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Memorias Perdidas

De ti recuerdo todo, desde lo más insignificante hasta lo más sublime. Y es que a tu lado nada carecía de sentido, nada podía hacerme sentir tan malditamente perdido en esta existencia fútil que me mantiene atrapado. Todos esos paseos y la manera tan sutil en que vibrabas al mismo ritmo que el mío, las largas conversaciones debatiendo temas inverosímiles y postulando locuras tergiversadas de teorías. Contigo podía mantenerlo todo en secreto y, a la vez, revelarlo sin recurrir al lenguaje. Sentía amarte a pesar de los problemas y la ignorancia que nos rodeaba en este escueto carruaje. Y solo sonreía tontamente, sin comprender aún la triste tragedia que ensombrecería nuestro patético destino. Supongo que es normal en un simple mortal alucinar con frágiles destellos de una felicidad absurda, de una conmoción en donde las palabras ceden ante los encantos del espíritu. Pero no hice sino divagar y perderme en mis propias memorias hasta que la realidad me escupió en la cara.

Era contradictorio y hasta inhumano pensar que algún día podría este amor colapsar, que las tinieblas tan recalcitrantes en el mundo de los humanos podrían penetrar en nuestro recinto sagrado. Sin embargo, ambos éramos conscientes de que el magnánimo palacio se derrumbaba paulatinamente, la armadura donde refulgía nuestro amor se despedazaba sin que pudiéramos preservarla ni mucho menos reconstruirla. Todo fue así hasta que un día llegó el fin, cargado de espesa desesperanza y traición inesperada, anunciando un nuevo camino, una senda que se abría entre misteriosos arabescos y orladas galaxias. Ya no éramos el uno para el otro ni lo seríamos nunca más. Se había esfumado, tan misteriosamente como había aparecido, la magia que en el ayer nos había embotado tanto. Ya no refulgían nuestros corazones al mismo compás ni se entonaban cánticos misteriosos en nuestro nombre. Ya no me estremecía al pronunciar tu nombre y ya no era tu sonrisa causa de mis desvelos.

Quisimos entrar juntos, aunque de nuestra magia nada sobrara. Colegimos que se podía revivir lo que jamás murió ni nació, sino que, espontáneamente y por tan corto tiempo, en esta fábula nos unió. Pero era ya demasiado tarde, pues, con amargura, dolor y destrucción, supimos que aquel nuevo y extraño mundo no era ya únicamente habitado por nosotros dos. Había intrusos y nos habían raptado sin notarlo, sin siquiera percibir que estar juntos ya no era placentero ni cautivador. Solo restaba indiferencia, pero una tan abrumadora que me hace dudar ahora, mientras creo recordar cómo eras, si alguna vez de verdad fue cierto que llegamos a amarnos. Y creo, pese a todo, que sí, que yo te amé mucho más de lo que alguna vez imaginé. Jamás sabrás el tropel de emociones tan apabullantes en el que me sumergía tu contemplación, pero ya nada importa, ya que nada queda entre nosotros dos sino solo un lúgubre y eterno adiós.

***

Anhelo Fulgurante


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