Podrá morir todo lo humano que hemos compartido, todo el tiempo en el cual nos hemos permitido ser indiferentes, pero no morirá el suave melifluo con el cual encantaste hasta el último resquicio de mi mente… No morirá todo lo que me has hecho sentir y soñar, ni siquiera con mi muerte.
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No me equivoqué cuando desafié las absurdas normas que se me han impuesto como humano; cuando te besé y compartí contigo un pedazo de ese infierno donde estamos destinados a amarnos en secreto y no pertenecernos. Puede que este obsesivo amor sea mi condena, pero si ello implica estar contigo en el mismísimo infierno, pues que así sea.
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Era insoportable tenerte tan cerca y no poder hacer algo más que devorarte en mi malsana mente, ya que el fuego que consumía mi alma reclamaba tu cuerpo en mi cama y tu magia poseyendo mi espíritu. El único consuelo que mi afligido corazón necesitaba era estar entre tus brazos y sentir que el mundo, la humanidad, la vida y hasta la muerte se diluían cuando tus labios se posaban sobre los míos.
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No sé si me atreva a confesarte los sentimientos que me torturan y me mantienen agonizando en esta jaula de contradicciones internas, porque en verdad estoy ansioso por tomarte, besarte y hacerte cualquier cosa con tal de capturar por la eternidad tu etérea esencia en mi piel.
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La infidelidad y el enamoramiento tienen el mismo efecto en la mente: ambas cosas convierten a su recipiente en un demente fornicador sin remedio y, paradójicamente, ninguna de ellas es más que una ilusoria concepción del amor ante la que caemos doblegados sin oponer la más mínima resistencia.
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Obsesión Homicida