,

Corazones Infieles y Sumisos XIV

Era rubia, pero sus cabellos eran quebrados y hermosos, muy parecidos a los de Alister, pero menos rizados, y brillaban como el sol. Sus ojos de color esmeralda eran los más refulgentes y penetrantes que hubiese mirado. Su cuerpo sencillamente perfecto, sobrepasaba cualquier poesía o arte, con sus caderas tan marcadas, su cintura de avispa, sus senos enormes y firmes, su trasero duro y sumamente definido, sus piernas tan esbeltas y carnosas, sus pies delgados, sutiles, hermosos, su voz angelical y con una soltura inefable para expresarse, una sonrisa única e inverosímil la preñaba de eterna simpatía.

–Pero ¿qué hacía alguien como ella ahí? –se cuestionaba Alister, que no podía dejar de mirar sus labios rojos, tan atrayentes y carnosos, tan manchados por tantas bocas y, a la vez, elevados por encima del resto, tan hermosos y detestables, tan angelicales y demoniacos.

Sin duda esa mujer denotaba a la mayor proeza obviada por el execrable mundo del absurdo, era la Lilith de sus utopías en los campos elíseos incompatibles con su mortalidad anormal. Aunque, por otra parte, sus ropas estaban gastadas, su escote roto, el vestido apenas cubría su enorme rabo, sus tacones enormes le hacían ampollas, le escurría esperma por las piernas y lo escupía de la boca, el lápiz labial le manchaba las mejillas y el rímel en cantidades nada modestas empañaba su etérea mirada. Parecía la mayor puta de la historia, su cara blanca embadurnada con semen y ese maquillaje corrido le daban un toque especial. ¡Qué parecido guardaba aquello con el amor! Y ¡qué distante era la sensación! El cielo y el infierno lucían mezclados, la perdición y la degradación del ser que lo contorneaban en el limbo y lo proyectaban hacia los sueños más profanos y menos horadados, donde podía su alma rebozar de voliciones y separarse de su espíritu ahíto de una pureza pueril para el plano inferior.

–Y esto ¿es real? Ya he tenido varios sueños como este, ahítos de demencia, y no me parece grato despertar para descubrir la grosería divina.

–¿Acaso crees que tú eres real? O ¿crees que este mundo es real? –contestó la prostituta para sorpresa de Alister.

–No lo considero de ese modo. Y, aunque lo fuese, eso no haría que mi existencia tuviera un sentido.

–Buen punto, pero también es importante analizar el por qué debería de tener un sentido nuestra existencia. Es algo que se ha fijado de esa forma, se acepta por conveniencia y, a partir de ello, se construye la falacia llamada vida.

–Sin embargo, generalmente se construye basándonos en viejos preceptos, transmitidos de generación en generación, sin cuestionarse si son o no cosas válidas de seguir.

–Eso se debe a que se ha impuesto la existencia y el sentido de una forma social; esto es, estableciendo que, si uno no encaja en las reglas y costumbres que la matrix adopta y dispersa, entonces está fuera de sintonía.

–Y pasa que todo lo que se realiza en una sociedad moderna, como las de hoy en día, es con el fin de entorpecer a las personas, de destruir sus sueños y arrebatar esa identidad que pudiera someramente impregnar la vida de un cierto sentido, aunque fuese solo parcialmente.

–Pero no sé si es eso correcto, quién sabe si pudiésemos atribuir un sentido parcial o únicamente uno total y nada más, en cuyo caso entonces esta existencia no lo posee.

–Aunque, si estamos aquí solo para aprender y no existe algo perfecto porque automáticamente sería extraterrestre o extradimensional, pues se puede decir que es inútil buscar el sentido de nuestra estancia aquí y lo que debemos lograr o superar, ya sea porque se ha olvidado antes de venir, o porque sencillamente todo intento de atribuir dicho sentido resultará en una argucia.

–Y así es como las personas viven –afirmó la prostituta mientras encendía un cigarrillo–, todo cuanto creemos por sentido es solo quimérico, una mera cortina que nos encierra en burbujas casi indestructibles y sostenidas por nuestros pensamientos.

