Pensamientos LEEH30

Quizá los dioses amen a los suicidas, sobre todo a los más jóvenes, porque han logrado comprender muy pronto la sublime verdad antes de sucumbir por completo al nefando absurdo de la existencia humana.

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Y, a veces, en mi insana desesperación, sí que imaginaba ser como el resto de seres que tanto detestaba y que contaminaban esta ya de por sí absurda realidad: ser tan solo una marioneta más, un fiel creyente y patético adorador de vomitivas mentiras establecidas como verdades sobre la putrefacta infamia que representa la raza humana y su miserable existencia.

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No había otra opción, pues llevaba ya tanto tiempo detestándolo todo, especialmente a mí mismo. Debía hacer un cambio, mostrarme algo de compasión. Por lo tanto, aquella tarde comprendí que, sin lugar a dudas, el más sublime acto de amor de amor propio que podía llevar a cabo no podía ser otro sino el suicidio.

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Quizá la existencia no era tan absurda por sí misma, sino que era la humanidad, con su deplorable esencia, la que hacía todo lo posible para llevarla al estado más miserable y superfluo.

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Realmente nunca comprenderé el porqué de todas las absurdas situaciones y de los banales seres que por mero azar me rodean. Ni mucho menos entenderé que, de alguna estúpida manera, solicité esta intrascendente y miserable existencia que no podría provocarme otra cosa que no sea desesperación, hartazo y locura. Y ahora, en este estado de infinita incertidumbre, no queda sino suplicar por el valor para que esta noche sea la última, para reunir toda la repugnancia y el sufrimiento en la poesía más divina: la del suicidio.

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Pobre y absurda humanidad, no se da cuenta de la estupidez que impera en sus venas. Y, más aún, proclama ser la especie más evolucionada sin percatarse de su infinita miseria existencial y su deplorable adoración por la banalidad, el sexo y el dinero.

La Execrable Esencia Humana


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Capítulo XVIII (LEM)

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