Y, si no es el suicidio, entonces ya no quiero nada, pues ya nada tendría ningún sentido mientras no se trate de mi propia e indispensable destrucción. Sé bien que podría parecer que me he vuelto loco, pero, de hecho, es todo lo contrario: he abierto los ojos y lo que he contemplado ha sido mucho peor de lo que había supuesto. La muerte, así pues, es ya mi única esperanza.
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Pasaré el resto de mis días entre la desesperación y la melancolía, vaciando botellas de vodka y devorando cajetillas de cigarrillos, escribiendo nostálgicos poemas sin sentido y pudriéndome en mi absurda miseria. Pues, ¿acaso existe otra manera en la que, una vez comprendida la absurdidad de vivir, se pueda soportal tal condición? ¿Acaso puede un ser evadir su agonía de otro modo que no sea la decadencia más infame?
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Estoy tan cansado y harto de suplicar por lo que quiero, y lo que quiero no es otra sino la muerte. Entre los vivos jamás me he sentido cómodo, así que deseo cambiar el panorama por completo y descifrar si es que en el más allá existe, por casualidad, algún consuelo.
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Estoy condenado a pasar mi vida en este infierno humano, eso ya lo sé. Lo que aún no me queda para nada claro es ¿qué clase de cosa tan terrible hice para recibir este insufrible castigo? ¿Es que acaso no existe la piedad para un alma en pleno sufrimiento y desesperación cerval? Creo que no, pues incluso aunque me matara, quién sabe si con eso cesarían todas mis miserias y dolores.
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Los únicos días en los que sentía un poco de aparente tranquilidad eran aquellos donde no estaba rodeado de esas asquerosas siluetas humanas que abundaban en esta sórdida realidad; es decir, cuando estaba solo. No obstante, con el paso del tiempo esto se fue disolviendo también y llegó el punto en el que ya ni siquiera estar solo era suficiente ni adecuado. Entonces supe que lo único que me devolvería un poco de cordura y paz sería el suicidio, pues solo mediante su encanto podría purificarme de toda mi blasfema intrascendencia.
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