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La Execrable Esencia Humana 40

No me importa si me ignoras toda la vida, si te empeñas en lacerar aún más mi agobiado corazón; inflamado por esta fijación siniestra que hacia ti siento. Debes saber que yo te adoraré y amaré hasta el día de mi muerte, hasta el día en que finalmente mi cuerpo inerte cuelgue de la rama de aquel extraño árbol donde solía escribirte tan obsesivos poemas.

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Y tan solo quisiera que la última sensación que experimentase antes de dejarme consumir por aquella sombra homicida y suicida que habita en mi interior fuese la de tu cuerpo y el mío amalgamados por la eternidad en un delirante estallido de catárticos y benevolentes anhelos, besos y obsesiones.

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No quiero decirte de qué manera me enloqueces, porque mi sombría imaginación contigo no tiene parangón. Y es que en tu interior encierras esa sempiterna magia cuya esencia más profunda me hace querer amarte y matarte la misma noche.

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Me dejé llevar por mis humanos sentimientos e ignoré mis más profundos instintos. Me cegué estúpidamente porque creía que a tu lado sería feliz y que te amaría más de lo que me odiaba, pero de nuevo me equivoqué. No puedo culparte, empero, por haberte entregado a tu verdadera naturaleza, por haber deseado refugiarte en otros brazos y haber probar otros labios. Al fin y al cabo, esta tumba es ahora solo mía; la tumba de un perdedor cuyo único consuelo real fue siempre el suicidio.

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Y, aunque después de besarte tuviera que renunciar a ti para siempre, aun así lo haría, pues permanecer con vida ya no tendría ningún sentido después de tan magnificente conjunción. Simplemente no querría seguir existiendo con el terrenal anhelo de otra boca que no fuera la tuya y con la trivial ilusión de volver a verte sabiendo bien que tú ya solo existes en mi trastornada mente.

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La atracción fue inmediata e inevitable fue la forma en la cual ambos nos mirábamos con vibrante deseo. Sabíamos que éramos ajenos, que nuestros caminos habían estado separados durante mucho tiempo. Pero ahora finalmente nos encontrábamos, aunque fuera precisamente antes de quitarnos la vida. Al menos por unos días, o semanas quizás, tendríamos un motivo para soportar la desesperación de existir y para creer ilusamente que el destino de nosotros no se había burlado.

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