–Es lo que yo he meditado por tanto tiempo. Hay tantas distracciones y falsas apariencias. Este mundo es de los injustos y los impuros, de los impúdicos.

Al instante, Alister reflexionó y quedó boquiabierto cuando, entre las personas que se retorcían en execrables bailes, se pudo observar a sí mismo teniendo relaciones con Cecila. ¡Él pertenecía a esa clase de personas absurdas! No tuvo tiempo de refutarse porque la puta de cabellos rubios prosiguió:

–La pureza posiblemente sea difícil de lograr, pero no la necesitas. Todo lo que debes hacer es seguir en esta guerra y luchar lo mejor posible, siempre haciendo uso de las armas y provisiones disponibles mejor que otros.

Alister meditó, el humo del cigarrillo recién había penetrado por sus orificios nasales y el lugar se hacía más sombrío; sin embargo, podía sentir cómo el tiempo era diferente. Sintió deseos de fumar, luego inquirió:

–¿Quién eres tú? ¿Cómo es posible que estés aquí?

–¿Por qué preguntas eso? ¿Qué tiene de malo que alguien como yo esté aquí?

–Bien, tú sabes que generalmente se considera a las mujeres que realizan tu trabajo como malas personas. Por otra parte, tú eres muy sabia para pertenecer a este lugar, pareces más bien como una profesora.

–Yo solía ser profesora –indicó la ramera vaciando su vaso y sirviéndose otro inmediatamente, le encantaba el ron.

–¿De verdad? Y luego ¿qué pasó? ¿Cómo es que terminaste así?

–Solo estás viendo lo que tus ojos te dictan, tal es tu percepción humana. Este lugar puede ser lo que tú creas, solo refleja los colores de tu aura y lo que hay en tu alma. Debes ya saber que las ilusiones son lo más real para tus sentidos, el tiempo y el espacio definidos en un mundo terrenal solo ayudan a no enloquecer. Las diversas formas coexisten y colapsarían si se encontrasen al menos dos, puesto que la energía requerida sería difícil de calcular. Tus lecciones deben ser absorbidas y llevadas al plano superior, tu encuentro conmigo estaba ya pensado desde antes del pensamiento mismo.

Ambos permanecieron en silencio. Por unos momentos muy breves, Alister recordó a Erendy, su suave brisa y su flagrante aroma, la dulzura de su inteligencia, su soltura comparable a la de aquella mujerzuela. ¿Cómo podía ser? ¿Es que amabas compartían, en el fondo, una especie de energía similar?

–Sé lo que te aflige. Entiendo tu dolor, pero nada puedo hacer por ayudarte, así como tú a mí tampoco. En esta sociedad se enseña que la prostitución es incorrecta, pero todo trabajo lo es. Al menos de la forma como actualmente se presenta, como un acondicionamiento y una esclavitud sin fin. Los humanos pasan horas y horas en ello, ingiriendo más y más insensatez y estupidez, hasta que se disuelven en la nada, pagan sus vicios y se solazan con falacias. ¿Cuál es la diferencia con la prostitución? El hecho de sentir un pene dentro de mí y de chuparlo no me quita algo esencial, solo es un pedazo de carne y hueso que poseemos. Al final, todos los caminos convergen en el absurdo. O ¿acaso crees tú que tiene más sentido formar una familia, realizar viajes, poseer bienes, una casa bonita, un trabajo bien remunerado, entre otros, que dedicarse a satisfacer placeres mundanos? El ser, en su enferma percepción de las cosas, se engrandece mientras está ataviado de la misma basura que arroja constantemente con desagrado.

Alister miró a la prostituta, le parecía que se hallaba frente a una entidad superior, con una manera de pensar demasiado sublime para ser real. Pero ¿qué era real? ¿Qué era el ser y su existencia sino meras presunciones? ¿Acaso importaba ser o no ser? De todos modos, se vivía estúpidamente y, aún en el absurdo, se podía progresar. De hecho, era una condición más que necesaria.

–Y ¿cómo te llamas? –se inquirieron el uno al otro al mismo tiempo.

