Cuando observé el resplandor en tu cuerpo, de inmediato se estremecieron mis miembros más representativos. Y es que me enloquece saborear tu saliva espesa y embriagante que se esparce en mi boca cuando tus labios intentan devorarme. Y es que me empapo de una llovizna ardiente que me desgasta la cordura cada vez que tus magnificentes símbolos parecen estallar al apretujarlos hasta tus gestos más sensuales provocar. Ni hablar de tus reverberantes pilares y de ese algo más profundo y cálido en ti que me enajena al tomarte en la noche perenne donde danzamos la magia ancestral de los amantes inmortales. Y tú, tan poética y delirante, tan malditamente encantadora y hechizante, deslumbras mis sentidos más allá de lo humanamente posible. Incluso, me parece imposible que exista algo tan perfecto como tú y todo lo que simbolizas en mi mente. No sé si solo alucino contigo para evadir a la soga o si en verdad eres más real que mi propia miseria existencial.
Contigo he sentido trascender los límites de los ósculos imperecederos y de los sonidos estridentes producidos durante el clímax de la aurora iridiscente en donde nuestros cuerpos se desprenden y nuestras entidades supremas fusionan algo más que símbolos y anatemas en las concepciones triviales de la unción. No concibo mayor testimonio de haber estado dentro de ti que el conocer aquel inmanente y cromático, quimérico y sustancial intercambio de espontáneos y controvertidos fragmentos donde hemos plasmado, con artística poesía, los más eróticos y espirituales despertares. Y es que, cuando en ti me pierdo, de manera irrevocable todo lo baladí se evapora entre los álgidos y culminantes enigmas de tu alma. Arrancas de mí, por unos instantes, la infinita tristeza que me mantiene preso y agobiado. Es tu ser alado el que invoco cuando siento desfallecer y añoro más que nunca la inexistencia absoluta. Eres tú mi divina fantasía, mi pintura favorita y mi más destructiva obsesión.
Porque cuando me arropas con ese calor fulgurante, derrites todo mi contorno y enciendes la chispa más intrínseca en la consustancial sombra prohibida que corroe mi cordura. No importa si es en el mundo del retorno, sé que nuestros ceremoniosos cánticos no podrían ser igualados por ningún otro par de insulsos e inferiores mortales, pues, de un modo espectacularmente surrealista, el más sublime acto es invocado por nuestros espíritus en la cumbre más elevada entre todas las montañas supremas. Tú y yo solamente, conociendo los apoteósicos secretos del umbral oscuro y dubitativo, riendo desmesuradamente del mundo más sórdido y absurdo. Solo en nuestros sempiternos desprendimientos podríamos soñar recíprocamente todas las sensaciones de inagotable fruición experimentada al unir algo más que nuestros seculares pensamientos. Únicamente entre tus sinfonías y tus risas delirantes podría hallar mi eterna y predilecta destrucción.
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Anhelo Fulgurante