Abrázame tan fuertemente como puedas e intenta besarme si quieres, pues es muy probable que este sea el último réquiem antes de mi muerte.
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Quizá no era tan adecuado cortar mis brazos y mis muñecas por las noches ni tampoco estrechar un poco más la soga alrededor de mi cuello, pero ¡vaya que era un gran desahogo! Y, en última instancia, ¿a qué más podía aspirar, en su infinita tristeza y su recalcitrante soledad, un ser tan asquerosamente hastiado de existir como yo?
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El suicidio era todo lo que me quedaba, todo por lo que aún vivía, la única voz que aún me parecía susurrar algo sensato en medio de esta pestilente aglomeración de hartazgo existencial extremo que ya nunca se iba. Y, cuando dormía, acaso el estado en que alguna vez me sentí menos humano, ya solo soñaba con el día en que finalmente pudiera llevar a cabo ese bello y sublime acto.
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Y nuevamente me hallo envuelto en esta miserable condición, en esta extraña mezcolanza de sensaciones autodestructivas que he denominado la desesperación de existir. ¿Acaso será cierto que la realidad ya no es soportable o es solo que mi cabeza ha decidido traicionarme por última vez?
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Era mucha más agonía de la que podía tolerar, pero tampoco podía hacer nada para detenerte. Ahora te marchas para siempre y yo me refugiaré en la incomparable calidez de la muerte.
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Quisiera en verdad creer en un mañana, pero todo lo que puedo ya sentir es un vehemente deseo de perderme en el anochecer de la poesía más suicida.
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Romántico Trastorno