El joven de los sueños rotos se deleitó al profundizar en los ojos azules de aquella malograda, alcohólica y ramera mujer. Había allí algo que no podía encontrar en su realidad. Por fin comprendía el camino que le había deparado aquel entrelazamiento. Estaba ahí para atisbar la dulzura en el infierno, la belleza de la muerte, la hermosura de lo execrable, la divinidad de lo demoniaco.

–Mi nombre no es relevante, pero aquí me llaman Mindy.

–Ese no es un nombre –replicó Alister mientras contemplaba las piernas de Mindy.

–Y ¿eso importa? Sabes, ya ni siquiera me importa saber el tuyo, mejor sigamos charlando.

Mindy pidió otra botella y el coloquio se extendió, parecía que el exterior se mantenía impertérrito al paso del tiempo. Alister se enteró de que aquella mujer tenía un maestría en filosofía. Había sido una conferencista muy famosa y profesora de colegios eminentes, todo marchaba bien en su vida hasta que.

–Hasta que un día se presentó ante mí el infortunio. Iba en el automóvil con toda mi familia, tenía dos hijos a los cuales adoraba y un esposo instructor de gimnasio. Éramos la familia ejemplar, todo era dicha y las personas nos admiraban. Así fue mi juventud, siempre entre el dinero y las cosas bonitas, sin aprender realmente, sin vivir.

Alister se percató de que aquella extraña mujer hablaba de aquellos acontecimientos como si se tratase de algo muy lejano, pero, para su sorpresa, aunque sí mostraba señales de envejecimiento, su ser parecía conservar un halo de juventud inmarcesible. Su madurez iba por otro rumbo, su cuerpo parecía tener el aspecto ideal. Esto excitó sobremanera su interior, que deseaba a una mujer madura y en pleno éxtasis de fertilidad.

–Como decía, aquel día el automóvil se descompuso. Y es algo que, día con día, me sigo cuestionando. Si ese incidente fue parte de un destino o si fue casual, si nuestro libre albedrío tuvo algo que ver en decidir no regresar temprano de la casa de mis padres, es algo que aún me atormenta. El hecho está en que, al transcurrir la noche, estábamos varados en la autopista, sin señal telefónica y en espera de que algún viajero despistado pudiese acercarnos a nuestro hogar.

En este punto, Mindy había ya terminado con la tercera botella de ron y el hedor que despedía, entre alcohol y esperma, fue un aliciente para el falo de Alister. Sobre todo, lo calentó el pensar la manera en que ella fue preñada y sus gemidos, sus poses y sus frases.

–Entonces fue que a lo lejos divisamos cuatro caballos, se movían extrañamente, parecían no rozar el piso. Cuando se detuvieron frente a nosotros, vimos que eran montados por cuatro jinetes, los cuales no nos dirigieron palabra alguna, simplemente desmontaron y sacaron unos látigos. Mis hijas tenían miedo, mi esposo trató de protegernos con su musculatura, pero fue en vano, pues uno de esos monjes oscuros sacó un pendiente en forma de cruz y ocasionó que a mi esposo se le salieran los ojos. Acto seguido, lo decapitó frente a nosotras.

El sonido de la música se elevaba en el reino de Mister Mimick, y Mindy se acercó a Alister, se sentó a su lado y le ofreció un cigarrillo que este amablemente rechazó.

–Pero lo peor estaba por venir, pues uno de esos monjes oscuros comenzó a violar analmente el cuerpo sin vida de mi esposo, mientras otros se pasaban su cabeza y la azotaban contra los árboles. Recuerdo claramente que con su sangre formaron un círculo en torno de nosotras. Uno de ellos me tomó del brazo y, al observar mis ojos, dijo algo así:

–Tú eres una de las marcadas por la divinidad demoniaca, tú destino ha sido trazado, ahora descansa sobre el espíritu de…

Mindy tenía problemas para recordar el nombre; de hecho, nunca había podido hacerlo.

