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La Execrable Esencia Humana 10

Una vez llegó una sombra angustiada al final del túnel y dijo entonces haber conocido a los extraños habitantes de una supuesta civilización moderna donde todos se mataban unos a otros eternamente por meros pedazos de papel; ilustró, asimismo, lo incapaces que eran aquellos imbéciles y decadentes de percatarse que la felicidad refulgía en un papiro cuyo silogismo versaba sobre ya no desear nada. Me pregunto si se refería a los humanos…

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Las personas suelen ser tan torpes y superficiales que les gusta escuchar falsedades porque eso las hacer sentirse momentáneamente felices y a gusto; las verdades las atormentan y destruyen sus ficticias necesidades de consumo solicitadas por sus propios recipientes. Sus mentes han colapsado hace mucho tiempo atrás, pero sus cuerpos se niegan a morir por alguna desconocida razón que trasciende toda explicación ligeramente sensata. Lo insensato es que el ciclo se repita una y otra vez sin que nadie haga algo al respecto, sin que ninguna entidad divina o demoniaca se digne siquiera en hacer intervención alguna.

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Es realmente triste que el mundo humano sea solo un funesto error, una barbarie de hambruna y destrucción sin tregua. Cada mañana me pregunto si alguna vez cesará este sacrílego tormento llamado vida, si pronto las cosas cambiarán de algún modo o si estaremos condenados a subsistir en la desdicha hasta que los colores y los sonidos no puedan ya ser diferenciados por nuestros limitados sentidos. Entonces el resplandor será de tal magnitud que aniquilará nuestras adormecidas consciencias y las arrojará a un abismo del cual nadie osará intentar traerlas de vuelta.

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Y cada tarde continúo sin fuerzas, inquiriendo hasta cuándo se callarán todas esas nauseabundas voces humanas y se hará el laudatorio esfuerzo por concebir que esta existencia tan ridículamente idolatrada por tantos es solo una eviterna desventura. En fin, supongo que eso nunca acontecerá, no mientras el poder valga más que la sabiduría y el sexo más que el conocimiento. Nuestra ruina es inminente, porque nosotros mismos así lo hemos querido. La pseudorealidad nos ultrajó desde el comienzo; mas nosotros, ciertamente, no opusimos gran resistencia y fuimos ensombrecidos por nuestros propios pensamientos, sentimientos y pasiones. La creación ha fracasado; es concebible, así pues, que se ponga punto final a tan despectiva inversión de sublimidad y perfección.

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Este cosmos es quimérico, la existencia es una miseria adornada por la pseudorealidad y sus matices superfluos; tan maravillosamente ideados para lavar las mentes y destrozar el alma. El ser no es ninguna concepción de lo divino, sino todo lo contrario: es un conjunto de penumbras regido por lo asqueroso y lo más insano. Hemos caído demasiado bajo como para pensar en levantarnos; es ya demasiado tarde para ser absueltos de nuestro egoísmo sin límites. Mejor que todo se inunde, que todo se despliegue y se contraiga múltiples veces hasta formar una planicie donde el silencio sea el único en pie.

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Me parece incluso una burla que existan las escuelas sabiendo que nadie puede ser maestro jamás, pues nadie puede enseñar a otro lo que cree saber y que, ciertamente, le ha sido implantado por la pseudorealidad en un continuo sistema de perpetua condenación mental y espiritual. Uno mismo debe vivirlo todo y morirlo todo; ¡solo así se puede aprender y quién sabe si enseñar algún día! En última instancia, el camino recorrido y las cumbres escaladas son siempre algo netamente subjetivo detrás de cuyos dientes se esconde un sermón solo comprendido por quien lo profiere y lo engulle sin vacilar. Los otros, esos quienes aún buscan en las nubes una señal, jamás entenderán ni una sola palabra; están todavía demasiado adormecidos y puede que así mismo los encuentre también el más allá. Pero a nosotros, los poetas-filósofos del caos, ¡ay!, el más allá parece atisbarnos desde la lejanía e irse a esconder en el fondo del mar.

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La Execrable Esencia Humana


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