En fin, parece que hasta aquí llega la absurda treta de existir. Estoy tan cansado de soportar la blasfemia de ser humano, de estar preso en este mundo superfluo y malsano. El suicidio me ha encantado, y yo debería apreciar la molestia que se ha tomado en haberme seducido a tal grado.
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Y es que ya solo la magia de tu boca, aunque efímera, podía hacerme retroceder en el tiempo al momento culminante antes de dejarme caer en el vacío de los ensueños suicidas.
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Me llevaré un bello recuerdo tuyo: el de tus hermosos ojos carmesí reflejando el absurdo de mi existencia y la imposible continuación de una vida destinada a la agonía. Creo que eso me bastará para completar el ritual suicida tan indispensable para extinguir mi vomitiva humanidad de una vez por todas.
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Lo que necesitaban las personas para sentirse felices en una realidad tan banal y pestilente como esta era vencerse a sí mismos, lo cual implicaba una absoluta renuncia a la individualidad, la reflexión profunda y todo aquello inmanente al ser. En cambio, la mentira, la hipocresía y la identificación con lo socialmente aceptado eran conductas altamente deseables e indispensables para la felicidad moderna en el mundo más miserable alguna vez imaginado y que, en su estupidez y trivialidad, creía ser el resultado definitivo de la evolución.
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Nada tenía que hacer aquel poeta de mirada perdida en una humanidad corrompida por la trivialidad, el sexo, el materialismo y, sobre todo, el dinero. ¡Pobre desdichado que pasaba los días melancólico y poético, anhelando la muerte para escapar de esta pesadilla absoluta!
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Ser demasiado ignorante resultaba imprescindible si se quería ser feliz en este mundo aciago. Luchar por bagatelas y seguir los ideales impuestos por otros también formaba parte del adoctrinamiento indispensable. Y, sin embargo, la verdadera razón por la cual la supuesta felicidad era humanamente asequible se hallaba en la condición natural del ser: autoengañarse tanto como fuera posible con cualquier estupidez fácilmente creíble.
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Encanto Suicida