–Dijo un nombre que jamás había yo escuchado, me sacó del círculo y dos de esos sujetos se dirigieron hacia mí, exploraron mis genitales y luego me incitaron a tocarme mientras contemplaba el más sórdido y cerval espectáculo: mis hijas eran devoradas en vida por esos monjes, uno de ellos las destazaba y el otro devoraba la carne, después intercambiaron roles hasta que mis hijas quedaron reducidas a huesos y pellejo. Deglutieron los órganos, bebieron su sangre y su cerebro lo guardaron en unos frascos, sus corazones los enterraron y recitaron unas extrañas oraciones. Acto seguido, se masturbaron y me obligaron a lamer su manos batidas de sangre y semen. Yo me desmayé y, cuando desperté, me hallaba en un hospital. Ellos negaron todo lo que dije, aunque no conté absolutamente todo, pues sabía que no lo creerían.

Alister permanecía impasible, como abstraído de sí, con la mirada perdida y sus pensamientos vagos, aunque con el pene bien levantado.

–Desde aquel momento, no hay lugar alguno al que pueda ir, ni periodo de tiempo en donde no escuche el llanto de mis hijas al ser devoradas vivas. Tú jamás podrías imaginar todo el dolor que he soportado, las imágenes que se repiten con tanta frecuencia. Pero, al fin y al cabo, agradezco lo que pasó, pues gracias a eso logré liberarme de todo cuanto me ataba, quizá de una forma sumamente violenta, pero no podría haber sido de otra. Abrí los ojos, dejé todo atrás, me hundí en el alcohol y la miseria, me desprendí de todo lo material y ahora veme aquí, sobreviviendo de limosnas, de favores, de placeres ajenos. Así es mi vida. Si esto no representa el sinsentido humano, entonces no sé qué clase de juego es el que plantea este dios o entidad suprema que rige y supera al libre albedrío.

–Y entonces ¿tú consideras que ya superaste ese trágico asunto?

–No, jamás podría olvidarlo. Este dolor es y será parte de mí por siempre. Simplemente, he logrado ser indiferente a ello, me ha dejado de afectar. Ya no me importa escuchar los gemidos y quejidos de mis hijas siendo destazadas, o recordar la felicidad tan irreal en que me hallaba. Ahora sé que la vida es esto, una blasfemia, una existencia a la ligera, si es que se puede decir eso. Hay desprenderse de todo, obviarlo todo y dejarse llevar por la nada.

Alister quedó impactado cuando, de las mejillas de Mindy, no escurría una sola lágrima, no había una sola señal de llanto. Aunque su rostro reflejaba tristeza absoluta, su espíritu, contaminado ya por los vicios y la lascivia, permanecía intacto muy en el fondo. Era un ser muy superior, no en este plano, sino en alguno mayor, donde no podía imperar el absurdo.

–Ya me parece suficiente de esto, hemos platicado un buen rato, ahora debo continuar con mis labores –afirmó la mujerzuela, levantándose y sacudiéndose la ropa, tratando de lucir presentable, aunque era imposible en tal estado de ebriedad.

–¡Espera, no te vayas! –exclamó Alister, tomándola de la mano.

La deseaba, esa era la realidad. Sí, deseaba poseer a aquella desdichada mujerzuela, recorrer su indiferencia y saciarse con su dolor. Sin perder ni un segundo, suponiendo un tiempo en aquel lugar, Alister tomó a Mindy entre sus brazos y la apretó contra él, haciéndola sentir su endurecido pene y remojando sus labios con los suyos, llevando su lengua al fondo de la garganta de la ramera y subiendo su vestido negro hasta alcanzar sus nalgas, embarrándose en sus pechos y sujetando sus dorados cabellos. Aquel beso resultó uno de los más mágicos para ambos, pues pudieron sentir algo que se unía, que necesitaba encontrarse, que tenía la necesidad de ocurrir.

Mindy recobró el sentido y, aunque el beso había provocado que se le remojara la vagina, se liberó de los brazos del ladrón y le soltó una brutal bofetada, incluso rompiéndole el labio.

–¿Qué te pasa? ¿Estás loco acaso? ¿Por qué hiciste eso? –replicó enfurecida.

–Todos lo hacen, ¿acaso no te besan todo el tiempo? ¿No es eso lo que haces?

Alister sintió arrepentimiento por tales palabras y se disculpó inmediatamente, limpiándose la sangre que ahora brotaba.

