se ha tornado infernalmente insoportable, sino que incluso mi propia cabeza parece estar en mi contra todo el tiempo… No sé cómo culminará todo esto, simplemente no creo poder resistir por más tiempo la vertiginosa espiral de locura, muerte y vacío en la cual me sigo hundiendo y de la cual, estoy seguro, ya nada ni nadie podrá rescatarme… Y es que no quiero eso, no deseo ser rescatado; lo que deseo es entender un poco más, saber por qué tuve yo que venir a este mundo horroroso y padecer cada uno de sus múltiples tormentos. El abismo desde hace mucho es mi único hogar y en sus tenebrosas profundidades me revuelco para evitar la total caída de mi alma acongojada en el agujero de donde no será posible traerla y ni siquiera vislumbrarla un poco.

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Lamentos de Amargura


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