La fidelidad y el amor son meras quimeras y, quien no lo crea así, es que no ha comprendido su propia naturaleza. El simple hecho de desear a otro ser, en el grado más mínimo posible, ya indica una contradicción en la promesa del insulso mono enamorado. Y es que ¿quién no ha deseado mentalmente alguna vez en su ridícula existencia a otro ser que no es el que se dice amar?
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Algunos tontos suelen repetirse hasta el cansancio que aman con locura sin percatarse de que la única locura es creer que el ser humano puede realmente llegar a amar.
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El ser siempre es infiel hacia sí mismo; ese es el axioma para rechazar cualquier falacia amorosa. Si no podemos ser fieles hacia nosotros mismos en los aspectos más básicos de la existencia, ¿cómo pretender que podemos ser fieles a otros?
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Desde que la moral se impusiera como un engañoso artilugio para reprimir la sombra que devora las entrañas de los impulsos reprimidos en el ser, no ha quedado otro camino que el de mentir tanto como sea posible para glorificar todo aquello que use la máscara de la verdad.
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Para suprimir el alcance tan destructivo que tendría nuestro execrable y corrompido interior se han inventado las repugnantes argucias de la religión, el gobierno y la moral. Pienso, ¿no sería acaso mejor permitir que todos nos destruyéramos de una vez? Así cuando menos algo bueno se sacaría de toda esta barbarie de ignorancia: nuestra extinción.
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Ardiendo en la incertidumbre de los anhelos prohibidos se encendió la flama que disipó los temores que sometían al prisionero. Solo así, meditabundo y sin ninguna noción de inflamado dolor, consiguió alcanzar la purificación del amor: la infidelidad sin compasión.
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Obsesión Homicida
