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Manifiesto Pesimista 66

Seguramente todo se pondrá peor, pues esa es la principal característica de esta existencia infame. Por lo tanto, ser optimista es tan solo ir en contra del ritmo natural de las cosas. Por el contrario, ser pesimista es estar en sintonía con el orden universal de las cosas. De cualquier manera, nuestra existencia y todos los actos contenidos en ella no podrían ser más insustanciales y vomitivos; una trágica errata cósmica abandonada a su suerte es lo que creo que somos. Nuestros delirios de grandeza son lo único que evita que nos matemos, pues nos hacen creer que es posible que nuestras vidas no sean solo algo monótono, sin sentido y sin color. Alucinamos con ser las creaciones de un dios todopoderoso al que hemos orlado con todo tipo de humanos atributos y mediante el cual intentamos tan desesperadamente justificar el silencio a nuestras más enloquecedoras paradojas y cuestiones irresolubles. Somos impostores de lo sublime y prisioneros encantados con los efímeros momentos de placer y tranquilidad que, a veces, nos brinda la pseudorealidad. En el fondo, simplemente estamos aterrados de la muerte porque es, acaso, lo único que nunca podremos controlar.

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Quien no se mata, una vez habiendo experimentado la desesperación de existir en todo su esplendor, tan solo puede terminar en dos lugares posibles: el manicomio o la cárcel. La locura de muerte o la obsesión homicida serán sus símbolos ensangrentados y enclaustrados en su psique como una anomalía de extravagancia fulgurante. No importa si la sangre derramada es nuestra o ajena, siempre y cuando pueda apaciguar temporalmente ese monstruoso torbellino de dolor y agonía que atormenta nuestro aciago interior con fiereza inenarrable. Nunca nadie podrá entendernos, nunca podremos contar todo lo que pensamos y sentimos a nadie; todos ellos son demasiado humanos, demasiado esclavos de ideologías funestas y ridículas que les impiden reconocer la vehemente oscuridad en sus mentirosos corazones. Si el mono fuera bueno por naturaleza, ¿sería concebible que viviésemos en una pesadilla latente como esta? Crímenes por doquier, de todo tipo y color; miseria, hambruna y corrupción infestando el planeta… Encima, tenemos a las religiones, los gobiernos y las corporaciones en una lucha impensable por controlar a las masas adoctrinadas y reprimidas mediante cualquier estratagema: antes era la excusa de lo divino, ahora la nueva deidad ante la que todos se inclinarán en un acto de piedad endemoniada será la tecnología y todo lo que de ella se pueda desprender. El caos supremo está a punto de comenzar, apenas si ha mostrado los colmillos; todo lo que hasta ahora hemos vivido no ha sido sino el preámbulo del verdadero y sempiterno infierno. Mas tenemos todavía un aliado en este pandemónium sin fin: el encanto suicida y su integración con la última metamorfosis del alma liberada.

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Perdí mi razón, mi cordura, mi esencia, mi vida y hasta mi muerte en el patético y humano intento de descubrir por qué / para qué de ser. Quizás era mejor no cuestionarse nada y simplemente volverse un autómata como todos ellos: los felices e ignorantes títeres de la pseudorealidad. Fácilmente podría exterminarse a la raza humana y no se perdería gran cosa, hasta podría decirse que nada. En realidad, ¿qué es su arte, literatura, poesía, música o filosofía sino vagos intentos por hacer de su intrínseca miseria algo menos doloroso o evidente? El viento oscuro trae consigo los relámpagos de la devastación mística, las calaveras que son escupidas por el vientre de la virgen sombría en el eterno amanecer que tanto hemos querido evadir… No creo en las profecías, pero algo me dice que esta vez las cosas podrían ser algo diferentes. Un susurro melancólico me embriaga con su cántico celestial y me indica que la puerta pronto se abrirá… ¡Oh, he esperado este momento casi desde que comencé a tener consciencia de mi intrascendente existencia! Los tres se presentarán y la confrontación no tendrá límites, sino que se expandirá como el humo que seca las cicatrices tras la caída de los marcados. La tristeza no tendrá fin, no se apagará ni siquiera en el ocaso de lo desconocido; no conoceré otra cosa que no sea la huida a las regiones donde el alma puede ser ella misma sin necesidad de privarse de cada matiz, sonido o pensamiento que pueda alterar los muros del fuego interestelar. Mejor colgarse de una vez, antes de que la repugnancia inmanente sea silenciada por el pergamino de la penitencia encarnada.