–No es así de simple. A mí me cogen muchos hombres, desde jóvenes hasta ancianos, pero nadie me besa, absolutamente nadie prueba mis labios, y menos de esa forma tan descarada.

–Pero solo ha sido un beso, estoy seguro de que pudiste ver mucho, de que tú lo deseabas tanto como yo.

–¡Tonterías! –exclamó Mindy– ¿Por qué querría yo algo así de alguien como tú?

–Porque quizá fue verdadero, algo que no tenías hace ya bastante.

–¿Acaso crees que puedo sentir amor? Yo no hago eso, yo ya soy indiferente a todo, incluso a la muerte de mi familia, y hasta me parece que eso fue lo mejor. Soy indiferente a que un hombre tras otro me penetre, a vivir alcoholizada y a no comer, a la vida que sea que lleve. Yo ya morí hace tiempo, no puedo sentir nada. Mi única esencia es la de estar atrapada en esta realidad marchita.

–Quizás eso que dices sea cierto –manifestó Alister con tristeza–, y te admiro indudablemente por ello, pero yo te aprecio y creo que te deseo.

La mujer de labios intensos miró confundida al príncipe de ningún lugar y se perdió entre la muchedumbre, el espectáculo parecía estar en su clímax. Ahora el piso parecía ondularse y el lugar curvarse. Se sentía una gran presión, pero nadie lo percibía.

Alister decidió seguir a la extraña mujer sin ver por donde caminaba. En el trayecto, fue salpicado por distintos fluidos, con el pito completamente erecto. Preguntó por ella a un gordo, el más obeso que alguna vez hubiese visto, quien tenía una especie de cordón umbilical mediante el cual se le alimentaba con animales recién triturados. Estaba ya enganchado de por vida a un sistema virtual de pornografía, era un adicto que miraba sin parpadear mientras dos negras se tragaban su excremento y él cogía a todas las mujeres candidatas a trabajar en ese sitio. Su pene parecía más bien una bola de cebo repleta de horribles verrugas y pus. A Alister le parecía interesante y excitante imaginar que Mindy pasó por aquel cerdo blasfemo y comenzó a tocarse sin poder resistirlo ni un momento más.

Finalmente, entró por una puerta roja en cuyo frente se podía atisbar un ojo inmenso que soltaba destellos refulgentes y parecía tener vida propia. En el pasillo contempló mujeres a las cuáles se les habían injertado pies de cabra y dos senos extra, su lengua era de serpiente y llevaban unos cuernos de chivo implantados en vez de orejas, tenían el cuerpo totalmente tatuado y la vagina ensanchada por una especie de artefacto de naturaleza desconocida que presionaba todo el tiempo. Al ver a Alister, las mujeres, si se les podía llamar así, sonrieron y comenzaron a masturbarse. Al parecer era un saludo, como una bienvenida. El muchacho prosiguió y recorrió diversas puertas, hasta llegar a una que decía Mindy.

Recordó entonces el día en que conoció a Erendy, todos los poemas que solía darle, los paseos por el parque, los juramentos, y estuvo a punto de retroceder. Igualmente rememoró su plática con Yosex, acerca de la sumisión sexual hacia el ser amado y la liberación hacia el ser deseado. Tantas discusiones filosóficas sobre el amor y el deseo, tantas cosas sobre el libre albedrío y el destino, tantas sensaciones. Finalmente, decidió tocar la puerta, pero, para su sorpresa, estaba abierta. Cuando entró, vio a la mujer subconscientemente, maquillándose frente al espejo, recién bañada. Le parecía el ángel de la destrucción, el anticristo de la nueva creación. Nunca había contemplado tan irresistible preciosidad encarnada.

–Acabo de recordar algo –dijo ella–, el estar contigo trajo a mi memoria esa sensación de vértigo. Siento que ya te había visto antes, o al menos sentido.

–¿A qué te refieres? Yo nunca te había visto en toda mi vida, y ahora creo que jamás podré olvidarte.

–Ya lo sé, eres como los demás: un niño. Creo que ya lo comprendí, o algo así he formulado.

***

Corazones Infieles y Sumisos


About Arik Eindrok
Previous

Mitológico Erotismo

Penumbra de sinsentido

Next