Es incompensable que aún existan infinidad de prejuicios y supuestas normas morales que indiquen la manera adecuada de vivir en sociedad, así como aquello que resulta aceptable. La moral, tal como el amor, dios y tantas otras quimeras que el ser se ha inventado para reprimir su verdadera naturaleza homicida, suicida y depravada no tiene realmente ningún propósito sino impedir la verdadera ruta hacia una supuesta evolución. Hoy en día, la verdad está tan hundida y es tan difícil de dilucidar que no sé si incluso me atrevería a decir que ya no existe; ¡y quién sabe si alguna vez ha existido!
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Es inaudita la manera en que los humanos se consideran superiores a los demás seres, cuando no son sino la mayor prueba de la infame estupidez de algún demente creador. Me gusta cuestionar a dicho creador, aunque a sus devotos seguidores no les guste en absoluto mi actitud crítica. No puedo simplemente tomar una actitud pasiva como esos patéticos creyentes cuyas irracionales creencias rayan en la esquizofrenia. ¿Acaso nunca han puesto en duda su fe? ¿Acaso nunca han sentido que todo en lo que creen son tonterías y nada más? Algo totalmente irreal desde el momento en que ningún dios ha bajado de su trono en los últimos siglos y ha impuesto justicia. El mundo humano sigue y seguirá pudriéndose, y el ser, en lugar de orar inútilmente a un inexistente creador, debería más bien comenzar a hacerse responsable de sus actos e intentar, por primera vez en toda su fútil existencia, hacer algo valioso con su efímera vida.
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Y es que no tengo ninguna duda en absoluto: si alguien merece todas las adulaciones y los placeres humanamente posibles, esa entidad majestuosa es la muerte y ninguna otra. En contraste, el ser, dominado por su infame bestialidad y su absurda pretensión de superioridad, no hace sino envilecerse y hundirse en la decadencia de sus vicios y en su ignorante percepción de las cosas. ¡Vaya errata cometida cuando se concibió que el ser podría ser el rey y el amo de todo cuanto existe! No solo eso, sino que se regiría por las virtudes y el amor; nada más lejano, nada menos cierto que la sublimidad. Parece, de hecho, una consecuencia irrevocable el que la humanidad desaparezca dentro de poco. Y ojalá que así sea, porque ya me estoy cansando cada vez más del mismo discurso con que los líderes políticos, religiosos y espirituales intentan matizar aquello que resulta obvio para las mentes menos adoctrinadas: el sinsentido de todo cuanto es.
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Por decirlo así, las mujeres me parecen menos estúpidas que los hombres en términos emocionales, pero un poco más desinteresadas en la búsqueda de la verdad. Ambos géneros, de cualquier manera, están destinados a la extinción; puesto que la raza humana en su esencia más pura se compone de ignorancia, insulsez e intrascendencia sin distinción de género, creencias o intereses. Todos y todas somos esclavos del sexo y del dinero, entre muchas otras cosas; y, especialmente, siempre seremos esclavos de nuestros propios demonios.
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Una poeta suicida es como la perfección llevada al extremo, más todavía si ha cometido algún sacrilegio o si ha aceptado su naturaleza sombría y perversa. Esto pudiera parecer contradictorio a la gran mayoría de asnos quienes se rigen por la moral que impone la época y la sociedad; mas debe considerarse, sobre todo, cuántos de estos hipócritas sin remedio no anhelan en lo más profundo de su ser llevar a cabo todo aquello que dicen detestar y que condenan absurdamente en otros.
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Obsesión Homicida