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Y pasa que, la mayor parte del tiempo, todo es sufrimiento en cualquiera de sus formas: físico, mental, emocional o espiritual. Y, cuando no es así, es porque hemos alterado nuestra percepción de la realidad de algún modo; sea con drogas, alcohol, sexo o cualquier otra banal forma de entretenimiento. Pero, al final, siempre estaremos condenados a volver a nuestro estado natural: el doloroso sinsentido de vivir. Resignarse o suicidarse, tales parecen ser las únicas opciones que nos son ofrecidas por la Providencia. ¿Qué haremos? ¿Qué elegiremos? ¿En verdad proseguiremos como hasta ahora? Siempre distantes de nuestro origen y masacrando nuestra esencia a cambio de algo tan sumamente efímero y superfluo… El temor que encierra nuestra consciencia atormentada quizá pueda enseñarnos algo al respecto: algo sobre el principio de las ilusiones a las cuales siempre nos hemos aferrado con incipiente algarabía. Quizá la vida misma no sea otra cosa sino solo eso: caos en su estado más puro y totalmente incompatible con ese supuesto orden que el mono parlante ha intentado darle. Sufrimos tanto, pero podríamos elegir no hacerlo y que todo terminase ahora mismo… No lo hacemos, solo lo escribimos y nos resignamos a seguir siendo pisoteados por las manecillas de un reloj en el cual ya no creemos y del que muy pronto ya no formaremos parte. He ahí la gran ironía, la máscara de dulce encanto que nos fascina colocarnos; una de tantas detrás de las cuales diluimos nuestro verdadero yo. Vivimos, pero nuestro destino se encuentra muy lejos de este encuentro con la infernal sombra del olvido.

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No demasiado lejos del infierno se halla otro mundo aún peor donde las personas pasan sus vidas en la infernal rueda de la cotidianidad y el hastío, donde el sexo y el dinero imperan por encima de todo y donde cualquier posible sentido es solo una melodramática quimera. Tal mundo parece ser solo una vomitiva contradicción del caos, aunque lo que resulta realmente curioso es que sus patéticos habitantes jamás puedan siquiera atisbar las perfectas mentiras ni mucho menos el siniestro adoctrinamiento que solidifican la todopoderosa pseudorealidad. De existir algo parecido a un dios, ciertamente debe haberse suicidado hace mucho: nos abandonó y no tiene pensado resucitar (esta vez ya no). ¿Qué hacemos aquí? ¡Oh, gran horror existencial y trágico melifluo del vacío! Sencillamente, un día tuvimos consciencia de existir; fuimos partícipes de la danza entre el yo y el mundo. Al principio, esto nos deleitó y agradecimos la oportunidad del desprendimiento. Luego, conforme nuestras perspectivas fueron ensanchándose, terminamos en un estado maniaco-depresivo-suicida del que nada podría ya arrebatarnos. Contemplamos, si tal es la expresión adecuada, el absurdo en su más pura forma y la manera tan desgastante en la que el tiempo parecía converger hacia la nada. Y justamente nuestro mayor fracaso fue ese: saber que nada podíamos hacer y que en nada terminaría convirtiéndose todo ese ridículo e innecesario parloteo llamado existencia humana.

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Manifiesto con cada átomo que conforma mi trastornado ser que me hallo perdido en la infinita oscuridad de la incertidumbre existencial. Asimismo, tampoco tengo ya ningún interés en continuar divagando en este eviterno sinsentido llamado vida. Así pues, buscaré por todos los medios a mi disposición poner fin a tan ridículo acto. Pero, mientras tanto, tan solo puedo recostarme en mi cama, apagar la luz y hundirme en mi dulce pesimismo hasta quedarme dormido e imaginar que despierto en otra realidad que es, al fin, más bella y menos ilusoria que mis más melancólicos ensueños… Ir hacia la muerte frágilmente, abrazar el ocaso de mi trágica nostalgia y no volver la tierna mirada hacia nada con lo que este mundo horrendo pueda intentar atraparme: he ahí lo que musita, en mi más recalcitrante soledad, la sibilina chispa de luz que todavía no ha muerto dentro de mi esencia menos humana. ¡Ay, no puede ser! ¿Hasta cuándo me atreveré a dejar de ignorarla? ¿Hasta cuándo dejaré de autoengañarme con efímeros placeres y personas intrascendentes? ¿Hasta cuándo, finalmente, tendré el valor para desprenderme de mi lamentable forma física y abrazar eternamente la inmarcesible sonrisa del ángel solar cuyos místicos ecos retumban mágicamente en mi tumba antes amada?

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Manifiesto Pesimista


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