Vuelvo ya, retorno a esta pocilga donde me ahogaré con la nostalgia que dejó tu viaje suicida. Y todo el sufrimiento se extinguirá dentro de poco, pues ¿qué es la vida sin el dulce y cálido resplandor que me brindaba tu divina existencia ahora ya extinta?
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El grito que se ahogaba en mi interior era de tal magnitud que ningún silencio podía callarlo. La tristeza de existir hacía sangrar mi corazón y, saber que tú ya no estabas viva, me dejaba en un estado de inexplicable conmoción suicida.
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Sé que la muerte fue lo mejor para ti, pero ¿qué será de mí si no me atrevo a suicidarme esta noche? ¿Cómo es que te dejé partir sin estar seguro de que podía seguirte más allá de esta execrable realidad? No sé, creo que estoy divagando entre la locura y la eternidad, creo que te extraño más de lo que alguna vez hubiese imaginado.
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Todo es falso y, al mismo tiempo, asquerosamente banal. Y es que existir es ridículamente absurdo en este cementerio de sueños rotos donde tan solo la muerte podría ser real.
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Quitando el factor tiempo, podríamos decir que nunca hemos existido y, paralelamente, que existiremos eternamente. En realidad, no sé cuál de estas dos concepciones me provoca más náuseas y temor.
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Romántico Trastorno